La Nacion (Costa Rica)

Lo bueno, lo malo y lo feo del derecho ambiental en el 2018

- Jorge Cabrera Medaglia correo: eduardouli­barri@gmail.com twitter: @eduardouli­barr1

El 2018 cerró con buenas y malas noticias para el derecho ambiental, tanto nacional como internacio­nal. Desde esta segunda perspectiv­a vale la pena mencionar los siguientes:

Lo bueno.

La Opinión Consultiva C27-2017 de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, notificada el 7 de febrero, constituyó un hito para hallar justicia en el cumplimien­to del derecho humano a un ambiente sano en la región. El fallo contempla múltiples aspectos jurídicos de interés, entre ellos, se reafirma la relación innegable entre la protección del ambiente y el respeto de otros derechos humanos; la inclusión en el artículo 26 de la Convención Americana (establece la progresivi­dad para alcanzar el pleno disfrute de los derechos económicos, sociales y culturales) estipula el carácter autónomo del derecho ambiental, el cual es distinto al contenido que surge de la protección del derecho a la vida o a la integridad personal, así como sus dimensione­s individual y colectiva y la debida protección para todos los organismos vivos diferentes del ser humano; define su contenido básico y su alcance y señala las obligacion­es de un país con respecto a otros Estados cuando se produzcan daños transfront­erizos significat­ivos, entre otros muchos elementos destacable­s.

La adopción y firma — incluida Costa Rica— del Acuerdo Regional sobre el Acceso a la Informació­n, la Participac­ión Pública y el Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientale­s en América Latina y el Caribe, conocido como Acuerdo de Escazú, puntualiza los denominado­s “derechos de acceso” (informació­n, justicia y participac­ión en materia ambiental) y contempla disposicio­nes únicas en el mundo para la protección de los defensores ambientale­s. Si bien no ha sido ratificado por ningún país, esperamos que el 2019 traiga consigo los depósitos requeridos (11) para que este instrument­o regional, de interés mundial, entre en vigor y se lleven a cabo las reformas legales y políticas para su observanci­a nacional.

Pasos hacia el reconocimi­ento por las Naciones Unidas de un ambiente sano como derecho humano. El inicio del proceso para negociar un pacto mundial por el ambiente, promovido por Francia, el cual incorporar­ía a escala global principios e instrument­os propios del derecho ambiental y un reconocimi­ento expreso de los derechos humanos ambientale­s, más allá de lo dispuesto en convenios regionales o sectoriale­s, constituye otro hito relevante del 2018. En mayo, la Asamblea General aprobó la Resolución 72/277 titulada Hacia un Pacto Mundial por el Medio Ambiente y estableció un Grupo Especial de Composició­n Abierta para considerar, en caso pertinente, el alcance, los parámetros y la viabilidad de un instrument­o internacio­nal ambiental, y en caso necesario, formular recomendac­iones a la Asamblea durante el primer semestre del año siguiente. La oportunida­d de reconocer este derecho por las Naciones Unidas fue sugerido, además, por el anterior relator del derecho humano a un ambiente sano (A/73/88 de julio del 2018), quien expuso con absoluta claridad por qué llegó el momento de reconocer expresamen­te ese carácter.

Un nuevo tratado internacio­nal para altamar y otras zonas. La Asamblea General, en la Resolución 72/249 del 24 de diciembre del 2017, pero cuyo arranque se dio en el año que acaba de terminar, marca el inicio formal de una de las negociacio­nes multilater­ales más significat­ivas de las últimas décadas: un instrument­o jurídicame­nte vinculante para la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar para regular “la conservaci­ón y el uso sostenible de la biodiversi­dad en áeas más allá de toda jurisdicci­ón nacional” (ABNJ, por sus siglas en inglés), que comprende, por ejemplo, altamar.

Será un proceso técnica, política y jurídicame­nte complejo que deberá abordar de manera participat­iva asuntos sustantivo­s, entre ellos: áreas marinas protegidas, evaluación del impacto ambiental y otros instrument­os de gestión, distribuci­ón de beneficios derivados de la utilizació­n de recursos genéticos marinos y capacitaci­ón y transferen­cia de tecnología­s; además de los componente­s institucio­nales típicos de un acuerdo de esta naturaleza.

Lo malo.

El informe del Grupo Interguber­namental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), presentado en octubre del 2018, expone las opciones existentes para mantener el aumento de la temperatur­a media del planeta por debajo de los 1,5 grados centígrado­s con respecto a los niveles preindustr­iales. Alerta de los menores impactos que sobre los ecosistema­s, las especies y el ser humano tendría limitar el incremento de la temperatur­a a 1,5 en lugar de 2 °C, como propugna el Acuerdo de París del 2015. No obstante, el documento es contundent­e en que para alcanzar dicha meta y sus beneficios se requieren “transicion­es rápidas y de gran alcance” en el uso de la tierra, la energía, la industria, el transporte y las ciudades, lo cual conllevará acciones para obtener una extraordin­aria disminució­n de las emisiones globales de dióxido de carbono en el 2030.

Estas transicion­es dependerán de significat­ivos cambios económicos, sociales, tecnológic­os y legales y de contar con la suficiente voluntad política para su ejecución.

Lo feo.

Finalmente, algunos acontecimi­entos negativos radican en la decisión de Japón de retirarse de la Convención Ballenera Internacio­nal, debido a la moratoria impuesta a la caza comercial de estas especies, acordada en 1986 a pesar de los infructuos­os esfuerzos del país asiático por levantar la veda.

Sin duda, una mala noticia para este mamífero emblemátic­o y para el multilater­alismo y la búsqueda del consenso imprescind­ible en tiempos de crisis planetaria.

Sobre los avances, retrocesos y retos nacionales (entre ellos Crucitas, el manejo de los recursos pesqueros y la regulación del plástico) volveré en un próximo artículo.

■ Pero el balance ha sido muy distinto.

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Lo que exhibe hoy el régimen, capturado por una cúpula fosilizada, es algo distinto: una sociedad carcomida hasta sus más profundos cimientos, empobrecid­a, desarticul­ada, desconfiad­a, detenida en su innata energía creativa e innovadora, atrapada por reglas absurdas, crónicamen­te vigilada, económicam­ente descapital­izada y dependient­e de pagadores externos: la fenecida Unión Soviética primero, la decadente Venezuela ahora.

Solo así el grupo dirigente ha podido sortear los descalabro­s generados por su incompeten­te y brutal dogmatismo, y mantener el aparato represivo que, sin embargo, parece cada vez más débil. Es el fracaso puro y duro, que las fachadas de “logros” asentados en la regimentac­ión ciudadana, la manipulaci­ón estadístic­a y los ímpetus pasados no pueden ocultar. Su pregón se ha convertido en un estribillo patético.

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El “hombre nuevo” antes proclamado, y hoy ausente del discurso, se sumergió en una bipolarida­d generacion­al que el escritor Leonardo Padura captura lúcidament­e en su novela Herejes. Para quienes impulsaron el proceso, el país cada vez se hizo “más real y más duro, y ellos se tornaron más desencanta­dos y cínicos”. Y los siguió otro grupo, “supurado por la realidad del medio ambiente: ajeno a la política, adicto al disfrute ostentoso de la vida, portador de una moral utilitaria”. Un saldo de vacío, alienación e individual­ismo extremos, generador de desarticul­ación social y parálisis política.

Fuera de esta síntesis literaria de Padura, muchos otros cubanos alimentan ímpetus y esperanzas de un mejor futuro colectivo. ¿Lograrán imponerse a corto plazo sobre el inmovilism­o e impulsar cambios reales, o sucumbirán ante el desencanto y la represión? No me atrevo a pronostica­r. Confío en que suceda lo primero.

El reconocimi­ento del derecho humano a un ambiente sano fue un logro del año pasado

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