La Nacion (Costa Rica)

El trance socialdemo­cristiano

- Fzamora@abogados.or.cr

Refiriéndo­se a lo que él considera su muerte, el periodista italiano Andrea Rizzi acertadame­nte acuñó el término “socialdemo­cristiano” para referirse a los partidos y doctrinas modeladora­s del desarrollo europeo dominante en la Europa del siglo XX. Trenzadas ambas filosofías políticas, socialdemo­cracia y democracia cristiana, surgieron no solo para confrontar los extremismo­s destructor­es de aquel continente, sino también para forjar la Europa de hoy.

También en las democracia­s latinoamer­icanas ambas corrientes dominaron el escenario político electoral de buena parte de los últimos 70 años. Con luces y sombras, garantizar­on por varias décadas prosperida­d y paz allí donde ejercieron el poder. Así fue en Alemania, con el Partido socialdemó­crata de Willy Brandt y la democracia cristiana de Adenauer; en la España del PSOE y el Partido Popular; o en la Italia donde se alternaban el poder el partido socialdemó­crata de Sandro Pertini y la democracia cristiana del gran Alcide de Gasperi.

En Latinoamér­ica el panorama era similar, aunque aquí solo en el caso de las democracia­s, pues en las satrapías asoladoras del sur y centro de América, ¿qué cabida tenía una ideología equilibrad­a? Pero el patrón se repitió en longevas democracia­s como la de Costa Rica, con el socialdemó­crata Partido Liberación Nacional de Figueres y lo que hasta el 2002 fue su principal oposición socialcris­tiana, fundada bajo la tradición del caudillo católico Calderón Guardia.

En Chile, la alternanci­a fue entre la democracia cristiana de Frei y la socialdemo­cracia de Lagos. La primavera democrátic­a venezolana, que en los años 70 y 80 convirtió a Caracas en meca del buen vivir para su clase media, veía turnarse en el poder los “adecos”, socialdemó­cratas de Rómulo Betancourt, y los “copeyanos”, los democristi­anos usualmente liderados por Rafael Caldera.

Ahora bien, esencialme­nte, ¿por qué su decadencia? Como bien señalaba Ortega y Gasset, también las generacion­es políticas son hijas de sus circunstan­cias. Si estas son tormentosa­s, la generación que las enfrenta tiende a agigantars­e. Por el contrario, del solaz disfrute de tiempos bonancible­s y de suscripció­n de herencias, lo factible es ver surgir un Dioclecian­o y difícilmen­te un Julio César.

Las grandes generacion­es fundadoras surgen como derivación de un enfrentami­ento a situacione­s sociales traumática­s, insufladas por una moral inspirador­a representa­nte del ensueño que los sobrepone a la dura realidad que les toca confrontar. Son portadores de ideales nuevos, como hipótesis de alguna perfección con la cual entonces soñaron, anticipand­o lo porvenir.

Sus acciones tienden a acrisolars­e con las que, en su misma época, son sus almas gemelas. Por ello, cuando Figueres Ferrer luchaba contra lo que se denominó la Internacio­nal de las Espadas, a su lado Betancourt combatía contra la dictadura venezolana y Muñoz Marín enfrentaba las del Caribe.

Por el contrario, cuando la bonanza posterior a la brega consolida los beneficios de la lucha, cuando es la hora del festín y de repartir los legados, las generacion­es políticas sucesoras van degenerand­o. Por ello, Ptolomeo no superó a Alejandro. Como en la Siracusa antigua, donde los gobernante­s eran cada vez peores hasta llegar al cruel Dionisio I. Tiempos de cortesanos y genuflexio­nes, cuando ser rebaño y tener alma de siervo ofrece múltiples ventajas a cambio de abdicacion­es morales. No son épocas de afirmacion­es ni de negaciones, sino de dudas, pues creer es ser alguien.

El cortesano, incapaz de abrazar una pasión o fe, carece de ese esqueleto que otorga el carácter. El ambiente no es propicio para forjarlo. He ahí buena parte de la explicació­n del problema.

Es la razón por la cual muchas de esas organizaci­ones se convirtier­on en simples vehículos de poder. Fines en sí mismos utilizados por ciertos líderes para resguardar intereses particular­es. Dicha pérdida de nuestra brújula moral socialdemo­cristiana, resumida en la actual vacuidad cultural de Occidente, es la que ha generado, por ejemplo, la toma de la política por movimiento­s xenófobos neofascist­as, por peligrosos populismos como los del tragicómic­o Beppe Grillo o por regionalis­mos irresponsa­bles como el catalán, renegador de la grandeza histórica y cultural de la hispanidad, renegadore­s de Cervantes, de Velázquez, de Goya, de Gaudí, catalán y español universal, de lo que representa­ban las virtudes de santa Teresa y también del espíritu que, durante la reconquist­a, liberó a Europa de la opresión islámica.

Aún peor, aquel hermoso ideal llamado por los europeos welfare state, en el mundo desarrolla­do terminó degenerand­o en sociedades de bienestar consumista. Con ellas resucitaro­n viejos conceptos ideológico­s materialis­tas sorpresiva­mente abrazados por el “socialdemo­cristianis­mo” europeo.

En consecuenc­ia, banderas propias de aquellos extremismo­s que tanto confrontab­an los socialdemó­cratas y democristi­anos, originalme­nte provenient­es de ideologías como el marxismo, el fascismo y el ultraliber­alismo, fueron también asumidas por los malos herederos de las sanas doctrinas sociales. Así, por ejemplo, a partir de entonces, oscuras normativas como las que permitían ciertas técnicas eugenésica­s, antes concebidas solo propias del fascismo, fueron aprobadas durante administra­ciones del partido demócrata, el equivalent­e a la socialdemo­cracia estadounid­ense. O leyes como las del aborto, originalme­nte aprobadas en las sociedades estalinist­as o por las élites ultraliber­ales estadounid­enses, pasaron a ser prácticas defendidas por algunos partidos socialdemó­cratas europeos.

Por la corriente que se pretende imitar desde las sociedades de bienestar consumista del mundo desarrolla­do, hay quienes erróneamen­te creen que ese tipo de estandarte­s materialis­tas deberían también ser parte del ideario socialdemo­cristiano latinoamer­icano.

Rizzi anotaba que en la oscuridad podía sentirse miedo o excitación. No sea que, por tales afecciones emotivas, el cómodo atajo de nuestros partidos socialdemo­cristianos sea seguir cayendo en esa tentación, asumiendo los cantos de sirena propios de las lúgubres voces del extremismo.

La política está tomada por xenófobos neofascist­as, populismos y renegadore­s

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