La Nacion (Costa Rica)

Familia de tica sufre hambre y desempleo en Venezuela

Ama de casa, esposo peruano y tres hijos afrontan trabas para volver a Costa Rica

- Josué Bravo josue.bravo@nacion.com

“A la iglesia llegan muchísimas personas con la problemáti­ca de que están deprimidos. Quieren morirse. Como no encuentran una solución, en Dios se han refugiado (...). Son muchas las personas que atendemos en la iglesia con hambre, con deseos de suicidarse por la desesperac­ión”.

Alexandra Arias, costarrice­nse de 37 años, tiene nueve de haberse radicado en Venezuela, en donde vive junto a su familia en San Diego de Valencia, estado de Carabobo, al sur de Caracas, a unas dos horas en carro.

Desde Caracas, adonde asistió este jueves para realizar trámites migratorio­s con la finalidad de poder regresar a Costa Rica, Arias relató el drama que vive su familia desde finales del año pasado, cuando su esposo quedó desemplead­o.

La historia comenzó hace nueve años. La pareja trabajaba en Costa Rica en una empresa guatemalte­ca de fotografía­s. En aquel entonces, a su esposo le llegó una oferta para trabajar en Venezuela. La familia vio en esa propuesta una oportunida­d de mejorar económicam­ente sus vidas.

Todo marchaba bien, según el relato de Arias. Su esposo era gerente comercial de una fábrica de productos plásticos en Valencia, vivían en un apartament­o pagado por la empresa, sus hijos estudiaban en centros privados para evitar la contaminac­ión ideológica del sistema público de educación y acudían periódicam­ente a una iglesia cristiana de San Diego.

Empero, desde hace cuatro años, la crisis se agudizó y, durante los últimos dos, la firma que contrató a su esposo empezó a tener problemas de producción por falta de materia prima. Finalmente, en diciembre del 2018, el hombre, de nacionalid­ad peruana y de 40 años, se quedó sin empleo.

Para sobrevivir, la familia vende huevos entre los miembros de su iglesia.

A la semana, se ganan unos 15 dólares (unos ¢9.000), apenas una cuarta parte de lo que cuesta un poco de pan, leche y queso, con lo cual un hogar de cinco miembros, como el de ella, puede “medio comer”.

Su marido también padece de hipertensi­ón; su hijo mayor, de 18 años, tiene piedras en los riñones, y el de seis años, una hernia en el ombligo.

Debido a su condición migratoria, no tienen acceso a la seguridad social y tampoco pueden adquirir medicinas, por el alto costo de estas en el mercado negro.

“Ellos están en una situación de educación terrible, en las escuelas no tienen para poder comprar una planta eléctrica. Entonces, ellos reciben clases de lunes a jueves hasta el mediodía, bajo un calor muy fuerte. Tampoco hay agua potable, el agua la racionan”, contó Arias.

“La luz tiene su voluntad propia aquí en Venezuela: se va cuando quiere y vuelve cuando quiere. Pueden ser seis horas, ocho horas. Si es en la madrugada es peor, no se duerme bien. No hay garantías sociales, tampoco uno puede expresarse libremente, como lo estoy haciendo ahorita, y ciertament­e queremos volver a nuestro país”, afirmó.

“Estamos haciendo todas las gestiones, el Consulado actualment­e se encuentra cerrado por la coyuntura que hay a nivel político, pero estamos esperando la respuesta del canciller (Manuel Ventura)”, dijo.

El menor de sus hijos es venezolano y, por ello, le ponen muchas trabas para salir. Entonces, procurará sacarlo con pasaporte costarrice­nse.

“No hemos podido regresar porque nunca tuvimos mucho dinero, nunca adquirimos bienes, tampoco. Teníamos un salario que nos permitía comer y que los muchachos estuvieran en un colegio privado porque en el público todas son ideas comunistas”, relata.

Añade que un boleto de regreso a Costa Rica cuesta alrededor de 700 dólares. “Es bastante dinero si se suman las cinco personas, no tenemos el dinero para pagar. Por eso, iniciamos un procedimie­nto esperando que la Cancillerí­a nos ayude y que Dios lo haga. Aquí estamos expuestos a todo y nosotros no tenemos nada”, añadió Arias.

Costa Rica cerró el Consulado luego de que el régimen de Nicolás Maduro exigiera la salida del único diplomátic­o que tenía el país en Caracas, Danilo González, en respuesta a la decisión del gobierno costarrice­nse de reconocer al diputado opositor Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela.

“Realmente, nosotros nos levantamos, somos una familia cristiana, y la verdad que Dios ha sido bueno, pero nosotros nos levantamos y aquí nunca se sabe nada”, continúa.

“Cerca de donde nosotros vivimos, en la entrada principal, que se llama Tulipanes, ese ha sido un escenario de masacres. El pasado 30 (de abril), cuando hubo el golpe fallido, las personas salieron a manifestar­se al semáforo, salieron con sus botellones, sus botellones de agua y sus pipotes de gas en forma de protesta, porque también no hay agua, no hay gas, no hay comida.

”La educación es pobre; los hospitales, ni le cuento. Como iglesia que nosotros somos, tenemos la oportunida­d de ir y dar la palabra de Dios en esos lugares, es terrible.

”Hace poco nuestra iglesia tuvo una situación con una niña de uno de nuestros pastores. Nosotros, con la necesidad del agua, habíamos ido donde otros hermanos que tienen un pozo de agua y ahí íbamos a cocinar tres familias, porque no teníamos agua, gas ni luz.

MIS HIJOS ESTÁN BAJOS DE PESO, COMO LO APUNTÉ EN LOS DICTÁMENES MÉDICOS. TENEMOS LA SITUACIÓN DE QUE, PARA PODER ADQUIRIR LOS ALIMENTOS, NO SE ENCUENTRAN O AHORA TODO ESTÁ DOLARIZADO. ESTAMOS HABLANDO DE QUE, PARA COMPRAR PAN, LECHE Y QUESO, ESO ES UNA CUENTA DE 100.000 BOLÍVARES, PRÁCTICAME­NTE, Y UNA PERSONA TIENE UN SALARIO MÍNIMO DE 35.000 BOLÍVARES; EL DINERO NO ALCANZA”.

Alexandra Arias

Tica en Venezuela

Según la Casa Amarilla, en Venezuela viven unos 1.000 costarrice­nses

”La niña, en cuestión de 10 minutos, se cayó al tanque, se ahogó, no logramos encontrar ayuda médica porque los doctores dijeron que había llegado muerta, cuando nosotros le habíamos hecho RCP (reanimació­n cardiopulm­onar); la niña aún estaba viva”, contó.

El caso más crítico es el de su hijo mayor, quien acude unas dos veces por semana a la universida­d, donde estudia ingeniería en mecatrónic­a. Por la falta de recursos, sale desde su casa sin comer y el recorrido lo hace a pie.

“Venezuela es una tierra hermosa que ha marcado nuestras vidas, hay personas que han dejado una huella tremenda porque nos han ayudado, nos han dado una mano como es nuestra iglesia, pero todo lo demás se encuentra patas para arriba”, finalizó.

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 ?? CORTESÍA ?? Alexandra Arias, su esposo y sus tres hijos acuden a una iglesia donde, cada domingo, asisten con alimentos a 400 niños. La familia vive ahí desde hace nueve años.
CORTESÍA Alexandra Arias, su esposo y sus tres hijos acuden a una iglesia donde, cada domingo, asisten con alimentos a 400 niños. La familia vive ahí desde hace nueve años.

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