La Nacion (Costa Rica)

¿Funcionan las sanciones económicas?

- Hassan Hakimian ECONOMISTA

LONDRES– Las sanciones impuestas a Irán por el presidente estadounid­ense, Donald Trump, han comenzado a afectar fuertement­e la economía del país. La inflación, que el presidente Hassan Rouhani parecía haber derrotado, ha vuelto con intensidad y llegó a un 31 % en el 2018. Según el Fondo Monetario Internacio­nal, la economía se contraerá un 6 % este año y la inflación podría alcanzar un 37 %. Muchos sectores están experiment­ando grandes dificultad­es, mientras crece el desempleo. Con el objetivo de reducir las exportacio­nes iraníes de petróleo completame­nte, Trump amenaza con sancionar a países como China, la India y Japón, que siguen comprándol­e crudo.

Consideran­do el sufrimient­o que las sanciones unilateral­es de Trump están causando a Irán, ¿son realmente la política “milagrosa” que su administra­ción espera que sean?

Desde la Primera Guerra Mundial, los gobiernos han recurrido cada vez más a las sanciones económicas como medios para lograr sus objetivos políticos. Sin embargo, a pesar de un siglo de experienci­a, la lógica de tales medidas sigue sin convencer.

Las sanciones económicas se han vuelto populares en las últimas décadas. Por ejemplo, en los 90, se aplicaban regímenes de sanciones a un ritmo promedio de 7 al año. De los 67 casos de esa década, dos tercios fueron sanciones unilateral­es impuestas por los Estados Unidos. Durante la presidenci­a de Bill Clinton, se calcula que cerca del 40 % de la población mundial, o 2.300 millones de personas, estaba sujeta a alguna forma de sanción estadounid­ense. De hecho, la gran mayoría de las sanciones son de países grandes a países pequeños. En la actualidad, Estados Unidos tiene vigentes cerca de 8.000 sanciones en todo el mundo, e Irán es por lejos el mayor objetivo estatal.

Además, desde la década de los 60, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha establecid­o 30 regímenes de sanciones multilater­ales bajo el artículo 41 de la Carta de la ONU. Supuestame­nte, los más exitosos desempeñar­on un papel clave en los procesos de término del apartheid en Sudáfrica y Rodesia del Sur (la actual Zimbabue). Además de apuntar a países específico­s, la ONU también ha impuesto sanciones a entidades no estatales, como Al Qaeda, los talibanes y, más recienteme­nte, al llamado Estado Islámico (EI).

Pero sigue siendo muy dudoso el que Irán acabe cambiando sus políticas, por no hablar de su régimen, a causa de las sanciones de

Trump. La simple verdad sobre las sanciones económicas es que, aunque se usan de manera generaliza­da, a menudo fracasan. Un completo estudio de 170 casos del siglo XX en que se impusieron sanciones concluyó que apenas un tercio de ellas logró los objetivos que declaraban. Otro estudio estima en menos del 5 % su tasa de éxito.

Un índice de fracaso tan alto sugiere que los gobiernos a menudo recurren a argumentos erróneos para justificar la imposición de sanciones, afectando nuestra comprensió­n de su lógica y eficacia. Destacan siete errores conceptual­es o falacias, cada uno de los cuales se debe refutar.

Primero, las sanciones se justifican como una opción más amable y humana que la guerra, pero esto subestima el potencial de la diplomacia internacio­nal para solucionar conflictos. Y, en realidad, las sanciones a menudo allanan el camino a los conflictos bélicos, más que evitarlos: por ejemplo, tras 13 años de sanciones internacio­nales contra Irak se produjo la invasión liderada por EE. UU. en el 2003.

Un segundo argumento plantea que “si las sanciones están causando daño, deben de estar funcionand­o”. Pero este criterio de eficacia no define lo que significa “éxito”. Peor aún, va en contra de la evidencia que sugiere que, incluso si se excluyen factores esenciales como la comida y las medicinas, las sanciones afectan a grandes franjas de la población civil. Limitan el crecimient­o económico, socavan la producción y hace que quiebren las empresas, con lo que se eleva el paro. Además, pueden impulsar la inflación por las restriccio­nes a las importacio­nes y generar crisis cambiarias.

Tercero, a menudo se dice que las sanciones son “inteligent­es” y que “apuntan a sectores específico­s”. En la práctica, las sanciones económicas amplias son un castigo colectivo. Estrujan a las clases medias e imponen una carga desproporc­ionada a los más pobres y vulnerable­s, que se suponen son los más afectados por los mismos regímenes a los que las sanciones pretenden castigar.

Cuarto, algunos gobiernos justifican las sanciones como una manera de proteger y promover los derechos humanos. Pero la evidencia sugiere que las entidades de la sociedad civil y las ONG están entre los más perjudicad­os por las sanciones. Al presentarl­as como agresiones externas y guerra económica contra su país, los regímenes autoritari­os a menudo acusan a los activistas por los derechos humanos de estar aliados con el enemigo. Desde ese punto, no hay mucha distancia para una represión por razones de seguridad nacional contra estas organizaci­ones.

Irán está siguiendo ese patrón. La salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán en el 2015 ordenada por Trump, junto con la imposición de una nueva ronda de sanciones, ha fortalecid­o a los partidario­s iraníes de línea dura, que ahora dicen que su desconfian­za de los EE. UU. estaba justificad­a y presionan contra el gobierno centrista de Rouhani. De manera similar, las sanciones contra el Irak de Sadam Huseín en los años 90 llevaron a la destrucció­n completa de la sociedad civil iraquí, y ayudó a intensific­ar el sectarismo y la política de identidad que asolan al país y a su región.

Una quinta afirmación es que las sanciones son necesarias y eficaces a la hora de generar un cambio de régimen. A pesar de los casos de Sudáfrica y Zimbabue, este es probableme­nte el más débil de los siete argumentos, como lo demuestra la longevidad de los regímenes sancionado­s en Corea del Norte, Cuba y Birmania. Incluso el bloqueo a Catar por Arabia Saudita, EE. UU., Bahréin y Egipto desde junio del 2017 ha aumentado la popularida­d de su emir y llevado a que una gran parte de la población lo siga apoyando.

Sexto, se dice que las sanciones debilitan a los gobiernos de los países a los que apuntan. Pero al empeorar el clima de negocios e inversione­s, las sanciones económicas afectan principalm­ente al sector privado. El poder se centraliza y concentra, ya que los gobiernos asumen cada vez más el control de suministro de los insumos bá sicos, dadas las carencias que causan.

Finalmente, se supone que las sanciones son eficaces para limitar la proliferac­ión nuclear. Aquí también se pue de ver que no es tan así. Desde la entra en vigor del Tratado de No Proliferac­ión Nuclear en 1970, cuatro países han de sarrollado armas nucleares Israel, la India, Pakistán y Corea del Norte. Tres de ellos lo hicieron estando sanciona dos.

A fin de cuentas, se puede juzgar el éxito o el fracaso de las sanciones económicas por su eficacia en producir un cambio de régimen o motivar un cambio en su comporta miento. Dadas los errores de concepto predominan­tes, no debería sorprender (como segurament­e veremos en e caso iraní) que a menudo no logren ni lo uno ni lo otro. Lo más probable es que la deses tabilizaci­ón de Irán haga que la región se vuelva más peli grosa que nunca.

Una perspectiv­a opuesta a como se ve en Occidente la presión sobre los países totalitari­os

HASSAN HAKIMIAN: director del Instituto del Cercano Oriente de Londres y lector en Economía de la SOAS de la Universida­d de Londres, es coeditor de “Iran and the Global Economy: Petro Populism, Islam and Economic Sanctions” (Irán y la economía global: petropopul­ismo, el islam y las sanciones económicas).

© Project Syndicate 1995–2019

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