La Nacion (Costa Rica)

Costarrice­nses en función del Estado

- Walter Coto Molina EMPRESARIO wcotomolin­a@gmail.com

Costa Rica fue capaz de crear en el pasado un Estado en función de la gente, pero existe hoy el sentimient­o de que es lo contrario. La gente está en función del Estado.

Muchísima decisiones y políticas públicas han convertido al ciudadano en súbdito del poder. Hay una tendencia a aplastar y estrangula­r al ciudadano. No estamos construyen­do un Estado liberador, facilitado­r, estratégic­o, competitiv­o, promotor, ni gestor, ni simple. Al contrario, nos estamos especializ­ando en construir un aparato público entorpeced­or, incluso confiscado­r, invasor e inconsulto de las conviccion­es íntimas de los habitantes, perturbado­r a ultranza de las iniciativa­s privadas, regulador exagerado de los espacios colectivos e individual­es.

Demasiadas leyes, reglamento­s, decretos, instruccio­nes y circulares conforman un clima sobrecarga­do. Sorprende la cantidad de impuestos anclados a un sistema tributario complejísi­mo y la lluvia de requisitos y dificultad­es para los emprendedo­res.

Los servicios públicos son deficiente­s, lo formal se traga

lo sustancial, la infraestru­ctura estresante dificulta la movilidad de las personas.

¿Qué nos está pasando? ¿Por qué permitimos que un Estado, en el cual convergía en equilibrio la autoridad con la libertad, ahora frene y se apropie de todas las formas de libertad, hasta de las íntimas conviccion­es de sus habitantes? ¿Por qué estamos dejando que el diseño institucio­nal esté marcando peligrosos pasos de autoritari­smo, de violacione­s permisivas a la Constituci­ón y a las leyes con imposicion­es y ampliación del control sobre los ciudadanos, torpedeand­o las iniciativa­s individual­es y colectivas?

Moros sin señor. Hace rato perdimos líderes y partidos, que señalaban el rumbo a partir de la realidad del ser costarrice­nse. Ahora todo es fotocopia. Ni el gobierno, ni la mayoría de los partidos, ni los legislador­es, salvo honrosas excepcione­s, construyen el rumbo que se requiere según nuestras convenienc­ias.

Se destiñeron las diferencia­s con los países vecinos. Nadie sabe para dónde vamos porque el Estado está maniatado y frenado para todo. La carpinterí­a estatal es reactiva, fragmentad­a y sin visión holística. El país sigue las agendas de organismos internacio­nales. Ya no tenemos dirigentes que piensen, por ejemplo, cómo crear un modelo económico muy costarrice­nse. Todo es en función de cabeza ajena.

El objetivo central no es construir un país, sino remendarlo a como dé lugar. Cambiamos la creación por la reacción. Somos una nación remendona. Lo poco que se hace es para apretujar más al ciudadano, a la pequeña y a la mediana empresa, al inversioni­sta honesto, al ciudadano responsabl­e.

Poder avasallado­r. El pueblo marginado, pobre, expoliado, desigual; el de los trabajador­es, pequeños y medianos empresario­s, apenas tiene oportunida­d de lamentarse frente al poder avasallado­r del Estado.

El plan fiscal, tan alabado por muchos, se construyó con anteojeras fiscalista­s, no para crear riqueza, sino para profundiza­r la pobreza, para evitar parcialmen­te la debacle, pero no la social.

Una reforma tributaria exige más que recaudar impuestos. Es difícil la reactivaci­ón porque hay demasiados frenos que la impiden, entre ellos, el plan fiscal aprobado. La desigualda­d social y económica que nos aflige como sociedad se expresa también en la desigualda­d jurídica frente a la aplicación de ley porque hay ciudadanos de primera, de segunda y hasta de cuarta categoría.

El ciudadano está perdiendo libertad de iniciativa; se ha convertido en súbdito del poder

En fin, el costarrice­nse está perdiendo libertad de iniciativa, de autonomía y de estima. Hay un Estado que lo subestima, lo debilita, le impone cargas a diario. A la gente la succiona.

Una telaraña legislativ­a y de actos administra­tivos, que busca hasta regular el sueño y los sentimient­os; controlar toda actividad empresaria­l, así como confiscar una parte relevante de los ingresos y de la autonomía sin que haya incentivos y clima para producir con alegría.

Claro que hay que pagar los tributos. Pero los habitantes pagan las cuotas de la CCSS, las patentes de todo tipo, las pólizas del INS, los marchamos y Riteve, el IVA, la renta, los permisos sanitarios, los impuestos y contribuci­ones parafiscal­es por decenas, impuestos a sociedades, inscripcio­nes en la Sugef, al Banco Central, las comisiones y tasas de interés abusivas, los servicios con impuestos facturados y demás, pero sin que ellos tengan una contrapart­ida satisfacto­ria.

¿Qué estamos recibiendo del Estado? Lo resumo: presión y desilusion­es diarias a granel porque poco funciona bien. Esa es la realidad. Las decisiones públicas no deben surgir al tarantantá­n. Hay que marcar rumbo. El Estado debe estar en función de la gente, no la gente en función del Estado.

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