La Nacion (Costa Rica)

Consecuenc­ias de una guerra fría chinoestad­ounidense

- Nouriel Roubini ECONOMISTA NOURIEL ROUBINI: es director ejecutivo de Roubini Macro Associates y profesor de Economía en la Escuela Stern de Administra­ción de Empresas de la Universida­d de Nueva York. © Project Syndicate 1995–2019

NUEVA YORK– Hace unos años, como parte de una delegación occidental a China, me encontré con el presidente Xi Jinping en el Gran Salón del Pueblo en Pekín. Xi nos dijo que el ascenso de China sería pacífico y que otros países (en concreto, Estados Unidos) no debían temer que se cayera en la “trampa de Tucídides”, así llamada por el historiado­r griego que relató de qué manera el temor de Esparta al ascenso de Atenas hizo inevitable una guerra entre ambas ciudades.

En su libro Destined for War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap? (Destinados a la guerra: ¿pueden Estados Unidos y China evitar la trampa de Tucídides?), Graham Allison, de la Universida­d de Harvard, examina 16 rivalidade­s históricas entre una potencia emergente y una establecid­a, y halla que 12 terminaron en guerra. Evidenteme­nte Xi quería que prestáramo­s más atención a las otras cuatro.

Pese a que ambos son consciente­s de la trampa de Tucídides, y saben que la historia no es determinis­ta, parece que de todos modos China y Estados Unidos están cayendo en ella. Si bien una guerra caliente entre las dos grandes potencias del mundo todavía parece una posibilida­d remota, una guerra fría es cada vez más probable.

Estados Unidos acusa a China por las tensiones actuales. Desde su ingreso a la Organizaci­ón Mundial del Comercio en el 2001, China recibió los beneficios del sistema internacio­nal de comercio e inversión, pero incumplió sus obligacion­es y se aprovechó de las reglas. Según Estados Unidos, China obtuvo una ventaja indebida por medio del robo de propiedad intelectua­l, la transferen­cia forzosa de tecnología, subsidios a empresas locales y otros instrument­os de capitalism­o de Estado. En tanto, su gobierno se está volviendo cada vez más autoritari­o mientras transforma a China en un estado de vigilancia orwelliano.

Por su parte, China sospecha que el objetivo real de Estados Unidos es detener su ascenso e impedirle la proyección internacio­nal de poder e influencia legítimos. Los chinos consideran totalmente razonable que la segunda economía más grande del mundo (por valor del PIB) quiera aumentar su presencia en la escena internacio­nal. Y la dirigencia china dirá que su régimen mejoró el bienestar material de 1.400 millones de chinos, mucho más que lo que jamás pudieron hacer los paralizado­s sistemas políticos occidental­es.

Cualquiera sea el lado que tenga más razón, es posible

que la escalada de tensiones económicas, comerciale­s, tecnológic­as y geopolític­as haya sido inevitable. Lo que comenzó como una guerra comercial ahora amenaza convertirs­e en un estado permanente de animosidad mutua, como queda de manifiesto en la Estrategia de Seguridad Nacional del gobierno de Trump, que considera a China un “competidor” estratégic­o al que es preciso contener en todos los frentes.

Por eso Estados Unidos está imponiendo grandes restriccio­nes a la inversión extranjera directa china en sectores delicados y emprendien­do otras acciones para proteger el dominio occidental en industrias estratégic­as como la inteligenc­ia artificial y el estándar 5G. También presiona a socios y aliados para que no participen en la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el inmenso programa chino de construcci­ón de infraestru­cturas en el continente eurasiátic­o. Y está aumentando el patrullaje naval en los mares Oriental y Meridional de China, donde este país ha adoptado una postura más agresiva en la afirmación de dudosos reclamos territoria­les.

Las consecuenc­ias globales de una guerra fría chino-estadounid­ense serían incluso peores que las de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Este último país era una potencia en decadencia con un modelo económico fracasado, pero China pronto será la mayor economía del mundo, y seguirá creciendo. Además, Estados Unidos y la Unión Soviética casi no tenían comercio mutuo, mientras que China está totalmente integrada al sistema global de comercio e inversión y tiene vínculos profundos con Estados Unidos en particular.

De modo que una guerra fría a gran escala podría iniciar una nueva etapa de desglobali­zación, o por lo menos la división de la economía mundial en dos bloques económicos incompatib­les. En cualquiera de los casos, habría una importante restricció­n del intercambi­o de bienes, servicios, capital, mano de obra, tecnología y datos, y el mundo digital quedaría dividido en dos “Internets” cuyos respectivo­s nodos occidental­es y chinos no se conectaría­n entre sí.

Ahora que Estados Unidos impuso sanciones a ZTE y Huawei, China hará todo lo posible por garantizar que sus megatecnol­ógicas puedan obtener insumos esenciales en su mercado interno, o al menos comprársel­os a socios comerciale­s amistosos que no dependan de Estados Unidos.

En este mundo balcanizad­o, China y Estados Unidos esperarán que todos los otros países tomen partido; y la mayoría de los gobiernos harán malabares para intentar mantener buenas relaciones económicas con ambas potencias. Al fin y al cabo, muchos aliados de Estados Unidos ahora ha cen más negocios (en térmi nos de comercio e inversión con China que con Estados Unidos. Pero en una economía futura en la cual China y Esta dos Unidos controlen en forma separada el acceso a tecnolo gías cruciales como la IA y e 5G, es casi seguro que el terre no neutral se volverá inhabita ble. Todos tendrán que elegir y es muy posible que el mundo entre en un largo proceso de desglobali­zación.

Pase lo que pase, la rela ción chino-estadounid­ense será la cuestión geopolític­a clave de este siglo. Cierto gra do de rivalidad es inevitable Idealmente, ambos lados po drían manejarla en una for ma constructi­va que admita la cooperació­n en algunos asuntos y una competenci­a sana en otros. En la prácti ca, China y Estados Unidos crearían un nuevo orden in ternaciona­l basado en reco nocer que la nueva potencia en (inevitable) ascenso tiene derecho a un lugar en la for mulación de las normas e ins tituciones globales.

Pero un mal manejo de la relación (si Estados Unidos intenta frenar el desarrollo de China y contener su ascenso, y China proyecta vigorosame­n te su poder en Asia y el resto del mundo), iría seguido por una guerra fría a gran escala y no puede descartars­e la posi bilidad de una guerra caliente (o una serie de guerras por in termediari­os). En el siglo XXI la trampa de Tucídides no se tragaría solamente a Estados Unidos y China, sino al mundo entero.

La trampa de Tucídides no se tragaría solamente a Estados Unidos y China, sino al mundo entero

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