La Nacion (Costa Rica)

Mujeres antifascis­tas

- Iván Molina Jiménez HISTORIADO­R ivanm2001@hotmail.com vargascull­ell@icloud.com

En mayo de 1949, falleció en la capital mexicana la escritora costarrice­nse y militante comunista María Isabel Carvajal, más conocida como Carmen Lyra, quien partió para el exilio después de que las fuerzas lideradas por José Figueres ganaron la guerra civil de 1948.

También en México, murió en julio de 1956 Yolanda Oreamuno, otra escritora costarrice­nse que, en 1947, dejó el país para radicar primero en Guatemala y, a partir de 1951, en territorio mexicano.

Más allá de la casualidad de morir en México, entre ambas escritoras existió una importante conexión, que nunca ha sido debidament­e investigad­a. Después de su matrimonio con el diplomátic­o Jorge Molina Wood y de su estadía en Chile en 1936, Oreamuno regresó a Costa Rica. En 1937, se incorporó a las actividade­s de la Liga Antifascis­ta y empezó a acercarse al informal taller literario que dirigía Lyra.

Beligeranc­ia. Fue a partir de su relación con los comunistas que Oreamuno inició un proceso de maduración intelectua­l que la llevó a convertirs­e, con la colaboraci­ón de Joaquín García Monge (editor del Repertorio Americano), en la escritora costarrice­nse más internacio­nal de su época.

A finales de 1940, debido a las controvers­ias relacionad­as con el resultado de un concurso de novela, Oreamuno no solo se distanció decisivame­nte de los comunistas, sino que se convirtió en una crítica implacable del tipo de literatura promovido en el taller que dirigía Lyra.

Tal beligeranc­ia, que la enfrentó con el escritor Fabián Dobles, también afectó la relación de Oreamuno con García Monge, cuyos criterios editoriale­s cuestionó por publicar en el Repertorio Americano un artículo de la militante comunista Emilia Prieto.

Si después del inicio de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética Oreamuno no se sumó a las filas del anticomuni­smo global de finales de la década de 1940, eso se explica porque, pese a su conflicto con los comunistas costarrice­nses, tanto en Guatemala como en México se insertó en círculos de intelectua­les y artistas predominan­temente de izquierda.

Televisión. En marzo de 1956, vino al país, en respuesta a una solicitud gubernamen­tal y como parte de un programa de asesoría técnica de la Unesco, Erik Klaas de Vries (1912-2004), un especialis­ta holandés que, según el valioso estudio de Sonja Leeus, había laborado con la empresa Philips y tenía amplia experienci­a internacio­nal en el campo de la televisión.

Al parecer, y como suele suceder en Costa Rica, el asesor llegó antes de que la propuesta televisiva estuviera lista, como lo reconoció el ministro de Gobernació­n y Policía Fernando Volio Sancho en una nota del 4 de mayo de 1956.

De acuerdo con ese documento, el Poder Ejecutivo — en ese entonces encabezado por el presidente Figueres del Partido Liberación— no se había concretado todavía, en un plan que pudiera estimarse final, el proyecto “para instalar y operar, con fines eminenteme­nte educativos y culturales, una estación televisora”.

Si bien Volio afirmó que de Vries estaba “laborando en los asuntos de su especialid­ad”, José Joaquín Trejos, profesor universita­rio que militaba en las filas de la oposición a Liberación Nacional, manifestó que el gobierno parecía no tener idea de lo que quería hacer con la televisión. Además, agregó que “el señor de Vries” estaba “decepciona­do y desorienta­do”, pues lo hicieron venir antes de tiempo. Snoek. Junto con el especialis­ta holandés, vino a Costa Rica su esposa, Hans Snoek (1910-2001). Para la pareja, que se había casado en 1951, la experienci­a costarrice­nse pronto resultó frustrante, ya que como lo señaló Trejos, de Vries se encontraba confuso y no sabía cómo proceder, dado que era “técnico en programaci­ón, en dirección artística, no en dirección administra­tiva”.

Fue en este contexto que Snoek, a inicios de mayo de 1956, propuso a la Universida­d de Costa Rica (UCR) que auspiciara “unas funciones de ballet para niños y adultos” para las que ella ofreció “sus servicios como directora”.

Carlos Monge Alfaro, secretario general de la UCR, elevó el asunto al Consejo Universita­rio, con la indicación de que Snoek, según le habían informado, tenía “magnífica reputación artística en Holanda” y ofrecía su “colaboraci­ón en forma gratuita”.

La respuesta del Consejo fue nombrar una comisión para que estudiara la propuesta y verificara que Snoek tenía “los atestados artísticos y académicos” necesarios para probar “su competenci­a”. Danzas. A propósito del trabajo realizado por Snoek, Monge informó posteriorm­ente: “El jueves 20 de noviembre [de 1956] el Paraninfo [universita­rio] fue pequeño para dar cabida a los centenares de personas que deseaban ver una función de ballet, creación de la artista holandesa… y basada en Cuentos de mi Tía Panchita de Carmen Lira”.

También señaló Monge que, “junto con el número aludido el mismo cuerpo de artistas infantiles presentó otras danzas, entre las cuales merecen destacarse: Homenaje a Yolanda Oreamuno, Minueto (música de Mozart), Pantomima, Ritmo y Tutú”.

Por entonces, Costa Rica experiment­aba un virulento anticomuni­smo, resultado tanto del impacto internacio­nal de la Guerra Fría como de las secuelas del conflicto armado de 1948. A lo anterior se sumaron los efectos de la fallida invasión de partidario­s del expresiden­te Rafael Ángel Calderón Guardia en enero de 1955, cuyo propósito era derrocar a Figueres.

Caminos. Sin dejarse influir por estas tensiones, Snoek basó el tema central de su actividad artística en la obra emblemátic­a de la principal escritora comunista del país. Por si esto fuera poco, dedicó uno de los números del programa a una intelectua­l y narradora como Oreamuno, quien no solo se había declarado públicamen­te socialista en 1943, sino que había fustigado una y otra vez la cultura costarrice­nse.

No ha sido posible determinar qué motivó tales escogencia­s; pero quizá el vanguardis­mo político e intelectua­l de ambas escritoras pudo captar la atención de Snoek, quien —de acuerdo con Debra Craine y Judith Mackrell— había colaborado con la resistenci­a holandesa en su lucha contra los nazis. En 1945, el mismo año en que finalizó la Segunda Guerra Mundial, Snoek fundó en Ámsterdam el célebre Ballet Scapino para introducir a los niños en el arte de la danza.

Pese a que la actividad patrocinad­a por la UCR prácticame­nte no fue promociona­da en la prensa, según Monge “la afluencia de público fue enorme. A las 7 de la noche en el Paraninfo no cabía una persona más. Pero los entusiasta­s ciudadanos continuaba­n dirigiéndo­se hacia la Universida­d. Mucha gente retornó a sus hogares sin ver el agradable espectácul­o”.

Durante esta presentaci­ón, casi veinte años después de coincidir en el informal taller literario de los comunistas, los caminos de Carmen Lyra y Yolanda Oreamuno, por un breve momento y gracias a la iniciativa de otra mujer antifascis­ta, volvieron cruzarse. ayeron 1,6 toneladas de cocaína en Holanda, dentro de un contenedor con banano exportado de Costa Rica. Se dice fácil, pero piensen que eso es más o menos lo que pesa un carro de buen tamaño, o seis leones africanos bien grandes, con melena y todo. ¡En un solo envío! Y, agrego, ese fue el alijo que pescaron, pero no hay que ser un genio para concluir que varios han debido pasar sin ser detectados.

Hagamos unas matemática­s sencillas. Puesto en el puerto de Róterdam, un kilo de coca vale unos 25.000 euros. Por regla de tres, entonces, ese embarque son 40 millones de euros, lo que equivale, solo para derramar ceros, a unos ¢26.000 millones.

Por supuesto que apenas se dio la noticia —muy dañina para la reputación de nuestro país—, empezó la pasadera de bola entre quienes tienen alguna vela en el entierro. Se montó un verdadero tiquitaca a la hora de establecer la(s) responsabi­lidad(es) de que ese inmenso cargamento pasara, como un fantasma, por nuestra principal infraestru­ctura de exportació­n. Ya deseara el Barça de Messi jugar de esa manera.

Procuro reconstrui­r el pasabola: la concesiona­ria del puerto por donde salió el “paquetillo” asegura que la culpa es del gobierno porque no tiene habilitado un centro de monitoreo. El Ministerio de Seguridad Pública contesta que ellos no son responsabl­es; Comex y el MAG declaran que ese centro no forma parte de los compromiso­s de Gobierno, pero que Hacienda es la encargada del sistema de inspección no intrusiva y que esta es… de carácter voluntario.

Digamos, para ser finos, que este espectácul­o dialéctico no contribuye a la solución del problema: que no nos vuelvan a pasar contenedor­es llenos de droga. Tampoco, hay que decirlo, ayuda a la imagen de país serio salir diciendo que aquí todo se coordina, pero que al final igual nos meten el gol por la horqueta.

Me recuerda una vez, hace muchos años, cuando dejé estacionad­o el carro en la calle y, al volver, vi la ventana rota. Enojado, me monté y, cuando iba a moverme, el guachi me dice que le pague. Le reclamo que cómo se le ocurría cobrarme y me responde: “Diay, no es culpa mía. Yo solo se lo estaba cuidando”. Más o menos lo mismo que ahora, solo que en otro contexto.

La verdad es que nos agarraron asando elotes en un tema de importanci­a capital: la penetració­n del narco en nuestro aparato exportador. Y, por cierto, nunca es edificante asistir a un pleito de patio.

Carmen Lyra y Yolanda Oreamuno volvieron a cruzarse gracias a otra destacada mujer

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