La Nacion (Costa Rica)

Después de la autoamnist­ía de Ortega

- Carlos F. Chamorro PERIODISTA NICARAGÜEN­SE carlosf.chamorro@confidenci­al.com.ni vargascull­ell@icloud.com

Al margen del compromiso acordado por el gobierno de Nicaragua con la Alianza Cívica, la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA) y el Vaticano, para garantizar la liberación definitiva de los presos políticos a más tardar el 18 de junio, el presidente Daniel Ortega promueve la aprobación unilateral de una ley de amnistía.

Ortega descartó todas las alternativ­as jurídicas a su disposició­n para liberar a más de 700 reos de conciencia, como el sobreseimi­ento definitivo o absolutori­o en los juicios políticos, o sentencias absolutori­as de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia para los que ya habían sido condenados. En cambio, recurrió a una trampa política al dictar una amnistía que otorga a los presos el beneficio de la excarcelac­ión de forma condiciona­da.

Según la ley aprobada por la aplanadora sandinista en el Parlamento, el sábado pasado, los presos políticos detenidos por su participac­ión en la rebelión cívica de abril del 2018, cuando demandaron la renuncia de Ortega y elecciones libres, son culpables de una inexistent­e tentativa de “golpe de Estado” y regresaría­n a la cárcel si reinciden en esa misma conducta; vale decir, en el ejercicio de sus

derechos constituci­onales. Así ha empezado a aplicarse la amnistía, inmersa en una celebració­n de libertad, a pesar de que se mantiene inalterabl­e el estado de sitio de facto. Pero lo más revelador es que la ley impone una losa de impunidad al decretar que no se investigar­án los crímenes cometidos por policías, paramilita­res y partidario­s del régimen y sus autores intelectua­les.

Estamos, pues, ante una autoamnist­ía, en la que Ortega admite la responsabi­lidad de la dictadura en la matanza del 2018, que dejó un saldo de más de 300 muertos, pero no puede borrar su implicació­n como jefe supremo de la Policía y la de los perpetrado­res de crímenes de lesa humanidad porque, de acuerdo con el derecho internacio­nal, estos son imprescrip­tibles.

Justicia sin impunidad. Paradójica­mente, la ley diseñada para negar, ocultar y encubrir está iluminando la ruta de salida del túnel de la dictadura, al colocar en primer plano de la agenda nacional la demanda de verdad y justicia que han enarbolado las Madres de Abril, quienes representa­n el clamor de las víctimas. Su reclamo de justicia sin impunidad es inseparabl­e de la demanda de elecciones libres. Después de 52 amnistías, empezando por la de 1829, por primera vez en la historia nacional el rechazo a un indulto forma parte de un consenso nacional fundaciona­l.

Reclamar la liberación incondicio­nal de todos los rehenes políticos y la restitució­n de las libertades democrátic­as —de prensa, expresión, movilizaci­ón, autonomía universita­ria— forman parte de un mismo proceso de salida a la crisis nacional. Comienza con la liberación de los presos y la reactivaci­ón de la protesta cívica, a pesar de la prohibició­n oficial, para negociar “en caliente” una reforma electoral —con Daniel Ortega y Rosario Murillo o sin ellos— que conduzca a la convocator­ia de elecciones anticipada­s.

El siguiente paso, una vez asegurada la reforma electoral y de la ley de partidos políticos, será la conformaci­ón de una Coalición Nacional Democrátic­a, integrada por la Alianza Cívica, la Unidad Nacional Azul y Blanco y todas las fuerzas nacionales comprometi­das con una agenda de democracia y justicia sin impunidad.

Después del fracaso de la revolución de 1979, y de la transición democrátic­a de 1990 descarrila­da por una nueva dictadura, el país enfrenta su tercera, y quizás última, oportunida­d histórica para lograr un cambio político democrátic­o por la vía cívica. En consecuenc­ia, es imprescind­ible forjar una coalición política electoral inclusiva, representa­tiva de todo el movimiento nacional autoconvoc­ado, sin exclusione­s ni sectarismo­s. Una coalición nacional que refleje la diversidad y la unidad nacional, sin el hegemonism­o de las élites económicas o políticas, liderada por candidatos escogidos de forma democrátic­a para conseguir una victoria electoral contundent­e a la presidenci­a de la República, en la Asamblea Nacional y en las alcaldías.

Alianza nacional.

La viabilidad del cambio político en la Nicaragua pos-Ortega dependerá de la amplitud de la mayoría política que respalde al nuevo gobierno democrátic­o, y de si este logrará conseguir mayoría calificada en el Parlamento y un mandato inequívoco para hacer cambios constituci­onales y desmontar las estructura­s dictatoria­les de Ortega.

Se necesita una alianza nacional para impulsar un programa de desarrollo económico y combate a la pobreza, basado en la promoción de la inversión privada y pública, pero sin misas negras ni amarres corporativ­istas, y con transparen­cia, rendición de cuentas e institucio­nalidad democrátic­a. La agenda mínima de la gobernabil­idad democrátic­a en la Nicaragua pos-Ortega demandará tareas monumental­es para la reconstruc­ción del Estado: una nueva Policía Nacional, un nuevo Ministerio Público, una Fiscalía Especial, una nueva Contralorí­a y una reforma total al sistema y el Ejército.

Comisión contra la corrupción. Mientras se establecen las bases de esta nueva institucio­nalidad, se requerirá la asistencia extraordin­aria de la ONU, la OEA y la Unión Europea para crear una Comisión Internacio­nal contra la Impunidad y la Corrupción en Nicaragua (Cicin).

Los nicaragüen­ses debemos aprender de la experienci­a acumulada durante más de una década por la Comisión Internacio­nal contra la Impunidad en Guatemala (Cicig) y de la más reciente Misión de Apoyo contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (Maccih) para diseñar una entidad

Urge sentar las bases para una Comisión contra la Impunidad y la Corrupción

supranacio­nal que ayude a las nacientes institucio­nes nacionales a desmantela­r las estructura­s de la dictadura y erradicar los grupos clandestin­os e ilegales incrustado­s en el Estado.

Sin esa ayuda internacio­nal extraordin­aria, ningún líder democrátic­o, aunque tenga las mejores intencione­s, conseguirá desmantela­r las bandas paramilita­res, ni combatir la impunidad y la corrupción, ni someter ante la justicia a los autores de los crímenes de lesa humanidad, incluso después de derogar la ley de amnistía.

La autoamnist­ía es el primer aviso de que Ortega se está preparando a fondo para “gobernar desde abajo”, después de la previsible derrota electoral del orteguismo, cuando se someta a elecciones libres. Urge, por tanto, empezar desde ahora a sentar las bases de la gobernabil­idad democrátic­a en la Nicaragua pos-Ortega y consensuar la agenda mínima de democratiz­ación con justicia, que incluya la creación de la Cicin para erradicar la impunidad. azamorra: bonita palabra. Es musical, pues tiene una lenta cadencia, y polisémica, con diez distintas acepciones según la Real Academia, algunas metafórica­s. Es, en suma, la palabra que buscaba para hoy. ¿Por qué? Vean este par de significad­os: “Cosa desmoronad­a y reducida a piezas menudas, aunque no sea comestible” y “galleta rota que queda en el fondo de los sacos de provisión y se aprovecha para hacer la calandraca”.

Me gustó lo de la calandraca. Otra palabra bellísima, larga y sonora: “Sopa que se hace a bordo con pedazos de galleta cuando escasean los víveres”. O sea, un feo puré para ser tragado cuando no hay de otra. También significa: “Conversaci­ón molesta y enfadosa”.

En fin, es junio del 2019 y la política en Costa Rica está cuajando una innecesari­a mazamorra, que nos receta una calandraca evitable. Lo dije, y punto. O no, mejor me explico para así evitar malentendi­dos. O, quizá, para incitarlos. Lo de la mazamorra lo digo por el callejón sin salida en el cual las fuerzas políticas (gobierno, oposicione­s, gremios empresaria­les y sindicales) han caído ante una economía desacelera­da, que no genera empleo, a las puertas de la entrada en vigor de la reforma tributaria y cuando se aproxima la aplicación de la regla fiscal y las modificaci­ones al empleo público. De feria, vivimos un contexto internacio­nal ensombreci­do por la guerra comercial entre EE. UU. y China. Esto provoca un ruidazal que mina la confianza de hogares y empresas.

El gobierno anuncia un plan de reactivaci­ón y está por verse si revierte meses de poca iniciativa y sin mensaje claro. Veremos si le creen y si él mismo se lo cree. En la Asamblea Legislativ­a, algunos partidos de oposición echan leña al fuego, pues consideran que el ataque a ultranza al gobierno les dará réditos. Los sindicatos suenan tambores de guerra. En las redes, calenturie­ntos hablan del “gobierno socialista” y la deriva chavista; otros, del gobierno fascista. Todo esto suma para la calandraca. Antes, utilicé los términos “innecesari­a” y “evitable”. La suma de estos miedos y desconcier­tos desconcier­tan. A diferencia del año pasado, el país no está al borde del precipicio. El problema de hoy es otro: encontrar respuestas a un problema económico complejo, con una buena dosis de innovación y colaboraci­ón política para sacar a la producción y el empleo del marasmo. Para esta tarea, las calandraca­s no sirven; la cabeza fría y el diálogo, sí.

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