La Nacion (Costa Rica)

La Amazonía es de todos

- Danielle Hanna Rached ABOGADA DANIELLE HANNA RACHED: profesora de Derecho Internacio­nal en la Fundación Getulio Vargas de Río de Janeiro. © Project Syndicate 1995–2019

RÍO DE JANEIRO– En 1989, el presidente brasileño José Sarney declaró desafiante ante la Asamblea General de las Naciones Unidas: “La Amazonía es nuestra”. La evidente fuerza nacionalis­ta del eslogan lo convirtió en un favorito de los políticos de derecha, incluidos congresist­as vinculados con empresas de construcci­ón que tienen intereses en el desarrollo del territorio selvático. Treinta años después, el presidente Jair Bolsonaro es su nuevo líder y está poniendo en riesgo el bienestar no solo de la Amazonía, sino de Brasil y de todo el planeta.

Bolsonaro sostiene que el reclamo de Brasil sobre la Amazonía es en beneficio del país y que los actores extranjero­s que critican la explotació­n brasileña de esa región (desde los gobiernos europeos hasta el papa Francisco) promueven la biodiversi­dad con el único objetivo de explotarla en el futuro. Con su caracterís­tica misoginia, hace poco declaró que “Brasil es una virgen a la que todos los depravados extranjero­s desean”.

Pero Bolsonaro no quiere mantener casta a la Amazonía; solo desea estar entre quienes la exploten. Su promoción del desarrollo

del territorio selvático y sus ataques a la regulación ambiental llevaron, por ejemplo, a la expansión de actividade­s agroindust­riales, en particular la ganadería, y al desmonte ilegal. Según datos del Instituto Nacional de Investigac­ión Espacial del Brasil, la deforestac­ión de la parte brasileña de la selva amazónica registró en junio un incremento interanual del 88 %.

Vistos los esfuerzos de Bolsonaro para abrir las tierras de los pueblos indígenas a la agricultur­a comercial y la minería, es probable que la deforestac­ión se acelere más. Entre 2000 y 2014, la deforestac­ión dentro de los territorio­s indígenas avanzó a un ritmo del 2 %, contra el 19 % en el resto de la Amazonía brasileña.

Las implicacio­nes son terribles. La jungla amazónica es la más grande del mundo, hogar de una de las mayores concentrac­iones de biodiversi­dad del planeta. Además, como el río Amazonas es la mayor fuente de drenaje de agua dulce del mundo, su ciclo hidrológic­o tiene una gran influencia sobre el clima de la Tierra y la selva amazónica actúa como un enorme sumidero de carbono, al absorber más dióxido de carbono del que libera.

En vista de la necesidad de la Amazonía para la salud del planeta, ningún régimen de acción climática internacio­nal podrá ser eficaz si no tiene en cuenta el efecto de las políticas públicas sobre esta región. No es extraño entonces que la torpe mirada de Bolsonaro sobre la Amazonía genere el rechazo de la comunidad internacio­nal, incluso mediante el reciente acuerdo comercial entre la Unión Europea y los países latinoamer­icanos que integran el Mercosur.

Brasil, miembro del Mercosur, tiene un claro interés en el éxito de ese tratado comercial. El acuerdo de asociación con la Unión Europea promete revitaliza­r sectores económicos a ambos lados del Atlántico mediante la creación de un mercado integrado por 780 millones de consumidor­es. Esto puede beneficiar, por ejemplo, a la industria brasileña de la carne.

El problema para Bolsonaro es que el acuerdo impone a los exportador­es del Mercosur normas ambientale­s y laborales estrictas. En el marco de sus iniciativa­s de desarrollo sostenible (y bajo presión de la sociedad civil), la dirigencia de la Unión Europea supeditó el acceso a su mercado al cumplimien­to de reglas y compromiso­s multilater­ales, entre ellos, los convenios fundamenta­les de la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo y el acuerdo climático de París del 2015.

Es verdad que grupos ambientali­stas criticaron el acuerdo con el Mercosur, ya que, según dicen, no incluye una fiscalizac­ión suficiente de las normas. Pero la dirigencia de la Unión Europea destacó la inclusión de mecanismos de supervisió­n y resolución de disputas.

El acuerdo comercial seguirá bajo escrutinio en los próximos años, y no solo en relación con el medioambie­nte. Por ejemplo, algunos lo acusan de mantener la vieja división del trabajo entre los países en desarrollo, cuyas economías dependen de la volátil exportació­n de commoditie­s, y los países desarrolla­dos, que exportan manufactur­as con mayor valor agregado.

La resistenci­a de Bolsonaro

El presidente Jair Bolsonaro está poniendo en riesgo el bienestar de todo el planeta

a las normas ambientale­s hace todavía más importante la vigilancia y el cumplimien to de los términos del acuer do. De hecho, la dirigencia de la Unión Europea debería tratar de convertir el acuerdo UE-Mercosur en un mecanis mo transnacio­nal de rendición de cuentas para los países que no respeten sus compromiso­s ambientale­s o incluso adopten prácticas antidemocr­áticas que afecten a sus socios co merciales.

Declarar que “la Amazonía es nuestra” tal vez fuera políti camente convenient­e en 1989 y Bolsonaro llegó muy lejos con su retórica nacionalis­ta Pero en el mundo globaliza do de hoy, ninguna economía prospera sola. Los países de ben responsabi­lizarse mu tuamente por políticas cuyas consecuenc­ias se extienden mucho más allá de las fronte ras nacionales, por ejemplo las que destruyen el medioam biente del que todos depende mos.

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