Dos malos son muchos
Los extranjeros en el fútbol nacional no deberían ser dañinos para los jóvenes de casa. Los buenos... ¡Por supuesto! O sea….
México tiene la mejor liga de Concacaf y una de las primeras del continente. Salvo Chivas, cada escuadra está plagada de foráneos, casi todos importantes en selecciones de Suramérica.
Esos legionarios que habitan en el balompié mexicano no son nocivos para un torneo que, justo por ellos, ha ganado jerarquía. Las Ligas europeas, por su parte, son un arcoíris de nacionalidades.
El tema no es de números. Es de calidad. Dos extranjeros pueden ser mucho si vienen de aparecidos, a sobrevivir en un deporte que en su país no les ofrece mercado.
Por el contrario, seis pueden ser poco si el pasaporte viene con olor a estrella, con una historia de fútbol, y no de azares en islas y países exóticos.
Tener acento suramericano se ha convertido, en muchísimos casos, en la visa de entrada al fútbol casero. O provenir del país de la garra catracha. O, últimamente, tener un expediente abierto –no importa si regular o no– en el balompié mexicano.
La mayoría viene con fecha de caducidad vencida, o apenas estrena su credencial de profesionales, imposible de usar con éxito en el mundo de las grandes competencias.
Si en lugar de 4 o 5 extranjeros con categoría tuviésemos una legión, la liga local crecería. Los partidos serían intensos, el ritmo vertiginoso, y los de casa tendrían que adaptarse a ellos para sobrevivir.
Los jóvenes serían los más beneficiados. La exigencia alta los haría tomar en serio esto. No sería tan fácil entrar a un camerino y simplemente vestirse para el juego del domingo, solo porque la planilla está devaluada.
Pero si los aventureros en nuestra liga siguen siendo tan desteñidos como casi todos, puede irse al carajo la mayoría. Porque entonces sí estarán ocupando el aire de los de casa, quienes sin pasaporte extranjero, por ganar poco o porque no hace falta exhibirlos para venderlos, tienen que hacer fila injustamente.