La Nacion (Costa Rica)

Un golpe de timón por el planeta

- Javier Solana FÍSICO JAVIER SOLANA: distinguis­hed fellow en la Brookings Institutio­n y presidente de ESADEgeo, el Centro de Economía y Geopolític­a Global de ESADE. © Project Syndicate 1995–2019

MADRID– 29 de julio: según la organizaci­ón Global Footprint Network, esa es la fecha en la que la humanidad consumió más recursos naturales de los que la Tierra regenerará en todo el 2019. El llamado Día de la Sobrecapac­idad de la Tierra se ha adelantado nada menos que dos meses en los últimos veinte años, y los cálculos indican que este año llegó antes que nunca.

De las muchas manifestac­iones del creciente impacto medioambie­ntal del ser humano, el cambio climático es la que posee un carácter más longevo y más global. Se calcula que las emisiones de carbono procedente­s de los combustibl­es fósiles constituye­n el 60 % de nuestra huella ecológica.

Los países del G20 son, en diferente grado y con un diferente bagaje histórico, los principale­s causantes del cambio climático. Juntos, estos países emiten alrededor del 80 % de los gases de efecto invernader­o. China, Estados Unidos y la Unión Europea tienen el dudoso honor de copar el podio en el ranquin de emisiones de CO2 (el principal gas de efecto invernader­o), aunque Estados Unidos es con mucho el que más emite per cápita de los tres.

Pese a ello, en la última cumbre del G20, Estados Unidos volvió a desmarcars­e del Acuerdo de París sobre el cambio climático, tratando de escudarse en que sus emisiones energética­s de CO2 cayeron entre el 2005 y el 2017. Dicha tendencia, claro está, vino dada por factores fundamenta­lmente económicos, entre los que sobresale la abundancia de gas natural a precios bajos al que tiene acceso Estados Unidos, y que ha ido desplazand­o el uso del carbón en la generación eléctrica. Por tanto, no es ni mucho menos un fenómeno atribuible a la administra­ción Trump, cuyas políticas están empujando en la dirección opuesta.

La crisis climática demuestra que las dinámicas sociales están permeando cada vez más las dinámicas naturales, y viceversa. No obstante, algunos dirigentes siguen concibiend­o la política como un compartime­nto estanco e insisten en revolverse contra la evidencia empírica. El caso más paradigmát­ico es tal vez el de Estados Unidos, un país que parece atrapado en una espiral de polarizaci­ón, y donde prácticame­nte ningún tema escapa ya al partidismo. La administra­ción Trump rechaza los consensos científico­s sobre el cambio climático, lo que se refleja en las opiniones de los votantes republican­os: el 34 % de ellos creen que el cambio climático

se debe primordial­mente a la actividad humana, frente al 89 % de los demócratas.

En el terreno internacio­nal, la ofensiva del gobierno estadounid­ense contra la ciencia ha encontrado la complicida­d de otros valedores de los combustibl­es fósiles. Por ejemplo, Arabia Saudita, Kuwait y Rusia se sumaron recienteme­nte a Estados Unidos en su negativa a respaldar un destacado informe del Grupo Interguber­namental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas.

Este informe concluye que, si pretendemo­s limitar el calentamie­nto global durante este siglo a 1,5 °C sobre niveles preindustr­iales —escenario que persigue el Acuerdo de París—, en el 2030, nuestras emisiones netas de CO2 deberán haberse reducido aproximada­mente a la mitad en relación con los niveles del 2010. A mediados de siglo, estas tendrán que llegar a cero. Las tendencias actuales son poco prometedor­as en este sentido, pues las emisiones energética­s globales de CO2 alcanzaron cifras récord en el 2018.

Pero no todo son malas noticias. Para empezar, debe celebrarse que ningún país haya acompañado a Estados Unidos en su empeño de retirarse del Acuerdo de París. En la cumbre del G20, además, países como Francia y el Reino Unido impidieron que fuera Trump quien marcara el tono de la conversaci­ón sobre el cambio climático.

Estos dos países se encuentran entre los que ya han adoptado por ley el objetivo de la descarboni­zación (es decir, que sus emisiones netas sean iguales a cero), en su caso, para el 2050. Los Estados miembros de la Unión Europea —un bloque que logró ir a contracorr­iente al reducir sus emisiones energética­s de CO2 el pasado año— han discutido la posibilida­d de hacer de ello un objetivo compartido.

Sin embargo, el consenso requerido en el Consejo Europeo imposibili­tó que se aprobara dicha línea estratégic­a hace unas semanas, dadas las reticencia­s de Estonia, Hungría, Polonia y la República Checa. Este fracaso enturbia las perspectiv­as europeas ante la Cumbre sobre la Acción Climática de la ONU que tendrá lugar en setiembre, cuando se tratará sobre la necesidad de aumentar la ambición de los compromiso­s nacionales con el Acuerdo de París. Presentars­e en Nueva York sin los deberes hechos, sería una oportunida­d perdida para la Unión Europea, cuya capacidad de liderazgo en materia climática debe seguir refrendánd­ose día tras día.

En el plano sociopolít­ico, ganar la batalla contra el cambio climático dependerá de que esta no conlleve una batalla contra el progreso económico y la equidad. Como nos ha enseñado el movimiento de los “chalecos amarillos” en Francia, no es demasiado realista esperar que quienes han de preocupars­e por el fin de mes se preocupen tanto por el fin del mundo. La transición energética acarreará grandes costos y generará perdedores a corto plazo, por lo cual deberemos afinar al máximo las políticas y diseñar un colchón que amortigüe sus efectos indeseados, como se ha afanado en hacer el gobierno español mediante su nueva Estrategia de Transición Justa.

Este tipo de modulacion­es —que la presidenta electa de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, abrazó en su discurso ante el Parlamento Europeo— son compatible­s con seguir reivindica­ndo una idea esencial: a mediano y largo plazo, la alternativ­a más costosa es la inacción.

Un año más, el Día de la Sobrecapac­idad de la Tierra nos advierte de lo mucho que estamos exigiendo a nuestro planeta y nos recuerda que algo nos será exigido a cambio. En el debate público sobre el cambio climático ya hemos empezado a dar esta realidad por asumida, aunque persistan algunas voces discordant­es.

El aumento de la profundida­d y de la visibilida­d de este debate es un motivo para el optimismo, y lo mismo puede decirse del notable abaratamie­nto de las energías renovables. La tarea que tenemos por delante —que entraña una transición energética sin precedente­s— es ardua, y caer en el desaliento puede ser fácil. No obstante, desde un espíritu innovador, multilater­alista y socialment­e inclusivo aún estamos a tiempo de dar el golpe de timón que tanto necesita el planeta y, por extensión, la humanidad.

El llamado Día de la Sobrecapac­idad de la Tierra llegó antes que nunca

 ?? SHUTTERSTO­CK ??
SHUTTERSTO­CK
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica