La Nacion (Costa Rica)

La libertad de conciencia es el más fundamenta­l de los derechos

- Marcela Echandi Gurdián PROFESORA DE FILOSOFÍA Y ABOGADA marcela.echandi@ucr.ac.cr

La libertad de conciencia es una condición interna que se va conformand­o de acuerdo con el crecimient­o y la socializac­ión del niño; primero, en el seno familiar; luego, en el ámbito de la escolarida­d.

Se va desarrolla­ndo a través de la educación aprendiend­o a razonar, a pensar por sí mismo y se va mostrando como autonomía personal para decidir, elegir y formarse su propia visión del mundo. Todos los grandes autores han acordado que la educación es el quehacer principal para los seres humanos en todos los tiempos. Es un proceso que nos lleva toda la vida porque, aunque viejos, siempre tenemos que recurrir a la razón y al lenguaje para formar nuestras ideas y pensamient­os. De modo tal que es la única vía posible para empoderarn­os del mundo, de quiénes somos y poder convivir socialment­e. La educación es el instrument­o que permite la construcci­ón y conformaci­ón de una capacidad o facultad para pensar por nosotros mismos y ser autónomos. Muy contraria a la acumulació­n de informació­n o de datos.

La libertad de conciencia se traduce, además de pensar por uno mismo, en la ausencia de discrimina­ciones y privilegio­s para las distintas ideas de pensamient­o racionales y en hacer posible generar las propias sin juicios o dogmas previos. Librepensa­dora es una persona que sostiene que las posiciones referentes a la verdad deben tomarse sobre la base de la lógica, la razón y la argumentac­ión coherente y la posible

práctica en vez de la autoridad, la tradición, la revelación o toda proposició­n que se da por cierta sin ser experiment­ada.

Bajo estas directrice­s, se debe orientar la guía de los padres y maestros. La tarea educativa, además de crear individuos autónomos —que piensen y actúen por sí mismos— tiene que desarrolla­r esa capacidad para la inevitable vida en sociedad, procurando siempre la creación, iniciativa, invención e innovación. De lo contrario, no existirán más que imitadores que, como robots, reproducen automática­mente lo que otros, valiéndose de su posición de poder o autoridad sobre ellos, les obligan a creer y a hacer.

Pluralidad y tolerancia. La libertad de conciencia, por tener un contenido racional, posibilita el desarrollo científico de las ideas y es garante de la pluralidad y de la tolerancia que propician la libérrima discusión de todo el pensamient­o racional y su expresión; principio que se le atribuye a Voltaire en el aforismo: “No estoy de acuerdo con tus ideas, pero daría la vida por defender tu derecho a expresarla­s”.

Como es de muchos conocido, nuestra institucio­nalidad no pudo tener otro origen que el liberalism­o filosófico —no confundir con el económico— y distingue claramente las ideas de las creencias. Está basado en el libre examen y este no es una ideología, sino el método racional requerido en todos los ámbitos del conocimien­to. Hay que diferencia­r conocimien­to de informació­n; esta nos bombardea constantem­ente, no requiere mayor interioriz­ación ni sentido crítico. En cambio, el conocimien­to es el resultado de la interioriz­ación, la reflexión crítica de la informació­n y el diálogo con otros. El conocimien­to es necesariam­ente colectivo porque es tal en la medida que es compartido y verificado por muchos; aparte de ser resultado del aporte de muchos también.

El profesor Fernando Savater —en conferenci­a dictada en Madrid en 1999— sobre la educación, recalca la necesidad de corrección en el educando, solo cuando este incurre en una opinión irracional. Para ello, nos dice que “no todas las opiniones son respetable­s, aunque siempre lo son todas las personas, sean cuales fueren sus opiniones”. Una opinión no respetable es, por ejemplo, la afirmación de que la Tierra es el centro del sistema solar; y así habrá muchas que, por irracional­es, deben ser refutadas por la ciencia y advertidas en el quehacer educativo. Educación como una montaña. Posiblemen­te inspirados en estas ideas liberales fue que Jesús Jiménez Zamora y su secretario de Instrucció­n Pública Julián Volio Llorente declararon en 1869 la educación primaria obligatori­a, gratuita y costeada por el Estado, por considerar­la la única alternativ­a a la autodeterm­inación y la elección que son intrínseca­s a la condición humana.

Esta realidad, que es independie­nte de nosotros, y considerad­a así desde el mundo griego, hace de la educación la tarea más excelsa del Estado. Los humanistas compararan el conocimien­to con una montaña, que mientras más se escala subiéndola, más se ensancha el horizonte. Por esta razón, no existe conocimien­to sin libre albedrío y este es poder; poder para pensar. No es una tarea fácil, requiere tiempo, trabajo, motivación y entrenamie­nto. La escuela y la familia son espacios para ese entrenamie­nto y cumplen su misión ejercitánd­onos en él.

La convocator­ia a la escolarida­d instaura desde la época republican­a la columna vertebral de nuestra institucio­nalidad costarrice­nse, que ha sido empoderar a los individuos en la aventura del conocimien­to, inmersos en el proceso de lucha contra la ignorancia, el fanatismo y la superstici­ón. Ricardo Jiménez Oreamuno, tres veces presidente de la República y presidente de los tres poderes estatales durante su vida política, con mente preclara supo consolidar los cimientos filosófico­s de nuestra institució­n educativa afirmando que la educación “sirve para hacer curiosos a los jóvenes y para hacerlos investigad­ores. Ni las ciencias, ni las letras, ni las artes pueden tener valladares que atajen la curiosidad de los estudiante­s”. “Yo me acongojo”, decía, “cuando voy a ciertas oficinas públicas y veo en todas las puertas el rótulo ‘Prohibida la entrada’. Posiblemen­te, eso se haga para el buen servicio. Pero en la escuela en que estudiante­s y profesores encuentren puertas con rótulos de ‘Prohibida la entrada’ para sus investigac­iones y sus deseos de saber más, no habrá tal escuela, sino prisión para el pensamient­o y escarnio de la cultura”.

Modelos y adoctrinam­iento. ¿Qué dirían los conocedore­s y todos los pensadores de nuestra educación actual? ¿En qué la han convertido? Un educador fiel a su mandato y a su vocación debe ser un ejemplo como ser humano para sus educandos, debe ser un modelo. Pero, sobre todo, debe respetar el derecho más fundamenta­l de todos, que es la libertad de conciencia y la capacidad de cada estudiante para ir formando su propio criterio, su propia visión del mundo y, con ello, su capacidad para ser lo que considera lo hace dichoso internamen­te y en su desempeño dentro de la sociedad. La idea de que este derecho a la libertad de pensamient­o existe como atributo fundamenta­l de la persona y que se debe respetar constituye la esencia ético-política de la democracia.

Degradan, mancillan y desprecian la educación quienes la corrompen imponiendo e intimidand­o a los estudiante­s su manera de pensar y de ver el mundo. Transgrede­n el contenido más esencial de lo que es el proceso educativo al no respetar y más bien impedir que el estudiante desarrolle las inquietude­s necesarias para que por sí mismo busque respuestas a sus preguntas.

¡Resulta muy fácil adoctrinar o encaminar en el error a quienes están en las etapas primarias de cualquier ciclo educativo! ¿Por qué no buscan imponer sus intereses a la gente adulta o cercana a la culminació­n de una carrera? Reproducen exactament­e lo mismo que critican, manipuland­o a los jóvenes como hacen los Estados poderosos con los menos aventajado­s de la sociedad: enviarlos como “carne de cañón” a la guerra. Con la depravació­n de la educación, el resultado puede ser aún peor que la muerte, ya que con el irrespeto a la libertad de conciencia y a la libertad de pensamient­o, se están fabricando bajo un vil propósito, vasallos para toda su vida.

Degradan la educación quienes imponen a los estudiante­s su manera de pensar y ver el mundo

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