La libertad de conciencia es el más fundamental de los derechos
La libertad de conciencia es una condición interna que se va conformando de acuerdo con el crecimiento y la socialización del niño; primero, en el seno familiar; luego, en el ámbito de la escolaridad.
Se va desarrollando a través de la educación aprendiendo a razonar, a pensar por sí mismo y se va mostrando como autonomía personal para decidir, elegir y formarse su propia visión del mundo. Todos los grandes autores han acordado que la educación es el quehacer principal para los seres humanos en todos los tiempos. Es un proceso que nos lleva toda la vida porque, aunque viejos, siempre tenemos que recurrir a la razón y al lenguaje para formar nuestras ideas y pensamientos. De modo tal que es la única vía posible para empoderarnos del mundo, de quiénes somos y poder convivir socialmente. La educación es el instrumento que permite la construcción y conformación de una capacidad o facultad para pensar por nosotros mismos y ser autónomos. Muy contraria a la acumulación de información o de datos.
La libertad de conciencia se traduce, además de pensar por uno mismo, en la ausencia de discriminaciones y privilegios para las distintas ideas de pensamiento racionales y en hacer posible generar las propias sin juicios o dogmas previos. Librepensadora es una persona que sostiene que las posiciones referentes a la verdad deben tomarse sobre la base de la lógica, la razón y la argumentación coherente y la posible
práctica en vez de la autoridad, la tradición, la revelación o toda proposición que se da por cierta sin ser experimentada.
Bajo estas directrices, se debe orientar la guía de los padres y maestros. La tarea educativa, además de crear individuos autónomos —que piensen y actúen por sí mismos— tiene que desarrollar esa capacidad para la inevitable vida en sociedad, procurando siempre la creación, iniciativa, invención e innovación. De lo contrario, no existirán más que imitadores que, como robots, reproducen automáticamente lo que otros, valiéndose de su posición de poder o autoridad sobre ellos, les obligan a creer y a hacer.
Pluralidad y tolerancia. La libertad de conciencia, por tener un contenido racional, posibilita el desarrollo científico de las ideas y es garante de la pluralidad y de la tolerancia que propician la libérrima discusión de todo el pensamiento racional y su expresión; principio que se le atribuye a Voltaire en el aforismo: “No estoy de acuerdo con tus ideas, pero daría la vida por defender tu derecho a expresarlas”.
Como es de muchos conocido, nuestra institucionalidad no pudo tener otro origen que el liberalismo filosófico —no confundir con el económico— y distingue claramente las ideas de las creencias. Está basado en el libre examen y este no es una ideología, sino el método racional requerido en todos los ámbitos del conocimiento. Hay que diferenciar conocimiento de información; esta nos bombardea constantemente, no requiere mayor interiorización ni sentido crítico. En cambio, el conocimiento es el resultado de la interiorización, la reflexión crítica de la información y el diálogo con otros. El conocimiento es necesariamente colectivo porque es tal en la medida que es compartido y verificado por muchos; aparte de ser resultado del aporte de muchos también.
El profesor Fernando Savater —en conferencia dictada en Madrid en 1999— sobre la educación, recalca la necesidad de corrección en el educando, solo cuando este incurre en una opinión irracional. Para ello, nos dice que “no todas las opiniones son respetables, aunque siempre lo son todas las personas, sean cuales fueren sus opiniones”. Una opinión no respetable es, por ejemplo, la afirmación de que la Tierra es el centro del sistema solar; y así habrá muchas que, por irracionales, deben ser refutadas por la ciencia y advertidas en el quehacer educativo. Educación como una montaña. Posiblemente inspirados en estas ideas liberales fue que Jesús Jiménez Zamora y su secretario de Instrucción Pública Julián Volio Llorente declararon en 1869 la educación primaria obligatoria, gratuita y costeada por el Estado, por considerarla la única alternativa a la autodeterminación y la elección que son intrínsecas a la condición humana.
Esta realidad, que es independiente de nosotros, y considerada así desde el mundo griego, hace de la educación la tarea más excelsa del Estado. Los humanistas compararan el conocimiento con una montaña, que mientras más se escala subiéndola, más se ensancha el horizonte. Por esta razón, no existe conocimiento sin libre albedrío y este es poder; poder para pensar. No es una tarea fácil, requiere tiempo, trabajo, motivación y entrenamiento. La escuela y la familia son espacios para ese entrenamiento y cumplen su misión ejercitándonos en él.
La convocatoria a la escolaridad instaura desde la época republicana la columna vertebral de nuestra institucionalidad costarricense, que ha sido empoderar a los individuos en la aventura del conocimiento, inmersos en el proceso de lucha contra la ignorancia, el fanatismo y la superstición. Ricardo Jiménez Oreamuno, tres veces presidente de la República y presidente de los tres poderes estatales durante su vida política, con mente preclara supo consolidar los cimientos filosóficos de nuestra institución educativa afirmando que la educación “sirve para hacer curiosos a los jóvenes y para hacerlos investigadores. Ni las ciencias, ni las letras, ni las artes pueden tener valladares que atajen la curiosidad de los estudiantes”. “Yo me acongojo”, decía, “cuando voy a ciertas oficinas públicas y veo en todas las puertas el rótulo ‘Prohibida la entrada’. Posiblemente, eso se haga para el buen servicio. Pero en la escuela en que estudiantes y profesores encuentren puertas con rótulos de ‘Prohibida la entrada’ para sus investigaciones y sus deseos de saber más, no habrá tal escuela, sino prisión para el pensamiento y escarnio de la cultura”.
Modelos y adoctrinamiento. ¿Qué dirían los conocedores y todos los pensadores de nuestra educación actual? ¿En qué la han convertido? Un educador fiel a su mandato y a su vocación debe ser un ejemplo como ser humano para sus educandos, debe ser un modelo. Pero, sobre todo, debe respetar el derecho más fundamental de todos, que es la libertad de conciencia y la capacidad de cada estudiante para ir formando su propio criterio, su propia visión del mundo y, con ello, su capacidad para ser lo que considera lo hace dichoso internamente y en su desempeño dentro de la sociedad. La idea de que este derecho a la libertad de pensamiento existe como atributo fundamental de la persona y que se debe respetar constituye la esencia ético-política de la democracia.
Degradan, mancillan y desprecian la educación quienes la corrompen imponiendo e intimidando a los estudiantes su manera de pensar y de ver el mundo. Transgreden el contenido más esencial de lo que es el proceso educativo al no respetar y más bien impedir que el estudiante desarrolle las inquietudes necesarias para que por sí mismo busque respuestas a sus preguntas.
¡Resulta muy fácil adoctrinar o encaminar en el error a quienes están en las etapas primarias de cualquier ciclo educativo! ¿Por qué no buscan imponer sus intereses a la gente adulta o cercana a la culminación de una carrera? Reproducen exactamente lo mismo que critican, manipulando a los jóvenes como hacen los Estados poderosos con los menos aventajados de la sociedad: enviarlos como “carne de cañón” a la guerra. Con la depravación de la educación, el resultado puede ser aún peor que la muerte, ya que con el irrespeto a la libertad de conciencia y a la libertad de pensamiento, se están fabricando bajo un vil propósito, vasallos para toda su vida.
Degradan la educación quienes imponen a los estudiantes su manera de pensar y ver el mundo