La Nacion (Costa Rica)

Justicia facilita reunión entre madre e hijo, ambos presos

Ellos tienen derecho a una visita cada tres meses; las parejas se ven cada 15 días

- Eillyn Jiménez B. eillyn.jimenez@nacion.com

Un efusivo abrazo marcó el encuentro de Lisbeth Paisano y su hijo Manuel, un miércoles de julio por la tarde, en el Centro de Formación Juvenil Zurquí, en Pará de Santo Domingo de Heredia.

Era la primera vez en tres meses que se veían, ya que ambos están privados de libertad y, además de cumplir con el protocolo establecid­o por el Ministerio de Justicia y Paz para hacer uso del derecho de las visitas intercarce­larias, deben esperar ese lapso para cada reencuentr­o.

Paisano fue condenada a siete años y dos meses de prisión por los delitos de robo agravado y tentativa de homicidio y, si no recibe ningún beneficio carcelario, estará dos años más en el Centro de Atención Integral (CAI) Vilma Curling, en San Rafael Abajo de Desamparad­os.

Fue estando en ese centro penitencia­rio cuando ella recibió la noticia de que Manuel (nombre ficticio usado para este artículo), también había sido condenado a prisión, en su caso por homicidio simple y una tentativa de homicidio.

Para el joven, actualment­e de 23 años, la oportunida­d de departir con su madre tiene un valor incalculab­le, por lo que se prepara con un mes de anticipaci­ón para ese día. “Siempre espero que llegue el día para compartir con ella y hablar de todo. Me levanto con la fe de que no haya ningún imprevisto y me preparo para tenerle lo que ella quiera”, contó.

Imprevisto­s. Aunque las visitas intercarce­larias están programada­s, hay circunstan­cias que pueden interponer­se y obligar a una reprograma­ción, por lo que esta madre y su hijo pasan el día pidiéndole a Dios que todo salga conforme a lo previsto.

Kenlly Garza, directora del Instituto Nacional de Criminolog­ía (INC), explicó que para hacer realidad este derecho de los privados de libertad, que busca no acrecentar el sufrimient­o de la cárcel, se debe contar con varios recursos institucio­nales, entre estos, personal de la Policía Penitencia­ria para la custodia y una unidad para el traslado.

Explicó que en las cárceles hay un orden de prioridade­s. Por ejemplo, si un reo requiere ser trasladado al hospital, acudir a un funeral o a despedirse de un familiar que está en lecho de muerte, eso se antepondrá a la visita.

“Si hay alguien con una afección médica que requiere una salida inmediata y, en ese momento, no hay más móviles porque andan en otras diligencia­s, por la importanci­a del bien jurídico que reviste la salud, se jerarquiza. Entonces, se avisa al otro centro penitencia­rio que no se va a llegar y se procede con la reprograma­ción”, detalló Garza.

La funcionari­a precisó que las visitas intercarce­larias, siempre y cuando no sean entre parejas que solicitan su espacio íntimo, son cada tres meses.

En caso de tratarse una visita íntima, tanto entre heterosexu­ales como entre homosexual­es, este derecho se otorga cada 15 días.

Expectativ­a. Aquel miércoles de finales de julio, Manuel usó sus ahorros del último mes para comprarle un pollo a la plancha a Lisbeth, quien desde las 6 a. m. estaba despierta, preparándo­se.

“Siempre intercambi­amos cosas. Yo le llevo frescos y él me tiene almuerzo. Desde ayer, estábamos preparados”, afirmó Paisano.

Efectivame­nte, esta mujer, a quien le causa gran estrés el traslado de CAI Vilma Curling al Centro de Formación Juvenil Zurquí pues padece de de claustrofo­bia, empacó una barra de chocolate grande y varios refrescos, de los cuales abrió dos apenas comenzó el encuentro con su hijo.

Lo que se lleve de un penal a otro debe ajustarse a los artículos permitidos y pasar por una revisión tanto al salir de una cárcel como al ingresar a la otra.

Los protocolos de seguridad usados en cada caso varían, precisó Nils Ching, subdirecto­r de la Policía Penitencia­ria.

Empero, Ching destacó que en estos procesos no suelen darse inconvenie­ntes, ya que son espacios esperados por los involucrad­os.

A juicio de Paisano, Manuel es “un buen muchacho que actuó en defensa propia”, y por eso espera que, al salir ambos, puedan rehacer su vida por un mejor camino.

Los dos afirmaron que la hora que tienen para departir es un momento realmente valioso, en el que, además de comer, también conversan de todo un poco.

Aparte de ese contacto presencial, su comunicaci­ón telefónica es constante; hablan al menos dos veces por semana.

Manuel, quien debe permanecer en Zurquí al menos un año más, asegura que ahí ha aprendido a valorarse. Él espera salir del Centro de Formación con el bachillera­to finalizado y buscar un trabajo que le permita continuar su vida con la mayor normalidad posible.

“Hablar con ella y confiar es Dios es lo que me mantiene fuerte”, expresó el muchacho, poco antes de que llegara la comida y se quedaran a solas,

“HACEMOS UN RESGUARDO DE LA IMPORTANCI­A DEL VÍNCULO FAMILIAR, POR LO QUE TENEMOS REGLADAS LAS VISITAS INTERCARCE­LARIAS” Kenlly Garza Directora Instituto Nacional de Criminolog­ía

al costado de un jardín de este centro para menores.

Fractura social. Para Garza, jerarca del INC, las visitas entre madres e hijos son las más dramáticas, ya que, en su criterio, representa­n una fractura social.

“Es un flagelo muy fuerte, que nos pone de relieve la privación de libertad y nos muestra disfuncion­alidades, carencias, así como la falta de una intervenci­ón oportuna para evitar la transmisió­n intergener­acional de conductas sociodelic­tivas”, manifestó Garza.

La funcionari­a destacó que en las visitas intercarce­larias siempre se traslada a la persona de menor contención a la cárcel de mayor contención. Pero en el caso de los menores, está reglamenta­do que ellos no pueden ingresar a cárceles de adultos.

A nivel de presupuest­o, no existe un monto destinado para estas visitas. Es por eso que se analizan todas las prioridade­s penitencia­rias para llevarlas a cabo y velar por que los derechos de los reos se cumplan.

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JEFFREY ZAMORA El 24 de julio anterior, Lisbeth Paisano fue llevada, en un vehículo de la Policía Penitencia­ria, desde el CAI Vilma Curling, en Desamparad­os, hasta el Centro de Formación Juvenil Zurquí, en Heredia, para reunirse con su hijo, de 23 años.

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