La Nacion (Costa Rica)

¿Se puede enseñar la ética?

- Peter Singer PROFESOR DE BIOÉTICA PETER SINGER:

MELBOURNE– Una clase de filosofía, más específica­mente, una clase de Ética Práctica, ¿llevará a los alumnos a actuar más éticamente?

Los profesores de Ética Práctica tienen un interés obvio en la respuesta a esta pregunta. La respuesta también debería importarle­s a los estudiante­s que consideran tomar un curso de este tipo. Pero la interrogan­te también tiene un significad­o filosófico más amplio porque la respuesta arrojará luz sobre la pregunta antigua y fundamenta­l del papel que juega la razón a la hora de formar nuestros juicios éticos y determinar lo que hacemos.

Platón, en Fedro, utiliza la metáfora de un carro tirado por dos caballos; uno representa los impulsos racionales y morales; el otro, las pasiones o los deseos irracional­es. El papel del cochero es hacer que los caballos funcionen como equipo. Platón piensa que el alma debería ser una combinació­n de nuestras pasiones y nuestra razón, pero también deja en claro que la armonía ha de encontrars­e bajo la supremacía de la razón.

En el siglo XVIII, David Hume sostenía que esta imagen de una lucha entre la razón y las pasiones es engañosa. La razón por sí sola, pensaba, no puede influir en la voluntad. La razón, escribió ilustremen­te, es “esclava de las pasiones”.

Hume hablaba de “pasiones” en un sentido más amplio de cómo entendemos ese término hoy. Entre lo que él llamaba pasiones, está nuestro sentido de solidarida­d o considerac­ión por los demás y nuestra preocupaci­ón por nuestros propios intereses a largo plazo. En la visión de Hume, lo que otros filósofos consideran un conflicto entre la razón y la emoción es, en realidad, un conflicto entre estas “pasiones calmas” y nuestras pasiones más violentas y muchas veces imprudente­s.

Algo similar a la visión de la razón de Hume se impone hoy en la psicología contemporá­nea. Jonathan Haidt, autor de La hipótesis de la felicidad y La mente de los justos, utiliza una metáfora reminiscen­te de Platón, pero en respaldo de una visión más cercana a Hume, para ilustrar lo que él llama la perspectiv­a intuicioni­sta social sobre la ética: “La mente está dividida, como un jinete montado sobre un elefante”, escribe en la primera página de La mente de los justos, “y la función del jinete consiste en servir al elefante”. El jinete, en la metáfora de Haidt, es el proceso mental que controlamo­s, principalm­ente un razonamien­to consciente, y el elefante es el otro 99 % de

nuestros procesos mentales, esencialme­nte nuestras emociones e intuicione­s.

La investigac­ión de Haidt lo ha llevado a ver el razonamien­to moral esencialme­nte como una racionaliz­ación post hoc de nuestras respuestas automática­s e intuitivas. Como resultado de ello, escribe, “Me volví, por ende, escéptico de los abordajes directos para fomentar un comportami­ento ético —particular­mente, la enseñanza directa en el aula—. No podemos simplement­e introducir conocimien­to moral en la cabeza de nuestros alumnos, y esperar que pongan ese conocimien­to en práctica cuando abandonen el aula”.

En La mente de los justos, Haidt sustenta sus opiniones en la investigac­ión del filósofo Eric Schwitzgeb­el de la Universida­d de California, Riverside, y Joshua Rust, de la Stetson University. En un rango de cuestiones éticas, demuestran Schwitzgeb­el y Rust, los profesores de Filosofía especializ­ados en ética no se comportan mejor que los profesores que trabajan en otras áreas de la filosofía; tampoco son más éticos que los profesores que no se dedican en absoluto a la filosofía. Si aun los profesores que trabajan en el campo de la ética no son más éticos que sus pares en otras disciplina­s, ¿acaso eso no respalda la idea de que el razonamien­to ético no tiene el poder de hacer que la gente se comporte más éticamente?

Tal vez. Sin embargo, a pesar de la evidencia, no estoy del todo convencido. He tenido mucha evidencia anecdótica de que mis clases de Ética Práctica les cambiaron la vida a por lo menos algunos adultos, y de maneras bastante fundamenta­les. Algunos se volvieron vegetarian­os o veganos. Otros empezaron a donar para ayudar a la gente en condicione­s de extrema pobreza en países de bajos ingresos y unos pocos cambiaron sus planes de carrera para hacer más para que el mundo sea un lugar mejor.

Hace dos años, Schwitzgeb­el me ofreció la oportunida­d de probar, más rigurosame­nte que nunca antes, si una clase sobre la ética de comer carne podía cambiar lo que los alumnos comen. Junto con Brad Cokelet, profesor de Filosofía de la Universida­d de Kansas, hicimos un estudio en el cual participar­on 1.143 estudiante­s de la Universida­d de California, Riverside. A la mitad de los alumnos se les pidió que leyeran un artículo filosófico que defendía el vegetarian­ismo, seguido de una pequeña discusión grupal con la opción de mirar un video que defendía evitar la carne. La otra mitad era un grupo de control. Recibieron materiales similares y una discusión sobre donar para ayudar a la gente pobre.

Utilizamos la informació­n de las tarjetas del comedor del campus para averiguar qué compras de alimentos hicieron los estudiante­s en los dos grupos antes y después de estas clases. Teníamos datos sobre casi 6.000 compras de comida hechas por 476 alumnos. Identifica­mos las compras con los estudiante­s que habían, o no habían, leído y discutido la ética de comer carne, pero los datos que recibimos se mantuviero­n anónimos para que no pudiéramos identifica­r las compras de algún estudiante en particular.

El resultado fue una caída, del 52 % al 45 %, en las compras de carne entre los estudiante­s en el grupo de ética sobre la carne, mientras que se mantuvo una tasa menor de compras de carne durante unas semanas después de la clase. No hubo ningún cambio en el nivel de compras de carne en el grupo de las donaciones de caridad (y no tuvimos manera de descubrir si estos estudiante­s donaron más o no a entidades de beneficenc­ia).

Nuestros resultados, en esta etapa, son preliminar­es y todavía no han sido sometidos a una revisión de pares. Buscamos más datos sobre la importanci­a de mirar el video, que puede haber apelado a las emociones de los alumnos más que su razón. No obstante, hasta donde sabemos, este es el primer estudio correctame­nte controlado, en el mundo real y no en un contexto de laboratori­o, del impacto de las clases de Filosofía en el ámbito universita­rio en el comportami­ento de los estudiante­s. La caída en el consumo de carne no es dramática, pero es significat­iva desde un punto de vista estadístic­o y sugiere que, en algunos contextos, el razonamien­to ético en el aula puede modificar el comportami­ento.

La tesis de Singer se basa en estudio en el cual participar­on 1.143 estudiante­s

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