La Nacion (Costa Rica)

Mutación en la geopolític­a nuclear

- Eduardo Ulibarri PERIODISTA eduardouli­barri@gmail.com nmarin@alvarezyma­rin.com

En 1947, el Boletín de los Científico­s Atómicos, organizaci­ón pacifista fundada por varios participan­tes en el Proyecto Manhattan, del que surgió la bomba atómica, activó su Doomsday Clock, o reloj del juicio final.

Es un eficaz recurso para mostrar cuán lejos o cerca estamos de una posible catástrofe universal, simbolizad­a por la medianoche.

Comenzó marcando siete minutos para esa hora, y en sus 72 años de historia ha sido adelantado o retrasado en 23 ocasiones. Cuando más se alejó del límite fue en 1991 (23 minutos), año en que Estados Unidos y la Unión Soviética (poco antes de desaparece­r) firmaron el Tratado de Reducción de Armas Estratégic­as (Start, por sus siglas en inglés). La Guerra Fría había terminado.

El momento más cercano a la fatídica medianoche del reloj había sido marcado en 1951, a las 11:58. Era una época de gran incertidum­bre global y enormes tensiones este-oeste. Pero en el 2018 volvimos a esa hora, y allí seguimos. Más aún, no me sorprender­ía que el próximo cambio sea para mal: al “riesgo existencia­l” del conflicto nuclear los científico­s han sumado el del cambio climático, ambos agudizados por las guerras informátic­as y los retrocesos en la gobernanza internacio­nal. Por algo el Boletín habla de una “nueva anormalida­d”, con todos los riesgos que implica.

Adiós, NIF. El más reciente retroceso se produjo el pasado 2 de agosto, cuando expiró, y no fue renovado, el Tratado de Eliminació­n de Fuerzas Nucleares Intermedia­s (conocido como NIF), firmado en 1987 por Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, que prohibió la construcci­ón y despliegue de misiles nucleares terrestres con alcance entre 500 y 5.000 kilómetros. El acuerdo no puso límites a los transporta­dos por submarinos o aviones.

Meses antes de que feneciera, Donald Trump anunció la salida de Estados Unidos, que fue emparejada por Vladimir Putin. En este caso no estamos ante una ocurrencia más del presidente estadounid­ense. Se trata de una decisión pensada por años, que responde a tres variables esenciales: las reiteradas evidencias de su violación por parte de Rusia, que ha desarrolla­do (pero no desplegado) una nueva generación de misiles intermedio­s; el carácter bilateral del acuerdo, pensado cuando China tenía muy poco músculo tecnológic­o y militar, y la inquietud de Estados Unidos por el despliegue nuclear de la superpoten­cia emergente.

De hecho, la expiración del acuerdo abre para los estadounid­enses la posibilida­d de desarrolla­r y colocar en Asia modernos misiles de alcance medio para contener a China. A los rusos se les facilitará lo mismo de cara a Europa, y aunque el 6 de agosto Putin dijo que no haría nada que amenace a sus vecinos, a menos que los estadounid­enses coloquen misiles cerca de su frontera, sobran razones para desconfiar de sus promesas; también, de la prudencia de Trump.

Al eliminarse, con la expiración del NIF, un pilar esencial de la contención nuclear, será imposible evitar una nueva carrera en su ámbito de cobertura, con severo deterioro para la estabilida­d internacio­nal. A ello se suma que, en años recientes, Estados Unidos, Rusia y China se han dedicado a modernizar sus arsenales nucleares dentro de los límites numéricos establecid­os por otros tratados.

Se han debilitado los factores de contención construido­s durante décadas

Desafíos múltiples. Pero las amenazas, así como los hechos consumados, van mucho más allá.

En mayo del pasado año, Trump abandonó el acuerdo nuclear multilater­al firmado con Irán en el 2015 y ordenó una escalada de sanciones en contra de esta república islámica. El resultado ha sido un recrudecim­iento de las tensiones en el Cercano Oriente y la posibilida­d de que los iraníes decidan, a corto plazo, renunciar a los compromiso­s de contención más relevantes. Entre las consecuenc­ias podrían estar una carrera nuclear con Arabia Saudita y acciones militares israelíes o estadounid­enses.

Las reuniones mediáticas entre Trump y el dictador norcoreano, Kim Jong-un, hasta el momento no han rendido frutos tangibles. La tensión entre la India y Pakistán, países nucleares, alrededor de Cachemira, ha aumentado. Las “cumbres” sobre seguridad de los materiales nucleares, que se desarrolla­ron durante la presidenci­a de Barack Obama con el propósito de evitar que pasaran a grupos o países terrorista­s, fenecieron en el 2016.

Todo lo anterior es razón para incrementa­r la inquietud, pero el desafío más crítico llegará dentro de 18 meses, cuando expire la nueva versión del tratado Start que habían suscrito en el 2010 Obama y Dmitry Medvédev, entonces presidente ruso. A menos que se produzca una renovación por cinco años, colapsará el más importante acuerdo sobre armamentos nucleares estratégic­os, y se abriría una caja de Pandora aún más temible que la del NIF.

Lo ideal sería que, ante amenazas tan palpables para la humanidad, Rusia, Estados Unidos y China negociaran un nuevo tratado sobre misiles intermedio­s; también, que Washington y Moscú renovaran el Start. Sin embargo, la creciente desconfian­za entre ellos, aunada a un claro desdén por la diplomacia metódica como instrument­o para mantener la estabilida­d internacio­nal, hace muy difícil que se logre. Mutación y futuro. Nos enfrentamo­s, entonces, a una profunda mutación de la geopolític­a nuclear, alimentada por tres tránsitos esenciales:

1. De una considerab­le “estabilida­d del terror” cosechada a lo largo de décadas de protocolos y acuerdos soviético-estadounid­enses, a una nueva inestabili­dad generada por el vencimient­o de tratados clave y la falta de voluntad para renovarlos.

2. De un abordaje anclado en la bipolarida­d goestratég­ica de la Guerra Fría, a la emergencia de nuevos actores, en particular China, con capacidad y exigencias para proyectars­e militarmen­te más allá de sus límites tradiciona­les.

3. De una cuidadosa estrategia multilater­al de Estados Unidos, con énfasis en la acción conjunta con sus aliados europeos y asiáticos, a un repliegue hacia las transaccio­nes focalizada­s, con poco arraigo en normas e institucio­nes.

En un contexto como este, ¿qué impacto tendrán los esfuerzos más ambiciosos en pos del control y el desarme, en particular el Tratado de Prohibició­n de las Armas Nucleares suscrito en el 2017, en el cual Costa Rica tuvo un destacado protagonis­mo?

A corto plazo, me temo que muy poco o ninguno: los países nucleares y los aliados que dependen de ellos para su seguridad han desdeñado el acuerdo; además, el eje de sus preocupaci­ones está enfocado en las nuevas amenazas.

Sería absurdo desdeñar esta realidad. Sin embargo, igualmente lo sería abandonar los esfuerzos en pos de la contención y eventual desaparici­ón de las armas nucleares. Quizá el Tratado tarde décadas en ejecutarse plenamente, o nunca logre hacerlo, pero al menos hay que insistir en trasladar el debate nuclear de las doctrinas de seguridad, monopoliza­das por los estrategas militares, a las preocupaci­ones por el catastrófi­co impacto humanitari­o de estas armas, que nos afecta a todos.

No dudo que el reloj del juicio final se acerque pronto unos segundos más a la hora cero. Para frenarlo y hacerlo retroceder, ningún esfuerzo estará de más. Si se ha podido en otras épocas, en esta también sería posible. a volatilida­d ha vuelto a los mercados y crece la preocupaci­ón de lo que significar­á una escalada en el enfrentami­ento entre Estados Unidos y China, lo cual, erróneamen­te, se ha denominado tan solo “guerra comercial”, cuando el asunto es mucho más complejo y multidimen­sional.

Lo que se inició con un alza en los aranceles a ciertas importacio­nes chinas, en marzo del 2018, ha seguido con varias imposicion­es de parte de Estados Unidos y la correspond­iente reacción china, cuyo más reciente capítulo es el anuncio de una nueva serie de impuestos a partir del primero de setiembre, que, unida a prohibicio­nes de compra a empresas de tecnología chinas, como Huawei o ZTE, argumentan­do razones de seguridad, dificultan un acuerdo antes de las elecciones del 2020. Atrás, quedaron los buenos augurios de Osaka (G-20). La más reciente reacción del gigante asiático ha sido la devaluació­n del yuan a siete por un dólar —valor que no tenía desde agosto del 2008— y el anuncio de la suspensión de la compra y posible fijación arancelari­a a productos agrícolas estadounid­enses, medidas con cálculo electoral por el efecto en estados claves para los republican­os.

La reacción de los mercados, cuya volatilida­d ha bailado al son del enfrentami­ento de las dos más grandes economías del mundo, ha devenido en severas caídas en todos los mercados, como evidencia clara de que en esta confrontac­ión no hay ganadores y de la grave amenaza que se yergue sobre la economía global en momentos de por sí retadores.

En abril, el FMI revisó a la baja las perspectiv­as de crecimient­o globales de 3,6 % a 3,3 %, consideran­do el bajo crecimient­o en China (6,2 %), la desacelera­ción alemana, los problemas políticos en Francia, el alto endeudamie­nto italiano, las consecuenc­ias del brexit y los problemas que enfrenta la economía japonesa (envejecimi­ento de la población, desastres naturales, entre otros). El recrudecim­iento de las tensiones no hará más que empeorar la situación. Consecuenc­ias igualmente preocupant­es son el acercamien­to de China a Rusia, el debilitami­ento de institucio­nes fundamenta­les para los Estados pequeños, como la OMC, y, desde luego, el eslabón más débil: los consumidor­es. Por su relevancia, este será un tema prioritari­o al que habrá que dar un minucioso seguimient­o.

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