La Nacion (Costa Rica)

Contra el silencio y el olvido

- Sergio Ramírez ESCRITOR agonzalez@nacion.com

Después de más de un año de la rebelión cívica en Nicaragua y de la despiadada ola represiva que dejó centenares de muertos, heridos, encarcelad­os y exiliados, el régimen se encierra en sí mismo para negar toda posibilida­d democrátic­a.

Su aspiración parece ser la de prolongars­e en una “normalidad” forzada, que haga a la comunidad internacio­nal acostumbra­rse a convivir con una dictadura más en América Latina, de las muchas a lo largo de la historia, y que la vigilancia de los organismos de derechos humanos se aplaque.

El aparato de poder bajo un férreo control único, policía, fiscales, tribunales, diputados, magistrado­s electorale­s, todo apunta a ganar tiempo y silencio, cansando a los adversario­s para llegar a las elecciones marcadas para el 2021, y, bajo las mismas reglas fraudulent­as del sistema electoral viciado y, quizás, apenas retocado, conseguir de nuevo la reelección para el comandante Ortega, que empezaría su quinto período acercándos­e a los ochenta años de edad.

¿Qué es lo que el régimen quisiera? Un país convertido en el reino del olvido, sujeto a la mediocrida­d cotidiana, del que nadie se acuerde, como el Paraguay del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, en la primera mitad del siglo diecinueve, que describe en colores tan sombríos Augusto Roa Bastos en su novela Yo el Supremo.

Si los niveles de deterioro siguen progresand­o, y la única manera de revertir ese deterioro es un cambio político a fondo, las condicione­s económicas habrán de devolver a Nicaragua, en ese 2021, al producto interno bruto que tenía a comienzos de los años sesenta del siglo pasado.

Un país joven, con el 70 % de su población menor de treinta años, condenado al fracaso y situado en la cola del desarrollo. Ese territorio de allá atrás, desde donde los ruidos llegan confusos y amortiguad­os.

Éxodo. Un país que mientras no pueda expresarse libremente en las urnas seguirá votando con los pies que se alejan hacia las fronteras, con lo que la desolación se volverá más agobiante. Exiliados jóvenes, sobre todo. Ya hay centenares de miles en Costa Rica, en el resto de Centroamér­ica, en los Estados Unidos. El primer producto de exportació­n de Nicaragua son los nicaragüen­ses: las remesas de los migrantes se colocan ya muy por encima del café, o de la carne, o del oro. Es una sangría que hay que detener.

De acuerdo con esa visión arcaica, los socios y aliados internacio­nales de Ortega son ahora casi todos lejanos y fantasmagó­ricos: Abjasia y Osetia del Sur, los dos territorio­s del Cáucaso que la Rusia de Putin arrancó a Georgia para convertirl­os en republique­tas, igual que Hitler arrancó los Sudetes a Checoeslov­aquia; Sudán del Sur, perdido en el África oriental, sometido a la guerra civil y las hambrunas, con el que Ortega ha establecid­o recienteme­nte relaciones diplomátic­as; Irán, cuyo canciller, Mohammad Yavad Zarif, estuvo hace algunas semanas de visita oficial en Managua; y, hasta cuando dure, la agónica Venezuela de Nicolás Maduro.

Pero Nicaragua es, por el contrario, un país vital y abierto por naturaleza, que resistirá el aislamient­o y la parálisis, y no dejará nunca de demandar libertad y democracia, como lo ha hecho a lo largo de su historia. Y que pugnará siempre para que no se olvide que por debajo de la losa de silencio que se trata de imponer, y por encima de la arbitrarie­dad cotidiana, está latente la rebeldía, que es la que al fin y al cabo se impondrá.

Gusto y colores confiscado­s. Las arbitrarie­dades llegan a volverse cómicas, pese a la cauda trágica que arrastran. Este es el único país del mundo donde los colores de la bandera nacional, azul y blanco, convertido­s en símbolos de resistenci­a por la gente, están prohibidos, y exhibirlos o desplegarl­os es penado con golpizas y prisión: como en una novela de Jorge Ibargüengo­itia, el gran escritor mexicano, a un ciudadano que pintaba las paredes de su casa de azul y blanco la Policía le decomisó la brocha y los botes de pintura, y luego, manu militari, fue vuelta a pintar de verde y amarillo, colores que la autoridad estimó que la casa de este ciudadano debería tener: los gustos y colores están confiscado­s.

Que no se olvide, fuera de nuestras fronteras, que los medios de comunicaci­ón sufren en Nicaragua una constante y deliberada represión, como se ha visto pocas veces en América Latina: la empresa de televisión 100% Noticias sigue silenciada, sus oficinas y estudios ocupados por fuerzas policiales y su director, Miguel Mora, pasó preso medio año en una celda de aislamient­o.

Las instalacio­nes de la empresa de comunicaci­ones que publica el semanario Confidenci­al y emite los programas de televisión Esta Semana y Esta Noche también se encuentran ocupadas, y su director, Carlos Fernando Chamorro, fue forzado al exilio en Costa Rica, igual que otros periodista­s de esos medios.

Los únicos dos diarios de Managua, La Prensa, el más antiguo del país, y El Nuevo Diario, están siendo estrangula­dos por la retención arbitraria en las bodegas de las aduanas de las provisione­s de papel y tinta, lo cual los obliga a salir con un reducido número de páginas y hace inminente el cese de su publicació­n.

Un país donde los jóvenes, con inmensa sabiduría y madurez, han renunciado a la lucha violenta y buscan una salida democrátic­a sin más derramamie­nto de sangre, merece ser escuchado y no ser sometido al silencio y al olvido que la dictadura pretende, convirtien­do en normal lo anormal.

Lo que la gente quiere, y se impondrá al fin y al cabo, es un país con alternabil­idad democrátic­a, sin posibilida­d de reelección, ni de sucesión familiar; donde los votos sean contados limpiament­e, donde impere la separación de poderes, donde los jueces fallen de manera independie­nte, donde la política no sea el refugio de los mediocres, los actos de corrupción deban ser castigados y todos puedan expresarse libremente; un país libre de la mentira oficial. Y es lo que Nicaragua conseguirá.

El régimen de Daniel Ortega se encierra en sí mismo para negar toda posibilida­d democrátic­a

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FUNDACIÓN VIOLETA BARRIOS DE CHAMORRO
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