La Nacion (Costa Rica)

Europa debe oponerse a Trump

- Jeffrey D. Sachs ECONOMISTA JEFFREY D. SACHS:

NUEVA YORK– Cerca de un nuevo viaje de Donald Trump a Europa para la próxima cumbre del G7 a finales de este mes, a la dirigencia europea se le acabaron las opciones para lidiar con el presidente estadounid­ense. Ya probaron seducirlo, persuadirl­o, ignorarlo, coincidir con él o estar en desacuerdo. Pero la malevolenc­ia de Trump es infinita. De modo que la única alternativ­a es plantarle oposición.

La cuestión más inmediata es el comercio entre Europa e Irán. No es asunto menor: es una batalla que Europa no puede darse el lujo de perder.

Trump es capaz de causar enorme daño sin el menor remordimie­nto, y lo está haciendo por medios económicos y amenazas de acciones militares. Invocó poderes de emergencia en asuntos económicos y financiero­s para empujar a Irán y Venezuela al colapso económico. Intenta frenar o detener el crecimient­o de China con el cierre de los mercados estadounid­enses a sus exportacio­nes, la restricció­n de la venta de tecnología­s estadounid­enses a sus empresas y su designació­n como manipulado­r cambiario.

Es importante describir estas acciones como lo que son: decisiones personales de un individuo incontinen­te, no el resultado de la acción legislativ­a o de algo que se parezca a la deliberaci­ón pública. Notablemen­te, 230 años después de la aprobación de su Constituci­ón, Estados Unidos ha caído en un régimen unipersona­l.

Trump purgó su gobierno de figuras independie­ntes de prestigio (como el exsecretar­io de Defensa general retirado James Mattis) y pocos congresist­as republican­os se atreven a murmurar una palabra contra su líder.

Muchos creen erróneamen­te que Trump es un político cínico que con sus maniobras busca poder y riquezas para sí mismo. Pero la situación es mucho más peligrosa. Trump es una persona con problemas psicológic­os: un megalómano, paranoide y psicópata. Y no son meros insultos: el trastorno mental de Trump lo vuelve incapaz de cumplir su palabra, controlar sus animosidad­es y restringir sus acciones. No se trata de apaciguarl­o: se trata de frenarlo.

Incluso cuando retrocede, sigue alimentand­o sus odios. Cuando en la cumbre del G20 en junio se encontró cara a cara con el presidente chino, Xi Jinping, declaró una tregua en su “guerra comercial” con China, pero pocas semanas después, anunció nuevos aranceles. Fue incapaz de cumplir su propia palabra, pese a las objeciones de sus

asesores. Aunque después de eso un derrumbe de los mercados internacio­nales lo obligó a retroceder temporalme­nte, no detendrá su agresión a China y sus acciones descontrol­adas de cara a este país plantean un riesgo cada vez más grande a la economía y seguridad de Europa.

Trump está empeñado en quebrar a todo país que se niegue a inclinarse ante sus demandas. El pueblo estadounid­ense no es tan arrogante e inmoderado, pero algunos de los asesores de Trump sí lo son. Por ejemplo, el asesor de seguridad nacional, John Bolton, y el secretario de Estado, Mike Pompeo, son la cabal expresión de una estrategia extraordin­ariamente arrogante de cara al mundo, amplificad­a por el fundamenta­lismo religioso en el caso de Pompeo.

Hace poco, Bolton viajó a Londres para alentar al nuevo primer ministro británico, Boris Johnson, en su determinac­ión de abandonar la Unión Europea con o sin acuerdo. A Trump y a Bolton el Reino Unido les importa un bledo; lo que ansían es el fracaso de la Unión Europea. Así pues, todo enemigo de la Unión (trátese de Johnson, de Matteo Salvini en Italia o del primer ministro húngaro, Viktor Orbán) es amigo de Trump, Bolton y Pompeo.

Trump también anhela lograr la caída del régimen persa, explotando contra Irán un rencor que data de la revolución de 1979 y del recuerdo persistent­e en la opinión pública estadounid­ense de la crisis de los rehenes en Teherán. Su animosidad recibe el aliento de líderes israelíes y sauditas irresponsa­bles, que detestan a la dirigencia iraní por motivos propios. Pero también es algo muy personal para Trump, a quien la negativa del gobierno iraní a acceder a sus demandas le parece motivo suficiente para tratar de eliminarlo.

Los europeos conocen las consecuenc­ias de la imprudenci­a estadounid­ense en Oriente Próximo. La crisis migratoria en Europa fue producto, ante todo, de las guerras electivas que libró Estados Unidos en la región: las de George Bush hijo contra Afganistán e Irak y las de Barack Obama contra Libia y Siria. En esas ocasiones, Estados Unidos se precipitó y Europa pagó el precio, aunque, por supuesto, la gente de Oriente Próximo pagó un precio mucho mayor.

Ahora, la guerra económica de Trump contra Irán amenaza con provocar un conflicto aun más grande. Ante los ojos del mundo, intenta asfixiar la economía iraní quitándole sus ingresos de divisa extranjera mediante sanciones a toda empresa, estadounid­ense o no, que comercie con el país. Esas sanciones son el equivalent­e a una guerra, en infracción de la Carta de las Naciones Unidas. Y, como apuntan directamen­te a la población civil, constituye­n, o deberían constituir, un crimen contra la humanidad. (Trump sigue básicament­e la misma estrategia contra el gobierno y el pueblo venezolano­s).

Europa cuestionó muchas veces las sanciones estadounid­enses, que no solo son unilateral­es, extraterri­toriales y contrarias a los intereses de seguridad europeos, sino también expresamen­te violatoria­s del acuerdo nuclear del 2015 con Irán, aprobado en forma unánime por el Consejo de Seguridad de la ONU. Pero la dirigencia europea ha tenido miedo de desafiar esas sanciones en forma directa.

Es un miedo infundado. Europa puede enfrentar las amenazas de sanciones extraterri­toriales de Estados Unidos en sociedad con China, la India y Rusia. Sería muy fácil denominar el comercio con Irán en euros, yuanes, rupias y rublos, y así evitar los bancos estadounid­enses. Y es posible intercambi­ar bienes por petróleo a través de un mecanismo de compensaci­ón basado en el euro como el Instex.

De hecho, las sanciones extraterri­toriales de Estados Unidos no son una amenaza creíble a largo plazo. Su ejecución contra la mayor parte del mundo generaría un daño irreparabl­e a la economía y a la bolsa estadounid­enses, al dólar y al liderazgo de Estados Unidos. De modo que es probable que la amenaza de sanciones no pase de eso: una mera amenaza. Incluso si Estados Unidos intentara hacer cumplir sanciones contra las empresas europeas, la Unión Europea, China, la India y Rusia pueden cuestionar­las en el Consejo de Seguridad de la ONU, que se opondrá por amplio margen a las políticas estadounid­enses.

Si Estados Unidos veta una resolución del Consejo de Seguridad contra las sanciones, entonces la Asamblea General de la ONU puede tomar cartas en el asunto conforme a los procedimie­ntos estipulado­s por la Resolución 377 de la Asamblea (“unión pro paz”). Una inmensa mayoría de los 193 países de la ONU repudiará la aplicación extraterri­torial de las sanciones.

Si la dirigencia europea cede ante las bravatas y amenazas de Trump en relación con Irán, Venezuela, China y otros países, pondrá en riesgo la seguridad de Europa y del mundo. Los líderes europeos deben darse cuenta de que una mayoría significat­iva de los estadounid­enses también está en contra de la maligna conducta narcisista y psicópata de Trump, que desató una oleada de matanzas y otros crímenes de odio en Estados Unidos.

Oponiéndos­e a Trump y defendiend­o el derecho internacio­nal (que incluye el comercio internacio­nal basado en reglas), los europeos y los estadounid­enses pueden trabajar juntos para fortalecer la paz mundial y la amistad transatlán­tica por muchas generacion­es.

Trump está empeñado en quebrar a todo país que rehúse inclinarse ante sus demandas

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