Una disputa caliente cobra fuerza entre los hielos del Ártico
››Después de la Guerra Fría se dio impulso a una política de cooperación que corre el riesgo ahora de dar paso a un enfrentamiento
¿Le pareció jocosa, o tal vez descabellada, la idea del presidente Donald Trump de comprar Groenlandia a Dinamarca?
Usted no es el único que lo vio así, pero tome en cuenta esta advertencia: el “chiste” es muy serio y se enmarca dentro de una lógica de poder e interés geoestratégico. No es, como lo dijo el mandatario, “un gran negocio inmobiliario”.
Por cierto, no es la primera vez que Estados Unidos propone ese trato al pequeño reino europeo: en 1946, el gobierno de Harry Truman le ofreció $100 millones en oro, pero Copenhague dijo no, al igual que ahora.
Estados Unidos sabe que otros países, principalmente China y Rusia, tienen la región del Ártico en su mira y que en esas aguas gélidas son varios los pescadores que alistan su utillaje. Por ahora, la potencia norteamericana está a la zaga, pero no está dispuesta a ser mera observadora.
“La región se ha convertido en un espacio de poder y competencia mundial”, destacó el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, durante la última conferencia del Consejo del Ártico, celebrada en mayo en Finlandia.
Estados Unidos es uno de los ocho países miembros de ese foro internacional. Cinco de ellos, conocidos como los Artic Five, tienen costas en el océano Ártico. La potencia norteamericana es uno de estos. (Vea Los ocho socios del Ártico).
La compra de Alaska a la Rusia zarista, en 1867, le permitió el acceso a esa región del mundo, mas una Groenlandia estadounidense significaría un punto de avanzada en esas aguas y territorios.
La adquisición de tierras por medio de la billetera ha sido una de las vías utilizadas por Estados Unidos en su procesión de expansión territorial.
Aparte de Alaska, con dinero tomó posesión del vasto territorio de Luisiana, que Francia le vendió en 1803; a Dinamarca le compró las Islas Vírgenes en el siglo XIX y de la misma manera se apropió del archipiélago de Filipinas, en 1898, después de infligirle una contundente derrota militar al moribundo imperio de España.
Valga decir que España rechazó –en tres ocasiones– propuestas REGIÓN ESTRATÉGICA estadounidenses para que le vendiera Cuba.
Entonces, aquella propuesta al reino danés tiene antecedentes históricos y apunta, como en las mencionadas compras, a intereses geoestratégicos.
Por proximidad geográfica y por razones de conveniencia, Rusia es el país con mayores intereses en el Ártico, que comprende aproximadamente el 8% de la superficie del planeta, incluido el océano homónimo y partes de Rusia, Noruega, Estados Unidos, Dinamarca (Groenlandia) y Canadá.
Durante la Guerra Fría, esas aguas constituyeron la vía para la conexión entre sus flotas del Norte (con base en la ciudad de Múrmansk) y del Pacífico, con asiento en Vladivostok. Entonces, la mayoría de su flota de submarinos nucleares operaba alrededor de una base próxima a Múrmansk.
Las dos superpotencias emergentes de la Segunda Guerra Mundial impulsaron una estrategia de disuasión que implicó un fuerte gasto militar para instalar radares de alerta temprana y misiles intercontinentales, así como patrullajes con submarinos estratégicos. Estos últimos continúan.
La actividad mermó a partir de los años 1990 con la desintegración de la Unión Soviética. Sin embargo, ahora Washington y Moscú tienen planes para fortalecer la presencia militar, máxime después de que ambos se retiraron este año del Tratado de Fuerzas Nucleares Intermedias (INF).
Un mes antes de la última conferencia del Consejo Ártico, el Kremlin anunció una estrategia dirigida a fortalecer el