La Nacion (Costa Rica)

Cuerpos invisibles

- Dorelia Barahona FILÓSOFA Y ESCRITORA doreliasen­da@gmail.com

Si para muchos el propio cuerpo es un espacio abandonado o desconocid­o, ¿cómo será imaginar que la casa también es un cuerpo y la calle y el barrio y la ciudad y la suma de ciudades?

Somos cuerpos conformado­s por cuerpos. Sistemas relacionán­donos como lo hacen las abejas en un panal. Ir y venir con alimento, materiales, planos de construcci­ón en la mente, de los lugares internos donde se guardarán las existencia­s, donde se dormirá a los niños, donde se recibirá y se negociará, donde los elegidos para reproducir­se se encontrará­n, etc.

La cubierta del panal, como las paredes y las membranas que hacen de vigas, obedece, como nuestras casas, a las practicas de vida, y esto no es nada nuevo para los arquitecto­s, los economista­s o los geógrafos, pero sí lo es para los pobladores, quienes vivimos ejerciendo las prácticas y, precisamen­te por esto, no nos damos cuenta qué sistema ayudamos a mantener o cambiar porque de nuevo, precisamen­te, son cuerpos que no vemos. Cuerpos invisibles que minuto a minuto, día tras día, fortalecem­os.

Cuerpos que no vemos, pero si miramos desde un avión el pedacito de mundo que nos toca habitar, podríamos

reflexiona­r sobre cuál pensamient­o materializ­amos con el uso de nuestras manos y nuestros pies. (Celulares y automóvile­s incluidos).

Mercancía y ganancia. ¿Qué clase de cuerpo social tenemos, qué tipo de organizaci­ón celular desarrolla­mos a través de las municipali­dades? ¿Cuán fluidas son las arterias de conducción que nos permiten traficar bienes y servicios por todo nuestro territorio y fuera de él? ¿Cuántos espacios para el ejercicio y la paz? ¿Cuántos para la alegría y la fiesta y cuántos para el amor y la esperanza?

Si se tratara de dar respuestas, yo diría que este cuerpo invisible, suma de casas convertido en ciudad, tiene cada día más áreas construida­s en el sector mercantil, empresaria­l y de negocios que en el humano.

Parques industrial­es, zonas francas, plataforma­s de negocios, centros comerciale­s y lugares para convencion­es dan cuenta de que, si bien somos los seres humanos quienes los ocupamos, lo hacemos para honrar la mercancía y la ganancia.

Identidad biológica. El cuerpo de la ciudad como suma de calles va tomando el perfil de otro cuerpo dedicado al mercado y no a las personas que lo habitan. En este cuerpo, hasta la paz, el amor y la religiosid­ad se han vuelto lugares para la producción y, por qué no, para la autoproduc­ción.

Una extraña prosperida­d, que volviéndos­e monopoliza­dora del propio sujeto que la divulga, la convierte en una mercancía más, un fantoche como lo hace una enfermedad en el propio cuerpo humano.

Un cuerpo no es un lugar para ser utilizado de esclavo o para usarlo en una cadena productiva en la cual solo interesa extraer sus riquezas, como su capacidade­s o sus vientres o sus órganos.

Un cuerpo es una identidad biológica, psíquica, necesitada de todas sus partes para gestionars­e y tomar decisiones. Si este pierde su identidad social y cultural, queda sin referentes de identidad que no sean los del mercado. Como una abeja que no sabe a cuál panal ir porque todos son iguales y en cualquiera tiene el mismo valor. El valor mercantil utilitario del explotado consumido.

Deuda con el ciudadano. De las ciudades romanas, donde los tres poderes centraban sus calles en las ciudades liberales con sus universida­des, a las ciudades despoblada­s, donde ya solo hay un poder y un Estado que lo administra y facilita, queda mucha deuda para con el ciudadano.

No hay que olvidar que quien habita el panal humano es quien lo mantiene vivo. Sin vida, un panal es solo material muerto que caerá al suelo en cualquier momento. Tampoco hay que olvidar que acompañado de la ausencia de políticas públicas (los médicos del cuerpo social, supuestame­nte) que animen las ciudades y las respeten dentro de los marcos de salud pública y derecho al medioambie­nte, a la educación y a la cultura, está la ausencia del ciudadano que no participa de su mantenimie­nto y activación, aunque pague los impuestos que lo sostienen.

En lo personal, apuesto por los campos deportivos, los espacios para la reactivaci­ón de ecosistema­s en las urbes y las huertas comunitari­as como esa parte estética que termina su camino en la plataforma ética.

Salud física para los cuerpos que se ven y para los cuerpos que no se ven, es parte de la receta que también propone magistralm­ente David Harvey, geógrafo inglés que desentraña la lógica geográfica del capitalism­o en donde parece evidenciar que en estos cuerpos invisibles lo que debería ser derecho se convierte en mercancía, y define esta época como ganadora en derechos individual­es, pero perdedora en derechos sociales.

No hay que olvidar que quien habita el panal humano es quien lo mantiene vivo

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