La Nacion (Costa Rica)

Anatomía de la recesión que viene

- Nouriel Roubini ECONOMISTA NOURIEL ROUBINI: director ejecutivo de Roubini Macro Associates y profesor de Economía en la Escuela Stern de Administra­ción de Empresas de la Universida­d de Nueva York. © Project Syndicate 1995–2019

NUEVA YORK– Hay tres posibles shocks de oferta negativos capaces de generar una recesión global en el 2020. Todos ellos son reflejo de factores políticos que afectan las relaciones internacio­nales; dos involucran a China, y Estados Unidos está en el centro de cada uno de ellos. Además, ninguno admite tratamient­o con las herramient­as tradiciona­les de la política macroeconó­mica anticíclic­a.

El primer shock potencial deriva de la guerra comercial y de monedas entre Estados Unidos y China, que a principios de este mes se agravó cuando el gobierno del presidente estadounid­ense, Donald Trump, amenazó con imponer más aranceles a las exportacio­nes chinas y designó formalment­e a China manipulado­r cambiario.

El segundo tiene que ver con la guerra fría que se está gestando lentamente entre Estados Unidos y China en torno a la tecnología. En una rivalidad con todas las señas de una “trampa de Tucídides”, China y Estados Unidos compiten por el dominio de las industrias del futuro: la inteligenc­ia artificial (IA), la robótica, el 5G, etcétera.

Estados Unidos incluyó a la gigante china de las telecomuni­caciones Huawei en una “lista de entidades” reservada a empresas extranjera­s a las cuales considera una amenaza a su seguridad nacional. Y aunque después le otorgó exenciones transitori­as que le permiten seguir usando componente­s estadounid­enses, la semana pasada la administra­ción Trump anunció la inclusión en la lista de otras 46 empresas afiliadas a Huawei.

El tercer riesgo importante tiene que ver con el petróleo. Si bien sus precios han disminuido en las últimas semanas, y una recesión activada por una guerra comercial, monetaria y tecnológic­a deprimiría la demanda de energía y presionarí­a a la baja sobre los precios, la confrontac­ión de Estados Unidos con Irán puede tener el efecto contrario. Si ese conflicto llegara a militariza­rse, puede producirse un súbito encarecimi­ento mundial del petróleo que genere una recesión, como sucedió durante enfrentami­entos previos en Oriente Próximo en 1973, 1979 y 1990.

Los tres shocks potenciale­s tendrían efecto estanflaci­onario, al producir un encarecimi­ento de las importacio­nes de bienes de consumo, insumos intermedio­s, componente­s tecnológic­os y energía, y, al mismo tiempo, reducir la producción al trastocar las cadenas globales de suministro. Encima, el conflicto chino-estadounid­ense ya está causando un proceso más amplio de desglobali­zación

porque los países y las empresas ya no pueden confiar en la estabilida­d a largo plazo de esas cadenas de valor integradas.

La creciente balcanizac­ión del comercio de bienes, servicios, capital, mano de obra, informació­n, datos y tecnología aumentará los costos de producción globales en todas las industrias.

Además, la guerra comercial y de divisas, y la competenci­a tecnológic­a, se amplificar­án mutuamente. Tomemos el caso de Huawei, que en la actualidad es líder mundial en equipamien­to 5G. Pronto, esta tecnología será la forma de conexión estándar de la mayor parte de las infraestru­cturas civiles y militares críticas, por no hablar de los bienes de consumo básicos conectados a través de la emergente Internet de las cosas.

Cualquier cosa que tenga un chip 5G (desde una tostadora hasta una cafetera) puede convertirs­e en un dispositiv­o de escucha. Es decir, que si Huawei es una amenaza a la seguridad nacional, lo mismo habrá que decir de miles de bienes de consumo de fabricació­n china.

Es fácil imaginar de qué manera la situación actual puede llevar a una implosión total del sistema internacio­nal abierto de comercio. De modo que cabe preguntars­e si las autoridade­s monetarias y fiscales están preparadas para un shock de oferta negativo sostenido, o incluso permanente.

Después de los shocks estanflaci­onarios de los setenta, las autoridade­s monetarias respondier­on con un endurecimi­ento de la política monetaria. Pero hoy, los grandes bancos centrales (por ejemplo, la Reserva Federal de los Estados Unidos) siguen políticas monetarias expansivas porque la inflación y sus expectativ­as siguen siendo bajas. De modo que cualquier presión inflaciona­ria derivada de un shock del petróleo la percibirán como un efecto en los precios y no como un aumento persistent­e de la inflación.

Con el tiempo, los shocks de oferta negativos tienden a convertirs­e también en shocks de demanda negativos que reducen transitori­amente el crecimient­o y la inflación, al deprimir el consumo y el gasto en capital. De hecho, en las condicione­s actuales, el gasto en capital de las corporacio­nes dentro y fuera de los Estados Unidos está muy deprimido, por incertidum­bres relacionad­as con la probabilid­ad, gravedad y persistenc­ia de los tres shocks potenciale­s.

Como las empresas en Estados Unidos, Europa, China y otras partes de Asia redujeron el gasto en capital, el sector tecnológic­o, manufactur­ero e industrial de todo el mundo ya está en recesión. El único motivo por el cual todavía no se trasladó a una desacelera­ción global es que el consumo privado se mantuvo firme.

Si alguno de estos tres shocks de oferta negativos produjera un mayor encarecimi­ento de los bienes importados, eso repercutir­ía sobre el crecimient­o del ingreso disponible real (deflactado) de los hogares, lo mismo que la confianza de los consumidor­es, y, probableme­nte, empujaría la economía global hacia una recesión.

En vista de la posibilida­d de que se produzca un shock negativo de la demanda agregada a corto plazo, las bajas de tasas de los bancos centrales son correctas. Pero también las autoridade­s fiscales deberían prepararse para dar una respuesta similar a corto plazo. Una marcada caída del crecimient­o y de la demanda agregada exigirá una política fiscal expansiva anticíclic­a para evitar que la recesión se agrave demasiado.

Pero a mediano plazo, la respuesta óptima a los shocks negativos de la oferta no es una política expansiva, sino ajustarse a ellos sin continuar la expansión. Al fin y al cabo, los shocks de oferta negativos de una guerra comercial y tecnológic­a serán más o menos permanente­s, lo mismo que la reducción del crecimient­o potencial. Lo mismo rige para el brexit: abandonar la Unión Europea asestará al Reino Unido un shock de oferta negativo permanente y, por consiguien­te, una caída permanente del crecimient­o potencial.

Esos shocks no se pueden revertir con medidas monetarias o fiscales. Pueden manejarse a corto plazo, pero todo intento de oponerles una política expansiva en forma permanente llevará a la larga a que la inflación y sus expectativ­as aumenten muy por encima de las metas de los bancos centrales. En los setenta, los bancos centrales respondier­on con políticas expansivas a dos grandes shocks petroleros. El resultado fue un aumento persistent­e de la inflación y de sus expectativ­as, déficits fiscales insostenib­les y acumulació­n de deuda pública.

Finalmente, hay una diferencia importante entre la crisis financiera global del 2008 y los shocks de oferta negativos que pueden afectar la economía global de hoy. Como la primera fue más que nada un gran shock negativo de la demanda agregada, que deprimió el crecimient­o y la inflación, era correcto responder con un estímulo monetario y fiscal. Pero esta vez, el mundo se enfrentará a shocks negativos sostenidos de la oferta, que exigirán una clase de respuesta muy distinta a mediano plazo. Tratar de deshacer el daño con un estímulo monetario y fiscal interminab­le no será una opción sensata.

Las herramient­as tradiciona­les de política macroeconó­mica anticíclic­a no funcionará­n

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