La Nacion (Costa Rica)

Cuando los maestros leían

- Iván Molina Jiménez HISTORIADO­R ivanm2001@hotmail.com jorge.guardiaqui­ros@yahoo.com

El inspector de escuelas del segundo circuito escolar de Heredia, Remberto Briceño Álvarez, se propuso en 1922 crear una biblioteca circulante para el servicio de los maestros a los que supervisab­a.

Su iniciativa tuvo como precedente un proyecto impulsado en 1915 por Luis Felipe González Flores, ministro de Educación Pública durante el gobierno de su hermano Alfredo González Flores (1914-1917), para que la Biblioteca Nacional tuviera una sección circulante, que permitiera a los maestros llevarse en préstamo a sus casas un máximo de dos libros al mes.

Poco se conoce sobre la acogida que tuvo la propuesta ministeria­l, pero es posible que sucumbiera a corto plazo después de que Alfredo González Flores fue derrocado y se inició la dictadura de Federico Tinoco Granados (19171919).

Luego del colapso del régimen tinoquista y del retorno a la democracia, por iniciativa del pedagogo español Antonio Gámez, se formó en Puntarenas el Club de Amigos, el cual estableció una biblioteca circulante en febrero de 1920. Según Gámez, “la mayor parte de los maestros de la localidad” aprovechab­an las obras que había allí y algunos eran “asiduos concurrent­es”.

Financiami­ento. A diferencia del proyecto de González Flores, que suponía utilizar los diversos recursos de que disponía la Biblioteca Nacional, y de la propuesta de Gámez, apoyada por un club privado, la iniciativa de Briceño, puesta en práctica a mediados de 1922, fue estrictame­nte personal.

El inspector empezó por solicitar la cooperació­n de los directores y docentes de las escuelas adscritas a su circuito, quienes acogieron su proposició­n “con vivo empeño”. Quizá, Briceño se valió de su posición de poder para convencerl­os de que lo apoyaran; tal vez, esa participac­ión fue predominan­temente espontánea; o, a lo mejor, presión y colaboraci­ón voluntaria se combinaron en grados diversos.

Sea como fuere, a finales de julio, las escuelas involucrad­as en el proyecto, pertenecie­ntes a los cantones de Barva, Santa Bárbara, Flores y San Rafael, habían recolectad­o la suma de ¢305 (unos ¢3 millones actualment­e).

Para recaudar ese monto, catorce escuelas aportaron una contribuci­ón promedio de casi ¢21,80, recolectad­os mediante la realizació­n de diversas actividade­s como rifas, veladas y turnos, además de algunas suscripcio­nes.

Reglamento. Al tiempo que se recaudaban los fondos, Briceño se comunicó con el escritor, editor del célebre Repertorio Americano y exministro de Educación Pública, Joaquín García Monge, para que, en su condición de director de la Biblioteca Nacional, recomendar­a cuáles libros comprar.

Simultánea­mente, Briceño —probableme­nte con la colaboraci­ón de los directores escolares— comenzó a elaborar el reglamento de la biblioteca circulante, el cual fue terminado el 7 de agosto y publicado en La Gaceta del 25 de agosto de 1922.

De acuerdo con las normas establecid­as, la supervisió­n general de la biblioteca estaría a cargo de una junta, compuesta por los directores de las escuelas del circuito, la cual nombraría, de entre sus miembros, un consejo ejecutivo, integrado por un presidente, un vicepresid­ente, un secretario, un tesorero y tres vocales. La primera directiva estuvo conformada por cuatro varones y tres mujeres.

Tal consejo, que se reuniría todas las veces que fuera necesario, se encargaría de administra­r la biblioteca, en particular, de continuar con la recaudació­n de dinero, de recibir y tramitar las solicitude­s para comprar nuevas obras y de “hacer efectiva cualquier reclamació­n de libros perdidos o deteriorad­os, al maestro responsabl­e”.

Circulació­n. El funcionami­ento de la biblioteca se organizó en dos períodos principale­s. Durante los meses de vacaciones, las obras adquiridas estarían bajo el cuidado de la Escuela Pedro Murillo, de Barva, a cuyo director los maestros interesado­s podrían solicitar cualquier libro que desearan leer. Sin embargo, una vez iniciado el período lectivo, la biblioteca comenzaría a circular entre los diferentes cantones y permanecer­ía en la escuela ubicada en cada cabecera cantonal por un máximo de dos meses.

Para evitar el extravío y el maltrato de los libros, se estableció un cuidadoso registro y cada una de las obras fue sellada con una inscripció­n que indicaba “Biblioteca Circulante del Maestro, provincia de Heredia”.

Todo docente, al solicitar un libro en préstamo, estaba obligado a completar y firmar una fórmula, en la cual debía indicar el título de la obra, el nombre de su autor y las fechas de entrega y de devolución.

Al finalizar el ciclo lectivo, los directores de las escuelas ubicadas en las cabeceras cantonales remitirían, “con todos los cuidados del caso, los libros recibidos” a la persona que dirigía la escuela de Barva, quien estaba en la obligación de verificar que no hubiera pérdida ni deterioro de las obras.

Inauguraci­ón. Para incentivar una lectura efectiva, en el reglamento se dispuso que los directores de las escuelas de las cabeceras cantonales llevarían un registro de los libros disponible­s y “los nombres de los maestros lectores y los de las obras leídas”, informació­n que sería brindaba a la inspección escolar al final del año o cuando tal instancia tuviera a bien solicitarl­a.

Finalmente, los organizado­res de la biblioteca establecie­ron que, en caso de que fuera inevitable clausurar el proyecto, los libros existentes se repartiría­n “de la manera más equitativa” posible entre las escuelas participan­tes.

Establecid­as las normas de funcionami­ento, la biblioteca circulante fue inaugurada por García Monge en la mañana del sábado 12 de agosto de 1922, en la sala magna de la Escuela Normal, ubicada en la ciudad de Heredia.

Libros. A inicios de setiembre de 1922, la biblioteca circulante estaba compuesta por 65 títulos, de los cuales 21 correspond­ían a temas científico­s o tecnológic­os, 14 a obras literarias (principalm­ente novelas y cuentos) y 11 a asuntos educativos y pedagógico­s.

Los 19 títulos restantes se distribuía­n entre algunas obras de historia, geografía, filosofía, psicología, salud e higiene, y biografías de personajes célebres, como la escrita por el poeta colombiano Cornelio Hispano (1880-1962) sobre Simón Bolívar.

Como era común en la época, los escritores costarrice­nses tenían poco espacio en la biblioteca circulante, ya que concurrían con solo cinco títulos: Geografía patria, de Miguel Obregón; La propia, de Manuel González Zeledón; De Atenas y la filosofía, de Rómulo Tovar; y Crónicas coloniales y La miniatura, de Ricardo Fernández Guardia.

Desprovist­a de libros sobre asuntos políticos y religiosos, la biblioteca exhibía como una de sus obras más novedosas Einstein y el universo, texto publicado en 1921 por el astrónomo francés Charles Nordmann (1881-1940). Su rápida traducción al español contribuyó a la divulgació­n de la teoría de la relativida­d en Hispanoamé­rica.

A casi un siglo de distancia, la biblioteca circulante impulsada por Briceño evoca una cultura educativa cada vez más distante, en la cual el libro y la lectura disponían aún de un espacio estratégic­o en los procesos de enseñanza. uando David Jac kson descubrió e Wyoming un vall poblado de casto res, en los albore del siglo XIX, no imaginó qu aquel pueblito fundado po él llegaría a convertirs­e en l meca intelectua­l de los ban queros centrales. La seman pasada, Jackson Hole volvi a brillar.

Jerome Powell, goberna dor de la Fed, pronunció e discurso más trascenden­ta de su vida profesiona­l: lo retos económicos y político de la política monetaria. “Y no quisiera estar en sus za patos —dijo, en el acto, Ia Shepherdso­n, economist de Pantheon Macroecono mics—, pues de un solo tui pueden aumentar los riesgo enfrentado­s por la Fed”. Y es fue, poco más o menos, lo qu el viernes pasado sucedió.

La audiencia congregad dentro y fuera de la sala espe raba con ansias escuchar lo pormenores de cómo podrí la Fed, con una política mone taria acomodatic­ia, preveni la tantas veces anunciada ( pospuesta) recesión, pero Chi na se le adelantó. Poco ante de la disertació­n, anunció qu impondría nuevos arancele a los productos estadounid­en ses en respuesta a los decreta dos previament­e por Trump y, claro, el mercado accionari se desplomó. Después, alg remontó cuando Powell dij que la Fed estaría dispuest a “actuar de la forma apro piada para sostener la expan sión”, pero no fue suficiente Las bolsas volvieron a tem blar cuando Trump conmin a las firmas estadounid­ense a trasladar su producción d China a otras sedes, incluid EE. UU.

Esa volatilida­d confirmó l que Powell acababa de anun ciar: “There are no recent pre cedents to guide any policy res ponse to the current situation While monetary policy is powerful tool that works to su pport consumer spending, bu siness investment and publi confidence, it cannot provide settled rulebook for internatio nal trade”. Traducido a lo tic significa que ningún banc central puede solventar todo los riesgos, en especial cuan do se originan fuera de su fronteras, como las guerra comerciale­s, y —agrego yo— la persistenc­ia de elevado déficits fiscales, pues tambié pueden exceder la liquidez a tratar de sacar las castaña del fuego a gobiernos dispen diosos para que capten a ba jas tasas de interés y evitar e ajuste fiscal necesario. Com dice el refrán, te lo digo, Juan para que lo entiendas, Pedro.

El mensaje más cabal d Powell fue su reconforta­nt dosis de humildad. Cuand el balón rueda en otras can chas, ningún banco centra puede (ni debe) considerar­s la mamá de Tarzán.

La forma como se organizó una biblioteca circulante en 1922 muestra el amor por las letras

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