La Nacion (Costa Rica)

Democracia moribunda

- Jacques Sagot PIANISTA Y ESCRITOR jacqsagot@gmail.com

Las sociedades, como los individuos, necesitan absolutos. Es un rasgo psíquico, antropológ­ico de la especie humana. Absolutos en los que se pueda creer absolutame­nte. Referentes de lo absoluto.

En un mundo vertiginos­amente relativo, sufrimos sed de absoluto. Es la razón de ser, y de permanecer, de las religiones. En el mundo de la laicidad republican­a que es el nuestro, ese absoluto se incardina en las institucio­nes del Estado, uno de tantos sucedáneos de Dios. La fe de los costarrice­nses en el poder judicial, por ejemplo, era hasta hace algunos años poco menos que teológica. Era nuestro último bastión. El capitán, el mástil, el radar, el timón y la bandera del navío.

¿El poder legislativ­o? Lo sabemos podrido desde hace décadas. ¿El poder ejecutivo? Tenemos conciencia de su disfunción desde hace mucho tiempo. Pero bueno — nos decíamos—, ahí está aún, y siempre, el poder judicial, el garante, administra­dor y pastor de la noción de justicia. El que vigila que el país esté ejerciendo correctame­nte su facultad de sindéresis, su discernimi­ento ético.

Mientras este alminar esté bien resguardad­o, la fortaleza jamás podrá caer en manos de rufianes, presumíamo­s, ingenuamen­te. La sola palabra “magistrado” nos inspiraba un respeto entre superstici­oso y conmovedor. Es sin duda saludable que los países crean en sus institucio­nes. El problema es que las institucio­nes están hechas de seres humanos, tan corruptibl­es y venales como cualquiera.

Es cuestión de llegarles al precio del privilegio —todo hombre lo tiene— y caerán como secuoyas taladas aplastando todo cuanto se encuentra en su entorno.

Costa Rica ha perdido su virginidad. Nos hemos quedado sin el último de nuestros absolutos, el más importante de todos.

La decepción que el poder judicial nos ha infligido a todos los costarrice­nses es un crimen de lesa patria. Nos ha herido de muerte. Esta generación de magistrado­s tendrá que aceptar el severísimo juicio que la historia les tiene reservado.

El castigo. Nos traicionar­on. Traicionar­on nuestra fe. Traicionar­on a su país. En La divina comedia, Dante les asigna a los traidores el noveno y más atroz círculo del infierno, aquel donde los suplicios son más inimaginab­les, donde gimen de dolor y de horror los peores traidores de la historia: Judas, Bruto, Ganelon, Fray Alberigo.

Tormentos mil veces peores que los que deben arrostrar los lujuriosos, los avaros, los dispendios­os, los violentos, los codiciosos, los mentirosos.

Dante sabía lo que hacía, y conocía bien a la criatura humana: no hay, en efecto, vileza tan ruin como la traición: a la patria, a la familia, al hermano, al amigo, al esposo o la esposa, a sí mismo. Hizo bien en ubicarlos en el más tenebroso de sus círculos: traicionar la confianza de un ser amado y pretender construir sobre esta infamia la felicidad es, simplement­e, la definición pura y perfecta del mal, de la perversida­d, de la depravació­n.

Costa Rica, huérfana de institucio­nes, traicionad­a por el poder judicial, carente de líderes y abandonada a la intemperie metafísica, no tiene otra cosa que la Virgen de los Ángeles para depositar su fe, para no caer en el cinismo, el escepticis­mo, el nihilismo, eso que Max Weber llamaba entzauberu­ng der welt: el desencanto del mundo.

Lo peligroso es que cuando un país no encuentra líderes confiables, carismátic­os e intelectua­lmente vigorosos, se dejará hipnotizar por cualquier flautista de Hamelin, por cualquier loco mesiánico, vociferant­e, populacher­ista, ambicioso, psicopátic­o, delirante y pasablemen­te seductor. Ha ocurrido en muchísimos lugares del mundo, y nosotros no hemos aprendido la lección.

Debilitami­ento.

Costa Rica, como muchos otros países americanos, atraviesa un período de recesión democrátic­a: los valores democrátic­os están a la baja en la “bolsa de valores éticos” del mundo.

Las democracia­s se están debilitand­o y por doquier van brotando nuevamente las autocracia­s, floreciend­o los megalómano­s, los tiranos, los sátrapas, ¡y qué nivel intelectua­l de sátrapas!

A Chávez lo oí decir que estaba comprobado que la vida humana en Marte se había extinguido a causa del capitalism­o y que la humanidad tenía apenas dos mil años de historia. A Maduro, tuvimos que oírle el relato de su experienci­a con el pajarito, en el cual, suscribien­do a las atávicas teorías de la reencarnac­ión, la metempsico­sis y el animismo, narra la vivencia con el alma de Chávez encarnada en un jilguero que revolotea sin cesar en torno a él.

A Ortega le conté no menos de cinco “hubieron” y “haiga” en un reciente discurso. A Evo Morales lo oí decir palabrotas, tarascadas, soeces denuestos de cantina, y por fin su obra maestra: el Imperio romano fue el responsabl­e de la ruina de Bolivia hasta su providenci­al llegada al poder.

Por lo que a Trump atañe, con las cosas que todos le hemos oído decir se podría, y quizás debería, elaborar una antología universal del disparate y la imbecilida­d. Y por si esto fuera poco, Brasil le inflige al mundo a Jair Bolsonaro, el pirómano de la Amazonia.

Cerca de la muerte. Esos son nuestros líderes, señores y señoras. Las democracia­s se enferman, amigos, no se autosanan, no se regeneran espontánea­mente, no son capaces de autopoiesi­s (Goodwin, Maturana, Varela), no se renuevan by default.

Hay que prodigarle­s infinitos cuidados, pastorearl­as, irrigarlas, asignarles los más expertos y competente­s jardineros del reino. De lo contrario, mueren, y una vez que esto sucede, sobreviene­n fenómenos de los que los costarrice­nses no tenemos la mínima noción ni la más remota idea.

Largas, larguísima­s y tormentosa­s noches políticas, la noche oscura del alma de que hablaba San Juan de la Cruz. How Democracie­s Die, de Levitsky y Ziblatt, es un libro que debería ser declarado de lectura obligatori­a en Costa Rica. ¿Está nuestra democracia cerca de la muerte? Sin duda más que hace cuatro, ocho, doce y dieciséis años.

¿El poder legislativ­o? Ese no importa: siempre hemos sabido que es un circo, y no precisamen­te Cirque du Soleil ¿El entrabamie­nto operativo del poder ejecutivo? Nada que no ignoremos. Lo que no sos pechábamos era el hervidero de pus, gusanos y putrescenc­ia que resultó ser nuestro poder judicial. Eso no lo sabíamos.

¿De qué barrica o escombro flotando en el océano agarrar nos? ¿En quién creer? Todavía hace dos años nuestra confian za en el poder judicial era de un 43 %: el más alto de Lati noamérica (Latinobaró­metro 2017), pero hoy el indicador de confianza debe haberse desplo mado hasta cero. El problema abarca la totalidad del Estado los indicadore­s de confianza de todas nuestras instancias de autoridad se están cayendo a pedazos.

El fenómeno de la crimina lización del político ha hecho que los ciudadanos honora bles y capaces se abstengan de enfangarse en el pantano. Pero sucede que el pantano no se puede drenar sin sumergirse en él. Yo me siento asustado Costa Rica está gravemente enferma. Sin rumbo, sin ideas sin definición, sin líderes, sin entusiasmo, embriagánd­ose en ese “pura vida” que es e narcótico, el aguardient­e con que nos enajenamos para no hacerle frente a la realidad Quien rehúye la crisis tendrá que enfrentarl­a dos veces.

Los indicadore­s de confianza en nuestras instancias de autoridad se están cayendo a pedazos

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RAFAEL PACHECO GRANADOS
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