Fianzas que traen cola
Allá por el año 2000 decidí cambiar el carro. Fui al banco y pedí un crédito personal en colones, a una “módica” tasa de interés del 29,5% anual. Pieza importante de este negocio fue mamá. Ella dio el impulso final para animarme a concretar la compra y, muy importante, puso la firma como garante del préstamo.
Ofrecerse como fiador de un préstamo no es poca cosa. Nuestro Código Civil deja claro que quien se constituye fiador de una obligación se compromete con el acreedor a cumplirla si el deudor no la satisface. A pesar del grado de responsabilidad que recae en el garante, las fianzas siguen dividiendo familias y cosechando enemistades.
El fiador debería informarse si la fianza que ofrece es indefinida, en cuyo caso podría tener que correr con el monto pendiente, los intereses, los gastos de procesos judiciales seguidos contra el deudor e, incluso, gastos administrativos para hacer efectiva la fianza.
Por su parte, el Reglamento de Tarjetas de Crédito y Débito contempla que las entidades financieras, abogados, gestores y agencias especializadas puedan ejercer labores de cobranza tanto con deudores, como con sus fiadores, y aunque el hostigamiento y el acoso están prohibidos, en la práctica este límite se transgrede con frecuencia.
Hace un tiempo, la Oficina del Consumidor Financiero recordaba una consecuencia que puede ser casi tan mala como tener que pagar el préstamo de otra persona. Si una operación en la que aparezco como fiador entra en atraso o cobro judicial, esta alerta llega al Centro de Información Crediticia (CIC) de la Superintendencia General de Entidades Financieras (Sugef), allí la calidad del crédito será degradada y la calificación afectará el récord tanto del deudor principal como del fiador, deteriorará su acceso a créditos en el sistema financiero y hasta su capacidad de endeudamiento.
Mamá tuvo un gesto de suma confianza conmigo. Yo supe corresponderle y con algún aguinaldo, años más tarde, pagué el saldo de la deuda de forma anticipada. Pero he escuchado historias donde el final no fue tan afortunado, así que si no está seguro de querer servir de garante, recuerde el cierre de aquella magistral conchería del escritor costarricense Aquileo J. Echeverría, llamada La firmita: “A mí pídame la vida, ¡pero la firma!… ¡Mirala!”
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