¡Ni en el fútbol ni en la vida!
Lo sucedido hace una semana en el partido de fútbol de liga menor U-10 entre Alajuelense y Saprissa, cuando el niño Maikell McDonald, jugador de la Liga, fue insultado por unos cuantos padres de chicos del equipo rival de McDonald, atenta contra los principios del deporte y contra los derechos humanos.
Las personas decentes somos mayoría. No podemos dejar pasar, entonces, semejante salvajada. En oprobio de sus propios hijos, los energúmenos humillaron a un chiquito digno de ser amado y respetado, como sus mismos retoños.
Lo peor es que no se trata de un hecho aislado. Es una muestra más de la decadencia moral en una nación alfabetizada que abjura de esta condición, en vista de la creciente agresión en los hogares y en las calles, sin olvidar el léxico vulgar y la espantosa ortografía que contaminan las redes sociales.
Ojalá se concrete el propósito anunciado por don Juan Carlos Rojas, presidente del Saprissa, de investigar a fondo los pormenores del enojoso asunto y dictar sanciones. Una institución tan gloriosa, como la que el señor Rojas lidera, no puede permitir que jamoneros así actúen por la libre, en demérito de la entidad histórica.
Además del fanatismo que embrutece y ciega, del desaguisado se infiere otro mal del fútbol menor. Me refiero a las falsas expectativas de muchos padres de familia sobre las habilidades futbolísticas de sus hijos, en quienes ven una potencial fuente de ingresos económicos, obsesión mercantilista de la que no escapan las academias de fútbol infantil. Muchas lucran con las altas cuotas que los papás tienen que pagar, con tal de ver a sus herederos ataviados con los colores que siguen.
Entre tanto, la realidad es que las ligas menores han dejado de ser el semillero que provocaba que, en esta tierra, los futbolistas aparecieran hasta debajo de las piedras, como pregonaba un individuo de cuyo nombre no vale la pena acordarse.
Finalmente, pensemos en la obligación de los adultos de velar por el bienestar de los niños y las niñas. Seríamos unos pendejos si, ni siquiera, pudiéramos cumplir con esa obligación ciudadana. Costa Rica, un país de paz, no admite más el secuestro de su tradición civilista. Reaccionemos, por favor. Vulgaridades así no se deben repetir, ¡ni en el fútbol ni en la vida!