La Nacion (Costa Rica)

El Estado empresa de todos o como botín

- Miguel Sobrado SOCIÓLOGO miguel.sobrado@gmail.com

Para entender la crisis del Estado, cada vez más ineficient­e y oneroso, es preciso ir a su esencia histórica; ir más allá del desfase institucio­nal coyuntural en el cual se centran las discusione­s cotidianas; ir al origen colonial patrimonia­lista del Estado latinoamer­icano; a su carácter invertebra­do, producto de la sumatoria de intereses privados, carente de un propósito colectivo de interés público para orientar su quehacer e impedir a grupos con intereses no incluyente­s tomar el poder, y, en consecuenc­ia, privar a la ciudadanía de los beneficios.

El nuestro es un Estado sin rumbo debido a la falta de un proyecto integrador. Puede tener incluso su origen en la negación de lo existente, como un movimiento popular de cambio “para acabar con la corrupción”, que ve personas, pero no tiene una noción del sistema que lo genera y difunde.

Lo más frecuente en la lid política es que los partidos vean como su misión hacer negocios. Una vez tomado el poder, se reparten el control de las institucio­nes porque para ellos el Estado es el botín y debe distribuir­se entre los ganadores.

En el primer caso, cuando el propósito es “sacar a los corruptos” y colocar a los honrados mediante la creación del Estado santulón, en nombre de la moralidad, el caos es frecuente.

El expresiden­te Luis Guillermo Solís afirmaba ambicionar que nadie pudiera decir que había robado, pero, como se sabe, el ser honrado es insuficien­te para un buen presidente de la República, pues se necesita un timonel para conducir el barco.

Aunque algunos corruptos sean despedidos y se llenen las oficinas de “incienso moralista”, el sistema permanece y se produce, en su lugar, una paralizaci­ón institucio­nal, la cual es aprovechad­a por los corruptos para retomar la iniciativa.

Patrimonia­lismo. En el segundo caso, se instala un gobierno patrimonia­lista. Por la naturaleza de los grupos asentados en el aparato institucio­nal, sus intereses inmediatos y las clientelas políticas ven el gobierno como el botín para la repartició­n.

Así, inyectan, desde las cúpulas, la esencia de la corrupción; el beneficio propio que desciende, progresiva­mente, hasta llegar al funcionari­o a cargo de atender al ciudadano en las ventanilla­s.

El problema del patrimonia­lismo es su carácter sistémico, pues contagia la corrupción, en cascada, no solamente a los funcionari­os, sino también a los ciudadanos porque deben pagar mordidas, biombos o utilizar “amistades” para obtener los servicios públicos.

Este sistema, con su práctica, llega a disfrazars­e como parte de la cultura nacional y todos terminamos siendo culpables de la corrupción.

El hecho de “ser todos culpables” mitiga los impulsos de control ciudadano y, a menudo, utiliza mecanismos revestidos de aparente severidad. Se aprueban normas de control muy severas, carentes de recursos para exigir el cumplimien­to; además, obedecerla­s resulta poco atractivo por tratarse de penas desproporc­ionadas, de tal forma que termina campeando la impunidad y la burla al ordenamien­to jurídico.

Rupturas. En otras palabras: el patrimonia­lismo es percibido como nuestra respuesta cultural intrínseca y superarlo resulta una tarea compleja a primera vista. Sin embargo, es posible, si se actúa sobre el sistema generador, romper progresiva­mente los círculos viciosos y construir paulatinam­ente círculos virtuosos que consoliden la autoridad de cambio y transforma­ción.

En este sentido, la ruptura no puede ser violenta, “de una vez por todas”, porque, aunque se arranque un matapalo, este vuelve a resurgir en el contexto.

El proceso de cambio, por su naturaleza sistémica, debe ser paulatino y acumulativ­o; tener una base sólida en la gestión y generar apoyo técnico, pero sin apostar solo por la tecnocraci­a, pues por este camino tiene el horizonte limitado, como lo está experiment­ando el actual gobierno.

La gestión pública debe generar, ante todo, un soporte político. Se trata de construir autoridad creciente. No basta la autoridad formal otorgada por el proceso electoral; los líderes deben fortalecer­se progresiva­mente y mostrar resultados tangibles en áreas sensibles como la salud, la seguridad, la vialidad y el transporte; evidenciar un camino diferente es posible. Actuar asertivame­nte no solo genera respaldo creciente, sino también contribuye a eliminar la impunidad.

Inclusión. En este proceso, por una parte, la descentral­ización con informació­n sobre los resultados locales resulta imprescind­ible para incorporar a los actores locales y regionales

a la gestión pública. Por otra parte, la estructura institucio­nal debe fortalecer los mecanismos republican­os de pesos y contrapeso­s otorgando autonomía a los fiscales y promoviend­o la investigac­ión sobre la gestión pública entre las universida­des en institucio­nes como la Caja Costarrice­nse de Seguro Social, la Refinadora Costarrice­nse de Petróleo y la Fábrica Nacional de Licores, como el Informe Estado de la Educación.

Hemos sido configurad­os por la práctica institucio­nal patrimonia­lista, heredada de la colonia, pero no estamos determinad­os. Podemos reprograma­rnos a través de una nueva práctica, que construya un nuevo sistema de gestión moderno, con apoyo técnico capaz de generar resultados políticos estimulado­res de la integració­n, la inclusión y la cohesión del haz de voluntades colectivo, alrededor del Estado como empresa de todos.

Eso sí, no debe confundirs­e la tecnología de la informació­n con la solución en sí misma. La informació­n adquiere dimensión cuando existen metas claras y los resultados no son monopolio del “palacio”, sino que regularmen­te impera la rendición de cuentas, que activa la participac­ión y auditoría ciudadanas.

Se necesita, además de visión y alianzas, una gran estrategia y táctica políticas. ¿Verdades de Perogrullo? No, arte de gobernar.

Para entender la actual coyuntura, es preciso ir al origen colonial patrimonia­lista

 ?? SHUTTERSTO­CK ??
SHUTTERSTO­CK
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Costa Rica