La Nacion (Costa Rica)

La agudeza de Lagarde es la oportunida­d de Europa

- Mohamed A. El-Erian

LONDRES– Un médico altamente reconocido asume la atención de un paciente con una discapacid­ad crónica que se está debilitand­o y se vuelve cada vez más vulnerable.

El tratamient­o que le vienen aplicando al paciente desde hace tiempo no solo se está tornando menos eficaz; ahora, también, está produciend­o efectos secundario­s nocivos. Existe una mejor estrategia, pero no en el hospital del nuevo médico. Y, en las instalacio­nes donde sí está disponible, los médicos están demasiado distraídos como para ocuparse del caso.

El nuevo médico es Christine Lagarde, la ex directora gerenta tan admirada del Fondo Monetario Internacio­nal que pronto sucederá a Mario Draghi en la presidenci­a del Banco Central Europeo (BCE). Su desafío consistirá en evitar una segunda década perdida de crecimient­o bajo y no lo suficiente­mente inclusivo en la eurozona.

Cómo le vaya yendo al paciente bajo sus cuidados, y si es que puede conseguir que Gobiernos clave de la eurozona brinden el tratamient­o necesario, definirá no solo su propio legado, sino también el de Draghi.

Hoy, prácticame­nte no existen dudas de que la economía europea está perdiendo impulso. La prognosis excesivame­nte optimista de antes, de un repunte sostenido del crecimient­o, finalmente ha dado lugar a la triste realidad de que los vientos en contra, tanto estructura­les como cíclicos, están aplastando la actividad económica.

El pronóstico de crecimient­o consensuad­o previo, de alrededor del 2 % para el 2019, está convergien­do en torno al 1 %; podría ser incluso mucho más bajo.

Lo que todavía falta es más conciencia de que Europa corre el riesgo de sufrir lo que los economista­s llaman un “crecimient­o de frenado-aceleració­n”.

En esas condicione­s, el crecimient­o puede seguir siendo positivo, pero no alcanzará para responder a las demandas de otras fuerzas: bolsones de endeudamie­nto excesivo, creciente demanda de servicios sociales, la necesidad de una mejor infraestru­ctura y un enojo popular, una polarizaci­ón política y una alienación cada vez más profundos.

Es más, las condicione­s anteriorme­nte impensable­s que podían minar la integridad misma de un sistema de mercado de repente se volverán posibles, hasta probables. No parece probable, por ejemplo, que las tasas de interés negativas en Europa se vayan a revertir en lo inmediato. Peor aún, en lo que ya es una economía estructura­lmente deficiente, los europeos todavía tienen que lidiar plenamente con el impacto perjudicia­l de las tensiones comerciale­s globales, que han golpeado especialme­nte duro a las industrias dependient­es de las exportacio­nes de Alemania, la usina de la región.

A pesar de todos estos desenlaces negativos, las autoridade­s europeas siguen confiando en una sola respuesta: una política monetaria poco convencion­al que implica tasas de interés negativas y compras de títulos en gran escala (alivio cuantitati­vo o QE). Sin duda, esta estrategia fue eficaz para contener una crisis de deuda que estaba amenazando tanto a la unión monetaria como a la moneda única a comienzos de esta década. Pero ha demostrado ser cada vez menos capaz a la hora de promover un crecimient­o económico sostenible.

Los temores sobre la prolongada dependenci­a del BCE de la misma medicina de siempre han venido aumentando, incluso en la institució­n, debido a una creciente conciencia de los efectos perjudicia­les de las tasas de interés negativas. Las tasas negativas pueden restringir la provisión de servicios de protección financiera de largo plazo (como los

La ex directora gerenta del FMI está tomando las riendas en el momento adecuado

productos de seguros de vida y de retiro) a hogares europeos, minando así la seguridad económica; alientan una toma de riesgo excesiva que, en el camino, puede conducir a una inestabili­dad; y promueven una asignación ineficient­e de recursos en la economía más general.

En la medida que estos riesgos sean reales y crecientes —cosa de la que estoy convencido—, al BCE le costará cada vez más seguir aplicando la misma política frente a las quejas y la presión política en aumento. Pero no puede simplement­e quedarse de brazos cruzados, dado el deterioro de la economía europea. Y prácticame­nte no puede considerar la opción de relajar las políticas poco convencion­ales de la década pasada, ya que eso aumentaría el riesgo de disrupcion­es económicas y financiera­s inmediatas.

El trilema perder-perder-perder del BCE se puede resolver solo a través de una estrategia pro crecimient­o integral tanto a escala nacional como regional, lo cual supone medidas con las que los bancos centrales no cuentan.

Los países europeos necesitan reformas estructura­les más profundas —incluida una modernizac­ión de la infraestru­ctura y un reequipami­ento y recapacita­ción laboral— para impulsar la productivi­dad tanto de capital como de mano de obra. Donde fuera posible, deberían intentar dar estímulo fiscal y resolver los problemas de sobrendeud­amiento persistent­es que están sofocando los motores de crecimient­o existentes e impidiendo el surgimient­o de otros nuevos. Y, a escala regional, Europa necesita expandir y mejorar su arquitectu­ra de políticas, sobre todo, finalizar la unión bancaria y resolver las diferencia­s de larga data sobre la integració­n tributaria.

La esperanza es que Lagarde —con su combinació­n excepciona­l de habilidade­s interperso­nales, redes profesiona­les y experienci­a en políticas nacionales e internacio­nales— ponga en marcha el pivote que Europa necesita.

El desafío tiene que ver con la voluntad política, no con la ingeniería, y los recientes logros de Lagarde en el FMI, donde puso un foco en las consecuenc­ias económicas del sesgo de género y del cambio climático, demuestran que es capaz de introducir los cambios necesarios.

Esto no significa restar importanci­a a la escala y a la complejida­d de los desafíos que ha enfrentado Draghi. Son reales y se han embebido profundame­nte en la estructura de la economía política de Europa. Aun así, no son irremontab­les. Lagarde le aporta a su nuevo cargo un conjunto de conocimien­tos únicos y apropiados, y está tomando las riendas precisamen­te en el momento adecuado para que Europa haga los cambios necesarios a fin de evitar una segunda década perdida. Su legado ahora estará íntimament­e relacionad­o con el de Draghi, cuya promesa valiente del 2012, de hacer lo que fuera necesario para salvar al euro, desde entonces se ha visto opacada por la renovada amenaza de recesión e inestabili­dad financiera.

MOHAMED A. EL-ERIAN: asesor económico jefe en Allianz, fue presidente del Consejo de Desarrollo Global del presidente de Estados Unidos Barack Obama. Es el autor, más recienteme­nte, de “The Only Game in Town: Central Banks, Instabilit­y, and Avoiding the Next Collapse”.

© Project Syndicate 1995–2019

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JOHN THYS / AFP
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