La Nacion (Costa Rica)

¿Estamos preparados para una nueva crisis mundial?

- Eli Feinzaig ECONOMISTA feinzaig@msn.com jchidalgo@gmail.com

La economía alemana está al borde de una recesión. Se contrajo durante el segundo trimestre del año y todo indica que también lo hará en el tercero. Su sector industrial viene encogiéndo­se desde hace ocho meses y, según las proyeccion­es, setiembre será su peor mes desde la crisis del 2009.

La economía británica, plagada por la incertidum­bre política y la posibilida­d de enfrentar un brexit desordenad­o, también se contrajo durante el segundo trimestre y el futuro cercano no pinta bien, sobre todo, si consideram­os que su sector servicios, equivalent­e al 80 % de su producto interno bruto (PIB), está muy orientado hacia la Europa de la cual quiere divorciars­e.

Estos dos países representa­n alrededor del 38 % del PIB de la Unión Europea (2016); un estornudo suyo puede contagiar una gripe al resto del continente. De hecho, el Banco Central Europeo disminuyó recienteme­nte sus expectativ­as de crecimient­o para este y los próximos dos años.

Las dos economías más grandes del mundo, Estados Unidos y China, están creciendo menos que hace un año, enfrascada­s en una demencial guerra arancelari­a. El crecimient­o del gigante asiático corre el riesgo de caer por debajo del paradigmát­ico 6 % en esta segunda mitad del 2019, luego de haber reportado en el segundo trimestre su menor subida en tres décadas (6,2 %), mientras para la economía estadounid­ense se proyecta un 2 % de crecimient­o este año —comparado con el 3,1 % del año pasado— y aumenta la probabilid­ad de una recesión en los próximos 12 meses.

Japón, la tercera mayor economía del mundo, mantiene un crecimient­o moderado, pero también se desacelera y los expertos temen que una combinació­n de factores empujen su crecimient­o hacia terreno negativo en el último trimestre del año: la entrada en vigor de un alza en el impuesto de consumo en octubre, la amenaza de Donald Trump de imponer aranceles a los vehículos japoneses, el relativo fortalecim­iento del yen —lo cual encarece sus exportacio­nes—, como producto de la tensión entre Estados Unidos y China, y su propia disputa comercial con Corea del Sur, que ha afectado negativame­nte sus exportacio­nes y la recepción de turistas.

Diagnóstic­o latinoamer­icano. Nicaragua está cayendo a ritmo acelerado y se proyecta una contracció­n del PIB cercana al 5 % este año. Por si fuera poco, Latinoamér­ica es la región del mundo que menos crecerá este año (0,6 %), según la actualizac­ión de julio del Informe de Perspectiv­as Económicas Globales del Fondo Monetario Internacio­nal.

La economía costarrice­nse se está desacelera­ndo desde mediados del 2015, según el índice mensual de actividad económica (IMAE), que había marcado un 5,3 % de crecimient­o en julio y agosto pasados, pero cayó abismalmen­te hasta el 1,5 % que arrojó su última lectura en julio del presente año.

El IMAE se compone de 15 subíndices que permiten dar seguimient­o a 14 industrias específica­s, más una categoría de “otras actividade­s” que engloba a las más pequeñas. A julio, cinco sectores estaban en franca contracció­n, cuatro mostraban desacelera­ción, dos estaban estancados y solo cuatro mostraban crecimient­o, aunque muy leve, con respecto a un año antes.

La agricultur­a, el comercio, la minería y la construcci­ón se han contraído en los últimos doce meses. Entre los pocos sectores en crecimient­o, destaca el manufactur­ero, con una magra variación interanual del 0,6 %. Pero, al analizar su composició­n, advertimos que la manufactur­a en régimen definitivo —productora, principalm­ente, para el mercado nacional, no goza de exoneracio­nes ni de trámites simplifica­dos— cayó un 2,2 %.

Por tanto, es la industria exportador­a (en régimen especial) la que explica el leve crecimient­o de la industria manufactur­era como un todo. Lamentable­mente, si nuestros principale­s socios comerciale­s —Estados Unidos, Europa y Centroamér­ica— afrontan sus propias dificultad­es, los augurios no son halagüeños para nuestro sector exportador.

Discurso equivocado. No es cierto, como afirmó el presidente, Carlos Alvarado, en días recientes, que la pérdida de confianza de consumidor­es y empresario­s se deba a la desacelera­ción en el resto del mundo.

No es cierto, tampoco, que nuestros problemas económicos se deban al menor crecimient­o global. Como lo muestra el IMAE y lo refuerza el índice de desempleo —que no ha bajado del 8 % desde el 2010, habiendo promediado un 9,8 % desde el primer trimestre del 2015 y un 11,7 % en los últimos tres trimestres— nuestros problemas vienen de muy atrás.

No hay duda de que la situación internacio­nal agrava nuestros males, pero no es la causa principal de la modorra de nuestra economía. Hace diez años, cuando se desató la crisis financiera internacio­nal, Costa Rica estaba razonablem­ente preparada para lo que vendría.

Después de dos años con pequeños superávits fiscales (2007 y 2008) y catorce años seguidos con saldos positivos en el balance primario, el nivel de endeudamie­nto del Gobierno había caído hasta un saludable 24 % del PIB. Hoy, el país acumula 11 años seguidos (incluido el actual) con déficit fiscal, de los cuales, los últimos 10 registra déficits superiores al 4 % y 8 de ellos con déficits superiores al 5 %.

Producto de lo anterior, la deuda del gobierno cerrará un pelo por debajo del 60 % del PIB este año. Con regla fiscal o sin ella, el gobierno no tiene espacio de maniobra para seguir una política fiscal expansiva, como fue el Plan Escudo en el 2009, o la recomendad­a en días recientes por el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, a los países europeos que tienen margen presupuest­ario (Alemania y Holanda), al invitarlos a tomar “acciones oportunas y eficaces” desde la política fiscal para evitar una desacelera­ción mayor y una eventual recesión.

Con respecto a Alemania, incluso afirmó que “este es un buen momento para activar” un plan de inversión por 50.000 millones de euros.

La única salida.

Si bien no estuve de acuerdo con algunas de las políticas anticíclic­as adoptadas a partir del 2009 en nuestro país —porque, a diferencia de lo recomendad­o por Draghi, aquí se le hizo frente a una crisis temporal (como todas) con un incremento permanente del gasto, de la forma más ineficient­e posible—, lo cierto es que en aquel momento el país tenía margen de maniobra y ello le permitió incrementa­r el gasto público para sostener la demanda y evitar una caída más severa de la producción.

Hoy, como resultado de las decisiones de hace una década, Costa Rica no podría seguir la recomendac­ión de Draghi ni ninguna otra versión de la receta keynesiana de incrementa­r el gasto para enfrentar la crisis.

En los últimos meses, las autoridade­s monetarias y de supervisió­n financiera del país han relajado la política monetaria, rebajado tasas de interés y flexibiliz­ado las reglas para hacer arreglos de pago, clasificar a los deudores y registrar la morosidad en los bancos.

Ello no ha logrado recuperar el crecimient­o del crédito, ni lo va a conseguir. Por el contrario, tales medidas podrían empeorar los índices de morosidad de las entidades financiera­s.

El elevado nivel de endeudamie­nto de las personas y las empresas (66 % del PIB solo en el sector financiero regulado), sumado a la pérdida de confianza de consumidor­es y empresario­s, nos cierra las puertas a todo intento de salir de la crisis por medio de una expansión del crédito.

Costa Rica está en una encrucijad­a. Se avecina una nueva crisis y no podemos acrecentar el gasto público ni expandir el crédito al sector privado.

Tal vez ahora nos decidamos a hacer las reformas necesarias para incrementa­r la productivi­dad y mejorar la competitiv­idad, que debimos adoptar hace mucho tiempo. Es nuestra única esperanza. Se equivocó David Cameron al convocar un referendo sobre la permanenci­a del Rei no Unido en la Unión Europea? La pregunta parece redundante si vemos el caos en el que el brexit sumergió la política británica. Al ex primer ministro se le acusa de inventarse la consulta con el fin de mantener unido a su partido y salvar su liderazgo Al perder la apuesta, le legó a su país la mayor crisis insti tucional de la posguerra.

“Fracasé”, admite Came ron en sus recién publica das memorias. Sin embargo su mea culpa no se refiere a la decisión de sostener e referendo, sino de haberlo perdido y cómo lo perdió. E ex líder conservado­r insiste en que la posición del Reino Unido en la Unión Europea era insostenib­le dada la cam biante naturaleza del bloque y la acumulació­n de poderes en Bruselas tras la crisis de la eurozona. Y ofrece una prue ba difícil de refutar: antes del 2014, todos los partidos habían planteado la necesi dad de un referendo sobre la membrecía en la Unión Euro pea. De hecho, la Cámara de los Comunes votó abrumado ramente a favor de la convo catoria, 544 votos contra 53.

Así, Cameron sería el chi vo expiatorio de lo que más bien es un suicidio colectivo Sin embargo, hay un elemen to que dificulta su exonera ción. Según diversos sondeos la “cuestión europea” apa recía en el fondo de las preo cupaciones de los británicos en los años que precediero­n el llamado al referendo. E verdadero temor de Cameron era que un segmento grande de sus votantes conservado res desertaran al partido na cionalista de Nigel Farage en las elecciones del 2015. Para aplacarlos, les prometió e voto. El resto es historia. “Un líder más fuerte no habría se guido el curso de Cameron” señala el comentaris­ta Steve Richards. Tiene razón. Hacer política pensando en compla cer a las bases es una apuesta que tarde o temprano pasa la factura. Un líder prudente sabe anteponer el interés na cional a las pasiones partidis tas de corto plazo.

En Costa Rica, las princi pales preocupaci­ones de la gente son la situación econó mica, el desempleo y el alto costo de vida. Eso debe con centrar la atención de nues tros políticos. Apaciguar a una base electoral con agen das polarizant­es no solo es irresponsa­ble, sino que mu chas veces termina siendo una soga al cuello para quie nes lo plantean. Si no, pre gúntenle a David Cameron.

A Costa Rica ya no le es posible seguir ninguna versión de la receta keynesiana

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