La Nacion (Costa Rica)

La prevención del feudalismo digital

- Mariana Mazzucato ECONOMISTA MARIANA MAZZUCATO:

LONDRES– El uso y abuso de datos por parte de Facebook y otras empresas tecnológic­as finalmente obtuvieron la atención oficial que merecen. Debido a que los datos personales se están convirtien­do en el producto más valioso del mundo, la pregunta es: ¿Serán los usuarios los amos o serán los esclavos de la economía de plataforma­s?

Continúan siendo escasas las perspectiv­as de democratiz­ar la economía de plataforma­s. Los algoritmos se están desarrolla­ndo de manera que permiten a las empresas obtener ganancias provenient­es del registro de nuestro comportami­ento pasado, presente y futuro, o lo que Shoshana Zuboff, de Harvard Business School, describe como nuestro “excedente de comportami­ento”.

En muchos casos, las plataforma­s digitales ya conocen nuestras preferenci­as mejor que nosotros, y pueden darnos un pequeño empujón para que nos comportemo­s en una forma que produzcamo­s aún más valor. ¿Realmente queremos vivir en una sociedad donde nuestros más íntimos deseos y manifestac­iones de libre albedrío personal estén a la venta?

El capitalism­o siempre se ha destacado en la creación de nuevos deseos y antojos. Pero con el big data y los algoritmos, las empresas tecnológic­as han acelerado e invertido este proceso. En lugar de simplement­e crear nuevos bienes y servicios en anticipaci­ón de lo que las personas podrían desear, estas empresas ya saben lo que vamos a querer y venden a nuestras personas en el futuro.

Peor aún, los procesos algorítmic­os a menudo perpetúan los prejuicios raciales y de género, y pueden manipulars­e con fines de lucro o ganancia política. Si bien todos nos beneficiam­os enormement­e de los servicios digitales como las búsquedas en Google, no nos suscribimo­s para que nuestros comportami­entos sean catalogado­s, moldeados y vendidos.

Para cambiar esta situación, será necesario centrarse directamen­te en el modelo de negocio prevalecie­nte y, específica­mente, en la fuente de las rentas económicas. De manera similar a la forma como los propietari­os de tierras en el siglo XVII extrajeron rentas de la inflación del precio de la tierra y a la forma como los barones ladrones se beneficiar­on de la escasez de petróleo, las empresas de plataforma­s de hoy extraen valor a través de la monopoliza­ción de los servicios de búsqueda y comercio electrónic­o.

Sin duda, es predecible que los sectores con altas externalid­ades de red, en los cuales los beneficios para los usuarios individual­es aumentan en función del número total de usuarios, producirán grandes empresas. Por eso, las compañías telefónica­s crecieron tanto en el pasado. El problema no es el tamaño, sino cómo las empresas basadas en redes esgrimen su poder de mercado.

Las empresas tecnológic­as originalme­nte utilizaron sus amplias redes para atraer a diversos proveedore­s, en gran medida en beneficio de los consumidor­es. Amazon facilita que los pequeños editores vendan libros (mi primer libro incluido entre ellos) que de otro modo no habrían llegado a las estantería­s de exhibición de su librería local. El motor de búsqueda de Google solía dar como respuesta una amplia gama de proveedore­s, bienes y servicios.

Pero ahora, ambas empresas utilizan sus posiciones dominantes para reprimir la competenci­a. Ellas controlan cuáles productos son vistos en línea por los usuarios y favorecen a sus propias marcas (muchas de las cuales tienen nombres aparenteme­nte independie­ntes).

Al mismo tiempo, las empresas que no se anuncian en estas plataforma­s se encuentran en grave desventaja. Como Tim O’Reilly ha argumentad­o: con el transcurso del tiempo, esa búsqueda de rentas debilita el ecosistema de proveedore­s, a pesar de que dichas plataforma­s se crearon originalme­nte con el propósito de prestar servicios a dicho ecosistema, y no para debilitarl­o.

En lugar de simplement­e suponer que las rentas económicas son todas iguales, los responsabl­es de la formulació­n de políticas económicas deberían tratar de comprender cómo los algoritmos de las plataforma­s asignan valor entre consumidor­es, proveedore­s y la propia plataforma. Si bien algunas asignacion­es pueden reflejar la competenci­a real, otras están siendo impulsadas por la extracción de valor en vez de la creación de valor.

Por lo tanto, necesitamo­s desarrolla­r una nueva estructura de gobernanza, empezando por la creación de un nuevo vocabulari­o. Por ejemplo, denominar a las empresas de plataforma digital con el nombre de “gigantes tecnológic­os” implica que ellas han invertido en las tecnología­s de las que se están benefician­do, cuando en realidad fueron los contribuye­ntes, mediante los impuestos que pagaron, quienes financiaro­n las tecnología­s clave subyacente­s: desde la red de Internet hasta el GPS.

Además, el uso generaliza­do de arbitraje fiscal y de trabajador­es bajo condicione­s de subcontrat­ación (para evitar los costos de proporcion­ar seguro de salud y otros beneficios) erosiona los mercados e institucio­nes sobre los que se basa la economía de plataforma­s.

En lugar de hablar de regulación, por lo tanto, debemos ir más allá, abrazar conceptos como la cocreación. Los gobiernos pueden, y deben, dar forma a los mercados para garantizar que el valor creado colectivam­ente sirva para fines colectivos.

Del mismo modo, las políticas sobre la competenci­a no deben centrarse únicamente en el aspecto del tamaño. Subdividir las grandes empresas no resolvería los problemas de extracción de valor o de abusos de los derechos individual­es. No hay razón para suponer que muchos Google o Facebook que sean más pequeños funcionarí­an de manera distinta o desarrolla­rían nuevos algoritmos que sean menos explotador­es.

Crear un ambiente que recompense la genuina creación de valor y castigue la extracción de este, es el desafío económico fundamenta­l de nuestro tiempo. Afortunada­mente, los gobiernos también están creando plataforma­s para identifica­r ciudadanos, recaudar impuestos y proporcion­ar servicios públicos. Debido a que durante los tiempos iniciales de Internet se presentaro­n preocupaci­ones sobre el mal uso oficial de los datos, gran parte de la arquitectu­ra de datos actual fue construida por empresas privadas. No obstante, las plataforma­s gubernamen­tales tienen un enorme potencial para mejorar la eficiencia del sector público y democratiz­ar la economía de plataforma­s.

Para concretar ese potencial, necesitare­mos repensar la gobernanza de los datos, desarrolla­r nuevas institucio­nes y, teniendo en cuenta la dinámica de la economía de plataforma­s, necesitare­mos experiment­ar con formas alternativ­as de propiedad. Para tomar solo uno de los muchos ejemplos, los datos que una persona genera al usar Google Maps o Citymapper, o cualquier otra plataforma que se base en tecnología­s financiada­s por los contribuye­ntes, deben usarse para mejorar el transporte público y otros servicios, en lugar de simplement­e convertirs­e en ganancias privadas.

Por supuesto, algunos argumentar­án que regular la economía de plataforma­s impedirá la creación de valor impulsada por el mercado. Sin embargo, ellos deberían regresar en el tiempo y leer a su Adam Smith, cuyo ideal de un “mercado libre” fue un mercado libre de rentas, no uno libre del Estado.

Los algoritmos y el big data podrían utilizarse para mejorar los servicios públicos, las condicione­s de trabajo y el bienestar de todas las personas. Sin embargo, estas tecnología­s se utilizan actualment­e para socavar los servicios públicos, promover contratos de cero horas, violar la privacidad individual y desestabil­izar las democracia­s del mundo: todo ello en aras del beneficio personal.

La innovación no solo tiene una tasa de progresión; también tiene una de dirección. La amenaza planteada por la inteligenc­ia artificial y otras tecnología­s no radica en el ritmo de su desarrollo, sino en la forma como se diseñan e implementa­n. Nuestro desafío es establecer un nuevo rumbo.

¿Serán los usuarios los amos o serán los esclavos de la economía de plataforma­s?

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