Un nobel a la experimentación
Para quienes trabajamos en el sector, el Premio Nobel de Economía otorgado a Esther Duflo y Abhijit Banerjee era cuestión de tiempo.
La pregunta no giraba en torno a si iban a ganar el premio, sino cuándo, pues se trata de un galardón frecuentemente reservado para académicos de mayor edad, en el ocaso de su carrera y luego de décadas de haber influido en su disciplina de una manera universalmente consolidada.
Duflo ya había ganado la medalla John Bates Clark en el 2010, premio de la Asociación Americana de Economía conferido a la persona más influyente en su campo, de menos de cuarenta años, y que por largo tiempo ha sido considerado la antesala para ganar el Nobel. El reconocimiento de este año por parte de la Real Academia de las Ciencias de Suecia se convierte, entonces, en la bienvenida consagración de una carrera tanto reconocida como prodigiosa.
Dadas las circunstancias, vale la pena hacer un repaso de la contribución de los ganadores y los efectos que su legado puede tener en el proceso de formulación de políticas públicas en un país como Costa Rica.
El Laboratorio del Desarrollo. La principal contribución de Duflo y Banerjee se ha dado mediante su trabajo en J-PAL, siglas en inglés de Laboratorio de Acción en Pobreza Abdul Latif Jameel, centro de investigación académica al que me he referido antes en estas páginas. En esa ocasión, instando al presidente Alvarado a poner atención a la visión de sus fundadores, insistí en que la entidad está a la vanguardia global en la ejecución y evaluación de microintervenciones, modelo de política social y experimentación basado en pruebas, que debería ser emulado por Costa Rica.
¿De qué se tratan las microintervenciones? En la declaración de su misión, J-PAL asegura que creen en la investigación rigurosa, mediante la cual sus profesores afiliados efectúan evaluaciones para probar y mejorar la eficacia de programas sociales.
Los equipos de J-PAL se acercan a alguna comunidad, en América Latina, la India, África u otras en desarrollo, y ponen en operación una microintervención social: un programa de tutores educativos en una escuela de la India, la provisión de suministros de salud sexual para adolescentes en Nepal, un seguro de salud para un grupo de trabajadores informales en Nicaragua o una serie de becas educativas para niñas y adolescentes en Kenia.
Se trata casi siempre de participaciones limitadas, pero la clave de su éxito es que estos programas cuentan con un diseño de evaluación sofisticado. La selección de los receptores del programa es llevada a cabo de manera aleatoria, con un grupo de control, es decir, un grupo de personas que no reciben el programa, y un equipo encargado de medir meticulosamente el seguimiento del programa.
Los investigadores, usualmente, definen indicadores de éxito y hacen pruebas antes de la entrega del programa con el objetivo de, luego, hacer mediciones continuas y comparar tanto al grupo tratado como al de control, así como al mismo grupo tratado de manera previa y posterior al programa.
Una vez finalizada la intervención, los números y los objetivos son revisados, y se estudian los ajustes necesarios para que la ayuda sea más exitosa la próxima vez. Así, se genera un ciclo virtuoso de retroalimentación que fomenta la mejora continua y eficiente de los miniprogramas de asistencia social.
Costa Rica lo hizo. Un experimento de este tipo fue puesto en práctica en Costa Rica. Varios investigadores, Alpízar, Bernedo y otros, realizaron entre el 2015 y el 2016 un experimento en comunidades de Nicoya y Puntarenas.
Los investigadores fueron a casi mil viviendas y entregaron una serie de regaderas más tecnológicamente eficientes que las tradicionalmente utilizadas en las localidades, con el objetivo de medir si el cambio derivaba en una reducción en el uso de agua en comparación con las viviendas donde no se dieron regaderas. Después, se dio seguimiento a los patrones de consumo de las familias y se evaluó si hubo ahorro.
Los resultados son fascinantes: se registró una reducción considerable en el consumo de agua, pero no en la magnitud calculada por un equipo de ingenieros. Los resultados facilitan a los investigadores estudiar las causas del ahorro de agua, así como los motivos por los cuales la reducción no fue equivalente a la estimada por los técnicos.
De esta manera, se obtienen hallazgos que ayudan a instituciones públicas, tales como el AyA, a comprender mejor los patrones de consumo de los costarricenses, así como la forma en que las familias reaccionan a la puesta en operación de tecnologías más eficientes.
Toda intervención del Estado en esta materia debe estar basada en un experimento similar, mediante el cual los resultados hayan sido probados. Este es el fundamento del movimiento de políticas públicas basadas en la prueba.
Cambio de paradigma. El paradigma de experimentación consolidado por Duflo y Banerjee surgió principalmente en respuesta a algunos de los malestares de la ineficiencia de los programas tradicionales de cooperación para el desarrollo en el tercer mundo.
El enfoque de inicios de siglo de “grandes ayudas”, promovido notoriamente por economistas como Jeffrey Sachs, se fundamentaba en que mayores cambios estructurales acompañados de flujos de dinero a gran escala hacia países pobres podían generar condiciones para que sus habitantes salieran de la espiral de pobreza.
La ineficiencia de esta ideología, así como sus consecuencias inesperadas, llevaron a un replanteamiento del papel de los países desarrollados en regiones como África subsahariana y el subcontinente indio.
Estos problemas fueron prodigiosamente resumidos por autores como William Easterly y Angus Deaton, quien obtuvo el Premio Nobel de Economía en el 2015 por su trabajo respecto a la desigualdad. Frecuentemente, argumentan, los flujos masivos de dinero llevaron al desmantelamiento de los aparatos productivos en esos pequeños países, y hasta la quiebra de muchos agricultores.
Por todo lo mencionado, si en Costa Rica podemos obtener algún aprendizaje del reconocimiento al trabajo de J-PAL, debe estar enfocado en la necesidad de promover políticas públicas basadas en pruebas y diseños experimentales previamente comprobados.
En plena crisis fiscal, el dinero de los contribuyentes es muy limitado como para seguir invirtiendo en programas cuyos resultados no estamos en capacidad de medir. Debemos reconocer que no tenemos grandes soluciones a la pobreza y que muchos de nuestros intentos no han salido como esperábamos.
Será únicamente a través de la comprobación experimental previa que poco a poco podremos saber qué estamos haciendo bien y qué podemos hacer mejor en torno a la política social.
Es hora de hacer algo diferente, si deseamos disminuir el 20 % de pobreza en el que llevamos décadas estancados. No será un proceso simple y sin contratiempos, pero, si logramos sacar la tarea, vamos a tener mucho que deberles a los economistas Esther Duflo y Abhijit Banerjee. enemos un rompecabezas en el mercado laboral: un elevado nivel de desempleo, creciente preponderancia de la informalidad en la generación de trabajos y el estancamiento de los ingresos de la mayoría de los trabajadores. Es un triple problema que ya era una complicada realidad años atrás, cuando la economía crecía al 3 % o 4 %, y que, en plena desaceleración, no ha hecho sino agravarse. Hace rato no generamos bienestar ni acomodamos a las nuevas generaciones en el mercado laboral.
Algunos dicen que si la economía crece con rapidez el problema se arregla solo. Sin duda, altas y sostenidas tasas de crecimiento ayudarían a aliviarlo, pero no hay una “bala de plata” para resolver el rompecabezas, una medida que por sí misma alcance para solucionarlo. Reconocer esta dificultad es crucial para evitar “curas milagrosas”. Vean ustedes: si lográramos, por arte de magia, que la economía creciera velozmente, las variables laborales seguirían en un terreno negativo si ese crecimiento es promovido por sectores intensivos en capital y pocos encadenamientos productivos y laborales.
Recordemos que el triple problema laboral no se originó en una época de crisis, sino en una en la cual había expansión económica. Entonces, no es el crecimiento per se, sino cierto tipo de crecimiento el que interesa. Necesitamos economías regionales capaces de crear empleo y valor agregado locales mediante el establecimiento de cadenas de valor en zonas donde hoy no está pasando mucho. Fácil decirlo, difícil hacerlo.
Crear conexiones entre actividades económicas ayudaría a llevar “vida” fuera de las zonas francas: revitalizar el agro, la agroindustria y encadenar mejor el turismo a las comunidades. Contribuiríamos a generar buenos empleos tanto dentro como, especialmente, fuera del Valle Central, donde la cosa está que asusta para jóvenes, mujeres y personas poco calificadas. Necesitamos hacer, pues, lo que no hemos hecho en las últimas décadas, cuando concentramos (casi) todo en la capital y abandonamos el resto del país a su suerte.
Conexiones: actuar simultáneamente en distintos frentes, desde el fomento productivo a la creación de clústeres (polos de desarrollo), reorientar la educación técnica, acercar las universidades al sector productivo, entre otras cosas. Implica actuar en concierto entre muchos: cuesta, pero es ineludible. Hay que empezar.
El modelo desarrollado por Esther Duflo y Abhijit Banerjee merece ser copiado en el país