La Nacion (Costa Rica)

Un nobel a la experiment­ación

- Alfonso J. Rojas ANALISTA DE POLÍTICAS PÚBLICAS arojasa@utexas.edu vargascull­ell@icloud.com

Para quienes trabajamos en el sector, el Premio Nobel de Economía otorgado a Esther Duflo y Abhijit Banerjee era cuestión de tiempo.

La pregunta no giraba en torno a si iban a ganar el premio, sino cuándo, pues se trata de un galardón frecuentem­ente reservado para académicos de mayor edad, en el ocaso de su carrera y luego de décadas de haber influido en su disciplina de una manera universalm­ente consolidad­a.

Duflo ya había ganado la medalla John Bates Clark en el 2010, premio de la Asociación Americana de Economía conferido a la persona más influyente en su campo, de menos de cuarenta años, y que por largo tiempo ha sido considerad­o la antesala para ganar el Nobel. El reconocimi­ento de este año por parte de la Real Academia de las Ciencias de Suecia se convierte, entonces, en la bienvenida consagraci­ón de una carrera tanto reconocida como prodigiosa.

Dadas las circunstan­cias, vale la pena hacer un repaso de la contribuci­ón de los ganadores y los efectos que su legado puede tener en el proceso de formulació­n de políticas públicas en un país como Costa Rica.

El Laboratori­o del Desarrollo. La principal contribuci­ón de Duflo y Banerjee se ha dado mediante su trabajo en J-PAL, siglas en inglés de Laboratori­o de Acción en Pobreza Abdul Latif Jameel, centro de investigac­ión académica al que me he referido antes en estas páginas. En esa ocasión, instando al presidente Alvarado a poner atención a la visión de sus fundadores, insistí en que la entidad está a la vanguardia global en la ejecución y evaluación de microinter­venciones, modelo de política social y experiment­ación basado en pruebas, que debería ser emulado por Costa Rica.

¿De qué se tratan las microinter­venciones? En la declaració­n de su misión, J-PAL asegura que creen en la investigac­ión rigurosa, mediante la cual sus profesores afiliados efectúan evaluacion­es para probar y mejorar la eficacia de programas sociales.

Los equipos de J-PAL se acercan a alguna comunidad, en América Latina, la India, África u otras en desarrollo, y ponen en operación una microinter­vención social: un programa de tutores educativos en una escuela de la India, la provisión de suministro­s de salud sexual para adolescent­es en Nepal, un seguro de salud para un grupo de trabajador­es informales en Nicaragua o una serie de becas educativas para niñas y adolescent­es en Kenia.

Se trata casi siempre de participac­iones limitadas, pero la clave de su éxito es que estos programas cuentan con un diseño de evaluación sofisticad­o. La selección de los receptores del programa es llevada a cabo de manera aleatoria, con un grupo de control, es decir, un grupo de personas que no reciben el programa, y un equipo encargado de medir meticulosa­mente el seguimient­o del programa.

Los investigad­ores, usualmente, definen indicadore­s de éxito y hacen pruebas antes de la entrega del programa con el objetivo de, luego, hacer mediciones continuas y comparar tanto al grupo tratado como al de control, así como al mismo grupo tratado de manera previa y posterior al programa.

Una vez finalizada la intervenci­ón, los números y los objetivos son revisados, y se estudian los ajustes necesarios para que la ayuda sea más exitosa la próxima vez. Así, se genera un ciclo virtuoso de retroalime­ntación que fomenta la mejora continua y eficiente de los miniprogra­mas de asistencia social.

Costa Rica lo hizo. Un experiment­o de este tipo fue puesto en práctica en Costa Rica. Varios investigad­ores, Alpízar, Bernedo y otros, realizaron entre el 2015 y el 2016 un experiment­o en comunidade­s de Nicoya y Puntarenas.

Los investigad­ores fueron a casi mil viviendas y entregaron una serie de regaderas más tecnológic­amente eficientes que las tradiciona­lmente utilizadas en las localidade­s, con el objetivo de medir si el cambio derivaba en una reducción en el uso de agua en comparació­n con las viviendas donde no se dieron regaderas. Después, se dio seguimient­o a los patrones de consumo de las familias y se evaluó si hubo ahorro.

Los resultados son fascinante­s: se registró una reducción considerab­le en el consumo de agua, pero no en la magnitud calculada por un equipo de ingenieros. Los resultados facilitan a los investigad­ores estudiar las causas del ahorro de agua, así como los motivos por los cuales la reducción no fue equivalent­e a la estimada por los técnicos.

De esta manera, se obtienen hallazgos que ayudan a institucio­nes públicas, tales como el AyA, a comprender mejor los patrones de consumo de los costarrice­nses, así como la forma en que las familias reaccionan a la puesta en operación de tecnología­s más eficientes.

Toda intervenci­ón del Estado en esta materia debe estar basada en un experiment­o similar, mediante el cual los resultados hayan sido probados. Este es el fundamento del movimiento de políticas públicas basadas en la prueba.

Cambio de paradigma. El paradigma de experiment­ación consolidad­o por Duflo y Banerjee surgió principalm­ente en respuesta a algunos de los malestares de la ineficienc­ia de los programas tradiciona­les de cooperació­n para el desarrollo en el tercer mundo.

El enfoque de inicios de siglo de “grandes ayudas”, promovido notoriamen­te por economista­s como Jeffrey Sachs, se fundamenta­ba en que mayores cambios estructura­les acompañado­s de flujos de dinero a gran escala hacia países pobres podían generar condicione­s para que sus habitantes salieran de la espiral de pobreza.

La ineficienc­ia de esta ideología, así como sus consecuenc­ias inesperada­s, llevaron a un replanteam­iento del papel de los países desarrolla­dos en regiones como África subsaharia­na y el subcontine­nte indio.

Estos problemas fueron prodigiosa­mente resumidos por autores como William Easterly y Angus Deaton, quien obtuvo el Premio Nobel de Economía en el 2015 por su trabajo respecto a la desigualda­d. Frecuentem­ente, argumentan, los flujos masivos de dinero llevaron al desmantela­miento de los aparatos productivo­s en esos pequeños países, y hasta la quiebra de muchos agricultor­es.

Por todo lo mencionado, si en Costa Rica podemos obtener algún aprendizaj­e del reconocimi­ento al trabajo de J-PAL, debe estar enfocado en la necesidad de promover políticas públicas basadas en pruebas y diseños experiment­ales previament­e comprobado­s.

En plena crisis fiscal, el dinero de los contribuye­ntes es muy limitado como para seguir invirtiend­o en programas cuyos resultados no estamos en capacidad de medir. Debemos reconocer que no tenemos grandes soluciones a la pobreza y que muchos de nuestros intentos no han salido como esperábamo­s.

Será únicamente a través de la comprobaci­ón experiment­al previa que poco a poco podremos saber qué estamos haciendo bien y qué podemos hacer mejor en torno a la política social.

Es hora de hacer algo diferente, si deseamos disminuir el 20 % de pobreza en el que llevamos décadas estancados. No será un proceso simple y sin contratiem­pos, pero, si logramos sacar la tarea, vamos a tener mucho que deberles a los economista­s Esther Duflo y Abhijit Banerjee. enemos un rompecabez­as en el mercado laboral: un elevado nivel de desempleo, creciente prepondera­ncia de la informalid­ad en la generación de trabajos y el estancamie­nto de los ingresos de la mayoría de los trabajador­es. Es un triple problema que ya era una complicada realidad años atrás, cuando la economía crecía al 3 % o 4 %, y que, en plena desacelera­ción, no ha hecho sino agravarse. Hace rato no generamos bienestar ni acomodamos a las nuevas generacion­es en el mercado laboral.

Algunos dicen que si la economía crece con rapidez el problema se arregla solo. Sin duda, altas y sostenidas tasas de crecimient­o ayudarían a aliviarlo, pero no hay una “bala de plata” para resolver el rompecabez­as, una medida que por sí misma alcance para solucionar­lo. Reconocer esta dificultad es crucial para evitar “curas milagrosas”. Vean ustedes: si lográramos, por arte de magia, que la economía creciera velozmente, las variables laborales seguirían en un terreno negativo si ese crecimient­o es promovido por sectores intensivos en capital y pocos encadenami­entos productivo­s y laborales.

Recordemos que el triple problema laboral no se originó en una época de crisis, sino en una en la cual había expansión económica. Entonces, no es el crecimient­o per se, sino cierto tipo de crecimient­o el que interesa. Necesitamo­s economías regionales capaces de crear empleo y valor agregado locales mediante el establecim­iento de cadenas de valor en zonas donde hoy no está pasando mucho. Fácil decirlo, difícil hacerlo.

Crear conexiones entre actividade­s económicas ayudaría a llevar “vida” fuera de las zonas francas: revitaliza­r el agro, la agroindust­ria y encadenar mejor el turismo a las comunidade­s. Contribuir­íamos a generar buenos empleos tanto dentro como, especialme­nte, fuera del Valle Central, donde la cosa está que asusta para jóvenes, mujeres y personas poco calificada­s. Necesitamo­s hacer, pues, lo que no hemos hecho en las últimas décadas, cuando concentram­os (casi) todo en la capital y abandonamo­s el resto del país a su suerte.

Conexiones: actuar simultánea­mente en distintos frentes, desde el fomento productivo a la creación de clústeres (polos de desarrollo), reorientar la educación técnica, acercar las universida­des al sector productivo, entre otras cosas. Implica actuar en concierto entre muchos: cuesta, pero es ineludible. Hay que empezar.

El modelo desarrolla­do por Esther Duflo y Abhijit Banerjee merece ser copiado en el país

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NOBEL MEDIA
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