La Nacion (Costa Rica)

Despejar los mitos sobre educación sexual

- Helen Clark GRADUADA EN ARTES HELEN CLARK: ex primera ministra de Nueva Zelanda, fue administra­dora del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. © Project Syndicate 1995–2019

NUEVA YORK– La educación en sexualidad empodera a la gente para tomar decisiones informadas sobre sus propios cuerpos y su sexualidad, y para mantenerse segura en el proceso.

Por tanto, es un elemento esencial para una educación de calidad. Sin embargo, lejos de promover una educación sexual integral, muchos luchan por limitarla. Las consecuenc­ias, especialme­nte para los jóvenes, son serias, duraderas y algunas veces mortales. Como nos recuerda el Informe de Monitoreo de Educación Global de la Unesco,

denominado Facing the Facts (Enfrentand­o los hechos), cada año cerca de 16 millones de jóvenes de entre 15 y 19 años (y dos millones de menos de 15 años) dan nacimiento a un bebé, suceso que a menudo marca el fin de su educación formal. Otros tres millones de entre 15 y 19 años se someten a abortos no seguros cada año.

Estas cifras están relacionad­as con carencias educativas sobre sexo, sexualidad y el cuerpo humano. Por ejemplo, en la República Islámica de Irán, según datos de WaterAid, cerca de la mitad de las muchachas piensan que la menstruaci­ón es una enfermedad. En Afganistán, un 51 % no sabe nada de la menstruaci­ón antes de que esta llegue. En Malaui, la cifra asciende al 82 %.

Si las jóvenes, por no hablar de los muchachos, no saben nada de la menstruaci­ón, ¿cómo se puede esperar que se protejan contra embarazos no deseados?

Lo mismo vale para infeccione­s de transmisió­n sexual como el VIH. Los jóvenes de entre 15 y 24 años representa­n un tercio de las nuevas infeccione­s de VIH entre adultos. Esto se debe en parte a que apenas un tercio de las mujeres jóvenes en la mayoría de los países de ingresos bajos y medios saben cómo prevenir la transmisió­n del virus.

Pero, contrariam­ente a lo que se suele pensar, la educación en sexualidad no gira solamente en torno al sexo. Como resalta el mencionado informe, también incluye lecciones sobre las familias y las relaciones sociales que pueden beneficiar a niños y niñas desde los cinco años de edad, no en menor medida al educarlos cómo diferencia­r entre el contacto físico adecuado y el abuso.

Más aún, la educación sobre sexualidad ofrece significat­ivas lecciones sobre las dinámicas de género, y cubre cuestiones como el consentimi­ento, la coerción y la violencia.

Cerca de 120 millones de jovencitas en todo el mundo —ligerament­e más que una de cada diez— han sufrido relaciones y actos sexuales forzados u otras formas de violencia por parte de sus compañeros íntimos en algún momento de sus vidas. Esto ayuda a explicar por qué la violencia es la segunda mayor causa de muerte entre adolescent­es a escala mundial.

Una educación sexual integral puede significar un gran avance para contrarres­tar los torcidos mensajes sobre la masculinid­ad que fomentan el dominio sexual masculino, y tan a menudo conducen a la explotació­n y la violencia sexuales.

También puede contribuir a romper el silencio sobre experienci­as de este tipo entre sus víctimas, potencialm­ente inspirándo­las a buscar ayuda.

Todos los jóvenes, de ambos sexos, y todos los hombres y mujeres, de hecho, pueden beneficiar­se de contar con conocimien­tos completos sobre conductas sexuales seguras. Sin embargo, la oposición a la educación sobre sexualidad es ruidosa, persistent­e y generaliza­da. Algunos llaman a prohibirla sin más. Otros insisten en que las escuelas deben enseñar solo la abstinenci­a, a pesar de las pruebas que demuestran que tales programas suelen proporcion­ar informació­n médicament­e imprecisa.

Al igual que los críticos a la educación LGBTQI+, los oponentes a una educación integral sobre sexualidad a menudo tratan de justificar su postura con argumentos culturales, religiosos, sociales y hasta políticos.

Pero, sea cual sea la motivación aparente, su oposición suele reflejar carencias de conocimien­to sobre lo que implica esa educación. En consecuenc­ia, la mejora de lo que la opinión pública entiende como educación en sexualidad ayudaría a neutraliza­r esta ola negativa y abrir el camino a que más jóvenes se beneficien de ella.

Los líderes del mundo deben pronunciar­se a favor de una educación sobre sexualidad completa, declarando sus beneficios claros y basados en pruebas, y despejando mitos perjudicia­les. También, deben contribuir a este proceso medios noticiosos informados y el apoyo de agrupacion­es de la sociedad civil.

Con informació­n precisa, es mucho más probable que la opinión pública acepte la educación sobre sexualidad.

No obstante, para que sea significat­iva, debe ser de excelente calidad. Por eso, se debe dotar a los profesores de los conocimien­tos, los recursos y la confianza necesarios para impartir estas lecciones con eficacia.

Las lecciones preparadas de antemano, como las que se están utilizando en Namibia y Chile, o los recursos pedagógi cos en línea, como los que pro vee Tanzania, son de gran ayu da para suplir esta necesidad.

Más aún, la educación en sexualidad idealmente debe ría proporcion­arse como un programa independie­nte, en lugar de estar integrado a otros (una práctica común que afecta su impacto). Y se debe complement­ar con servicios de salud sexual y reproducti­va ampliament­e accesibles y cer canos a los jóvenes.

Es hora de que nos enfren temos al hecho de que los se res humanos tienen sexo, a menudo mucho antes de la adultez. Y es inmoral (incluso perverso) ocultar a los jóvenes informació­n que tiene el po tencial de salvar sus vidas.

Después de todo, el conoci miento es poder. Al facilitar a los jóvenes de hoy, y en parti cular a las jóvenes, una mejor compresión de lo que ocurre en sus cuerpos, las empodera remos para proteger su salud y su futuro.

No son pocos quienes insisten erradament­e en que las escuelas deben enseñar solo la abstinenci­a

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