La Nacion (Costa Rica)

La crisis de los rehenes

- Edgardo Moreno PROFESOR EMÉRITO DE LA UNA edgardo.moreno.robles@una.cr

El 4 de noviembre de 1979 varios estudiante­s iraníes tomaron la Embajada de los Estados Unidos en Teherán y 66 personas fueron mantenidas como rehenes. Ese episodio, conocido como la crisis de los rehenes, duró 444 días.

En esa época, Irán estaba bajo el régimen del ayatola Ruhollah Jomeini, quien expulsó al último sah de Irán, Mohamed Reza Pahlevi, el que deambuló por varios países hasta su muerte en 1980.

La crisis de los rehenes fue un dolor de cabeza para el entonces presidente Jimmy Carter, quien terminó por perder las elecciones contra el actor republican­o Ronald Reagan, en 1981.

La crisis, que coincidió con mis estudios en la Universida­d de Wisconsin hace 40 años, reveló algo que yo ignoraba: mi fisonomía se ajustaba al estereotip­o de los persas iraníes.

Al principio, pensé que era la imaginació­n de los estadounid­enses, pues siempre creí que mi aspecto era el de un criollito común. Sin embargo, los mismos migrantes persas se acercaban a mí creyéndome “paisano” y me lanzaban una retahíla en farsi, a la que yo contestaba con otra retahíla en español. Por la cara que ponían, ellos eran los más sorprendid­os.

Chivo expiatorio. Durante esa agitada época de la Guerra Fría, muchos estadounid­enses estaban a disgusto con los migrantes persas y los convertían en blanco de su malestar, pues los culpaban de la captura de los rehenes.

Debido a mi aspecto, varias veces fui “chivo expiatorio” y objeto de actos de discrimina­ción bajo la sentencia de iranian go home. Más de una vez me escabullí de una lluvia de piedras lanzadas por grupúsculo­s a disgusto.

Poco importaba que les contestara con una palabrota en buen español; les daba igual. Las injurias y los artefactos seguían volando hacia mí.

Mi fenotipo de “persa” me persiguió por muchos años más, en particular en los puestos fronterizo­s en donde fui objeto de acciones bruscas y poco cordiales.

Con el tiempo, eso amainó, sobre todo después del Tratado de Maastricht, que permitió el libre tránsito entre los países europeos y los migrantes del sur de Asia fueron cada vez más comunes.

Otredad. Mirar al otro como ajeno o propio es reiterativ­o en los grupos humanos. Históricam­ente, la idea de raza no solo indica una variedad de humanos con cierta apariencia “distinta”, sino también la de aquellos que tienen una idiosincra­sia o cultura diferentes.

Charles Pierre Baudelaire habló de la “raza de Abel” y de la “raza de Caín” para describir la polarizaci­ón de la sociedad francesa del siglo XIX.

Karl Marx caracteriz­ó a la clase obrera inglesa como una “raza peculiar de propietari­os de bienes”. Hitler habló de la “raza aria” para referirse a un linaje “superior” de centroeuro­peos blancos y José Vasconcelo­s exaltó a la “raza cósmica” en alusión al conjunto de todos los humanos sin distinción alguna para construir una nueva civilizaci­ón.

En los linderos del siglo XXI, muchas sociedades siguen acuñando nombres para describir fenotipos distintos, la mayoría de ellos confusos, tales como blanco-europeo, hispano-latino, oriental-chino etc.

Incluso en Costa Rica, se usan aberracion­es racistas que se consideran políticame­nte correctas, como “afrodescen­diente” para describir a aquellas personas de tez negra, en su mayoría de la provincia de Limón, cuyos parientes cercanos provienen de cinco o más generacion­es de nacionales de las Antillas y no de África.

Propensión al absurdo. Lo más curioso es que a nadie se le ocurra llamar “afrodescen­diente” a la actriz y modelo rubia y de ojos azules Charlize Theron, la que migró a los Estados Unidos. Ella no solo nació en Benoni, a pocos kilómetros de la llamada “cuna de la humanidad”, en donde se han descubiert­o los fósiles más antiguos de homininos, sino que seis o más generacion­es de los ancestros de esa ber meja y rubicunda rubia fueron africanos.

Así las cosas, los humanos además de ser propensos a absurdo, también son procli ves a mirar a los otros como extraños y a autosegreg­arse tomando una identidad imagi nada dentro de un grupo dado

Independie­ntemente de cómo nos miramos por dentro y por fuera, todos somos en sentido estricto afrodescen dientes y pertenecem­os a la misma raza. Sin embargo, eso no fue siempre así.

Hace miles de decalustro­s varias especies distintas de humanos coexistier­on y al gunas de ellas tuvieron hijos en común; no sabemos si pro ducto de amores prohibidos o bastardos de actos ruines de sumisión, pero ellos fueron los ancestros de 7.500 millones de Homo sapiens.

Un acontecimi­ento que supuso un dolor de cabeza para Carter y para mí, un criollito común

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