La Nacion (Costa Rica)

A quiénes benefician las falsas soluciones climáticas

- Karin Nansen AMBIENTALI­STA KARIN NANSEN: es presidenta de Friends of the Earth Internatio­nal. © Project Syndicate 1995–2019

MONTEVIDEO–

En un reciente informe especial, el Grupo Interguber­namental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) sostiene que la lucha contra la crisis climática demanda cambios fundamenta­les en la gestión de bosques y tierras cultivable­s.

Los datos son nuevos, pero la conclusión subyacente no lo es: científico­s, ambientali­stas y organizaci­ones de la sociedad civil llevan más de una década advirtiend­o que nuestro modelo de producción y consumo predominan­te, y profundame­nte injusto, está en la raíz de la crisis climática. Proteger al planeta del cual depende nuestra superviven­cia demanda nada menos que una transforma­ción del sistema.

Los países, en particular los desarrolla­dos, crearon un sistema económico centrado en la acumulació­n de capital, que privilegia las ganancias corporativ­as sobre el bienestar de las personas y el medioambie­nte, arraiga la injusticia y recompensa a sus perpetrado­res.

Este proceso lleva siglos desarrollá­ndose, pero se aceleró en las últimas décadas, conforme unos pocos elegidos han obtenido una cuota cada vez mayor de la riqueza total y de la influencia política.

Hoy, apenas 100 corporacio­nes producen el 71 % de las emisiones de gases de efecto invernader­o (GEI). El 10 % de las personas más ricas son responsabl­es de cerca del 50 % de los GEI, mientras que el 50 % más pobre produce un 10 % de las emisiones.

Geoingenie­ría. La dirigencia política no tiene voluntad de hacer frente a quienes destruyen nuestro planeta, y se aferra a soluciones tecnológic­as, incluidas propuestas de geoingenie­ría que prometen extraer de la atmósfera el carbono ya emitido.

Hasta el IPCC incluyó supuestos sobre esas tecnología­s en muchos de sus modelos de posibles trayectori­as para evitar que las temperatur­as globales aumenten más de 1,5 °C por encima de los niveles preindustr­iales.

Pero la geoingenie­ría no está probada, no son tecnología­s seguras ni realistas. Tomemos por ejemplo la bioenergía con captura y almacenami­ento de carbono (BECCS, por sus siglas en inglés), la principal propuesta para un nivel neto negativo de emisiones.

La BECCS implica cultivar ciertos vegetales como biomasa, quemar el material vegetal para obtener energía, capturar el CO2 emitido durante la combustión y almacenarl­o bajo tierra.

Suena prometedor, hasta que nos damos cuenta de que alcanzar la escala de cultivo de biomasa necesaria demandaría unos 3.000 millones de hectáreas, el doble de la superficie cultivada actual de la Tierra.

De modo que cualquier intento de implementa­r la BECCS conlleva necesariam­ente deforestac­ión a gran escala y degradació­n del suelo en el cinturón tropical del hemisferio sur, donde se produce la mayor parte de la biomasa de crecimient­o rápido, y es garantía casi segura de latifundis­mo.

Además, la transforma­ción de las tierras agrícolas para producir biomasa puede encarecer los alimentos y, en consecuenc­ia, fomentar el hambre y la desnutrici­ón. Y la destrucció­n de ecosistema­s vitales dejaría sin medios de vida a comunidade­s locales y pueblos indígenas.

Promover la BECCS y otras promesas engañosas, por ejemplo, iniciativa­s como la reducción de emisiones de la deforestac­ión y de la degradació­n forestal (REDD+) y los esquemas de intercambi­o de emisiones conviene a los países ricos, a las corporacio­nes y a las élites porque la farsa de la tecnología les permite continuar sacando provecho de la crisis climática que han creado. Pero, al restarles atención a los imperativo­s reales, permite a la crisis profundiza­rse y afectar desproporc­ionadament­e a quienes menos contribuye­ron a causarla.

Responsabi­lidad. Es hora de que los que causaron la crisis climática asuman la responsabi­lidad de resolverla. Para ello, los gobiernos de los países desarrolla­dos deben tomar la delantera en ejecutar una reducción drástica de las emisiones en origen, mediante una transforma­ción integral de sus sistemas energético­s, de transporte, alimentari­os y económicos.

Algunos pasos esenciales incluyen poner fin a la inversión en combustibl­es fósiles; utilizar sistemas energético­s comunitari­os basados en fuentes renovables públicas; abandonar prácticas destructiv­as como la agricultur­a industrial y el desmonte; adoptar la gestión comunitari­a de la biodiversi­dad y de los recursos hídricos; y reorganiza­r la vida urbana en aras de la sostenibil­idad.

Para que estas soluciones sean posibles, hay que revertir los tratados de comercio e inversión que priorizan los intereses de las empresas por sobre la sostenibil­idad ambiental y los derechos humanos.

Al mismo tiempo, los gobiernos de los países desarrolla­dos deben proveer financiaci­ón pública a gran escala para facilitar la muy necesaria transforma­ción en los países en desarrollo.

El éxito de la transición depende de que sea justa y ga rantice los derechos de traba jadores, campesinos, mujeres migrantes y pueblos indíge nas. En esto, la propiedad pú blica y comunitari­a del proce so es esencial.

Ya existen modelos de esta estrategia provistos por mo vimientos sociales del Sur Global. Por ejemplo, La Vía Campesina (un movimiento internacio­nal de campesinos pequeños agricultor­es, tra bajadores agrícolas, mujeres y jóvenes rurales, pueblos indígenas y otros colectivos mostró de qué manera la agricultur­a campesina y la agroecolog­ía pueden enfriar el planeta, alimentar a sus ha bitantes, nutrir el suelo, soste ner los bosques, salvaguard­ar la diversidad de las semillas y proteger las cuencas hídricas.

Además, la gestión foresta comunitari­a ayuda a prote ger los bosques, los medios de vida de quienes dependen de ellos y la biodiversi­dad. (En la actualidad, solo el 8 % de los bosques del mundo están en manos comunitari­as).

Con voluntad política firme y políticas correctas, podemos dar una respuesta sistémica al cambio climático y a las crisis relacionad­as, entre ellas la pérdida de biodiversi­dad, la escasez de agua, el hambre y el aumento de la desigualda­d.

Pero no habrá progreso po sible si seguimos aferrados a la fantasía de que alguna solu ción “mágica” nos salvará.

Apenas 100 corporacio­nes producen el 71 % de las emisiones de gases de efecto invernader­o

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MARTIN MEISSNER
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