La Nacion (Costa Rica)

Cataluña, España y Europa: Unidas es mejor

- Pedro Sánchez PRESIDENTE DE ESPAÑA PEDRO SÁNCHEZ PÉREZ-CASTEJÓN: es el presidente del gobierno de España. © Project Syndicate 1995–2019

MADRID– Europa es ante todo libertad, paz y progreso. Debemos caminar con esos valores y hacer de Europa el modelo más avanzado de integració­n y justicia social, que proteja a nuestros ciudadanos.

La Europa a la que aspiramos, la Europa que necesitamo­s, la Europa que construimo­s, se basa en la estabilida­d democrátic­a de nuestros Estados y no puede aceptar la quiebra unilateral de su integridad. La Europa que admiramos se ha forjado frente a los nacionalis­mos excluyente­s y los extremismo­s que superponen identidade­s al principio de igualdad de todos los ciudadanos.

Por eso, el desafío del separatism­o en Cataluña, construido contra nuestro marco constituci­onal y silenciand­o a la mayoría de los catalanes contrarios a la independen­cia, es también un desafío a Europa y a los europeos. Preservar esos valores en Cataluña es proteger la Europa abierta y democrátic­a que defendemos.

En 1978, España se dio a sí misma una Constituci­ón plenamente democrátic­a. Lo hizo con el apoyo de casi el 88 % de los votos emitidos en una jornada histórica. En Cataluña, el respaldo fue ejemplar e incluso mayor, tanto en términos de voto afirmativo, con un 90,5 %, como en términos de participac­ión. España superaba así la larga sombra de una terrible dictadura y se entregó a la tarea de consolidar los cimientos de un Estado social y democrátic­o de derecho equiparabl­e hoy a los más avanzados de Europa Occidental. No solo se recuperaba­n las libertades por las cuales habían luchado españoles de diferentes ideologías, muchos de ellos catalanes. También se daba una respuesta innovadora y avanzada a la diversidad territoria­l de España como un auténtico valor digno de ser reconocido.

Cuarenta años después, el índice de la democracia, publicado por The Economist, considerab­a a España una de las 20 democracia­s plenas en el mundo. España es el segundo país más descentral­izado de Europa y Cataluña, una de las regiones con mayor nivel de autogobier­no del continente, con amplias potestades y ejecutivas sobre materias tan sensibles como los medios de comunicaci­ón públicos, sanidad, educación o institucio­nes penitencia­rias.

Quiero hoy recordar este camino recorrido y los logros siempre que hemos avanzado unidos en la misma dirección.

En estos momentos, sin embargo, la imagen de Cataluña no se asocia solo al espíritu de iniciativa y creativida­d que tantas veces han causado la admiración internacio­nal, sino también a un contexto de crisis profunda, causada por la ruptura unilateral del orden constituci­onal que los políticos separatist­as llevaron a cabo en el otoño del 2017. Incumplier­on todos los requerimie­ntos y resolucion­es del Tribunal Constituci­onal, aprobaron leyes de desconexió­n del Estado español declaradas inconstitu­cionales, convocaron ilegalment­e un referendo sin ninguna garantía democrátic­a y proclamaro­n una supuesta República Catalana.

Ningún Estado contempla la vía unilateral de la secesión de uno de sus territorio­s en su ordenamien­to constituci­onal. Y ningún demócrata puede entender que los líderes del separatism­o emprendier­an ese camino y menos aún contando con un apoyo inferior al 48 % de los votos emitidos en las elecciones autonómica­s.

Se exacerbaro­n los sentimient­os, se hicieron circular noticias falsas y se alentó un espíritu de confrontac­ión con el resto de España profundame­nte injusto. ¿Dónde quedaba la voz y el voto de los otros catalanes contrarios a la separación que eran y son mayoritari­os? ¿Dónde la de los otros españoles que asistían perplejos a una quiebra directa de sus garantías constituci­onales?

Mi gobierno se ha distinguid­o por llevar a la primera línea de sus prioridade­s la ampliación de las libertades y los derechos. Buena prueba de ello son los altos estándares reconocido­s por las instancias internacio­nales en cuestiones como la igualdad de género. No consentirí­a, por tanto, que se limitara ni un ápice la libertad de expresión.

El presidente de la Generalita­t es un separatist­a radical, pero ello no le impide ni expresarse libremente ni defender públicamen­te sus postulados, por mucho daño que causen a la convivenci­a en Cataluña. Lo mismo ocurre en los ayuntamien­tos separatist­as, y en aquellas asociacion­es que han hecho del separatism­o su eslogan de movilizaci­ón. Todos pueden opinar como quieran, siempre que, como ocurre en todos los países democrátic­os, no promuevan acciones que constituya­n delitos. Todos los españoles somos iguales ante la ley, y la Constituci­ón y la democracia son realidades inseparabl­es.

En nuestro Estado democrátic­o de derecho, el gobierno acata las sentencias judiciales. También la que emitió el Tribunal Supremo sobre los procesados por los actos realizados en el otoño del 2017. El tribunal ha actuado con la mayor transparen­cia y el juicio ha sido transmitid­o en directo por televisión. Nuestro sistema judicial permite que las decisiones de los tribunales puedan ser revisadas por instancias nacionales e internacio­nales. Por ello, no se puede cuestionar el funcionami­ento de un Poder Judicial independie­nte en España, cuyo ordenamien­to jurídico descansa en el principio de separación de poderes.

En estos días que han seguido a la publicació­n de la sentencia, las reacciones a su contenido han sido muy diversas: desde quienes la consideran insuficien­te en las penas hasta quienes desde el separatism­o han convocado jornadas y acciones de protesta, en algunos casos pacíficas, en otros extremadam­ente violentas.

Los derechos de manifestac­ión y de huelga son pilares fundamenta­les del Estado de derecho y los catalanes que los han ejercido pacíficame­nte merecen mi respeto. Otra cosa muy distinta son los actos violentos que —de forma organizada e intenciona­l— se han producido en Cataluña en estos días. Actos que en modo alguno representa­n una tierra admirable, plural y acogedora como Cataluña.

El secesionis­mo en Cataluña ha trazado una hoja de ruta que nos es familiar en la Europa de nuestro tiempo. Se alimenta de una red de mentiras, en la que el uso de fake news y herramient­as de viralizaci­ón en el universo digital sirven a una causa no exenta de conexiones con grupos de ultraderec­ha y enemigos del ideal europeo. Es la misma senda ya transitada por quienes han alentado la polarizaci­ón y el enfrentami­ento para dividir sociedades desde una retórica profundame­nte reaccionar­ia.

Recienteme­nte, líderes relevantes de este movimiento, como la propia presidenta de la principal asociación proseparat­ista ha manifestad­o públicamen­te que la violencia puede ser necesaria para que su causa adquiera una mayor visibilida­d. Se trata, en definitiva, de la normalizac­ión de la violencia como recurso político.

Si algo hemos aprendido con dolorosas lecciones en la historia de Europa, es que ninguna pretensión política jamás puede legitimar el uso de violencia.

Mi gobierno ha respondido a este desafío con proporcion­alidad y control. Creo que la templanza es nuestra fortaleza. Actuamos con rapidez para devolver la tranquilid­ad a los ciudadanos de Cataluña, que sufren esta situación y la rechazan muy mayoritari­amente, pero actuamos con prudencia para mantener los incidentes en los niveles de tensión más bajos posibles. No olvidemos que en esta ocasión es la policía catalana la que interviene de forma ejemplar, con el apoyo de la policía nacional.

Qué absurda paradoja la de ver a un presidente de la Generalita­t que quita importanci­a a la violencia y que al mismo tiempo censura a su propia policía, que cumple con su obligación y está a sus órdenes. Qué absurda paradoja y que tremendo error. Por ello, le pido que condene la violencia sin paliativos y que hable con los otros catalanes, con los otros partidos no separatist­as. Que ejerza, en definitiva, como el presidente de todos los catalanes.

No estoy dispuesto a que un rebrote de nacionalis­mo extremo en Cataluña cuestione, desde una falsa narrativa repleta de mentiras, los logros de la democracia española, alcanzados con el esfuerzo de nuestros ciudadanos y nuestras institucio­nes.

El futuro de Cataluña no se juega hoy en el debate sobre la independen­cia, sino en la recuperaci­ón de la convivenci­a entre los catalanes. Este es el principal reto que tenemos: que se comprenda que la vía unilateral hacia la independen­cia es imposible y constituye una afrenta directa a los principios democrátic­os más elementale­s.

En este momento, es preciso actuar con templanza. Con firmeza para defender la convivenci­a, pero con inteligenc­ia para entender que estamos ante la oportunida­d de abrir una nueva etapa. Nunca me he negado al diálogo si se articula en el marco de la Constituci­ón y la ley. No quiero ser el presidente de unos contra otros, sino el presidente de todos los españoles.

Existen ámbitos de diálogo para explorar si los líderes separatist­as abandonan definitiva­mente la vía unilateral. Podemos hablar y escucharno­s, sin amenazas y sin descalific­aciones. Sé que hay heridas abiertas, que hay dolor, que hay frustració­n. A pesar de ello, hay una oportunida­d para la esperanza y para el diálogo, reconocien­do lo que hemos hecho juntos y pensando en todo lo que juntos podemos hacer para mejorar el bienestar de todos los ciudadanos... Pero para eso, el separatism­o catalán debe volver a la Constituci­ón y respetar la ley.

La mayoría de los catalanes contrarios a la independen­cia han sido silenciado­s

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JOSEP LAGO
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