La Nacion (Costa Rica)

¡No la toquen, no la reformen, déjenla como está!

- Enrique Obregón ABOGADO lmesalles@ecoanalisi­s.org

Todo sistema político, con el tiempo, se corrompe, y genera fuerzas contrarias que tienden a eliminarlo. La democracia no está fuera de esta ley de hierro.

En la época consular, en Roma, conociendo esta tendencia inevitable, fue aprobada una reforma que permitía el funcionami­ento de una dictadura —dignidad y cargo de dictador— con todo el poder administra­tivo y militar del Estado, y cuyas decisiones eran inapelable­s. Sus facultades estaban por encima de la ley. El cargo era temporal, generalmen­te por seis meses, y tenía por misión volver por los rectos caminos de la democracia que se habían abandonado.

Terminado el plazo, desaparecí­a y todo volvía a la normalidad. En Roma, nadie pensó nunca en la dictadura permanente, sino institucio­nalizada, funcionand­o de acuerdo con la ley.

En nuestro país, cuando se reformó la Constituci­ón Política para crear una sala especializ­ada de la Corte Suprema de Justicia, se indicó que era para “declarar la inconstitu­cionalidad de las normas de cualquier naturaleza y de los actos sujetos al derecho público”. Pero, luego, en la Ley de Jurisdicci­ón Constituci­onal, quedó que también está facultada para “ejercer el control de la constituci­onalidad de las normas de cualquier naturaleza tanto en el derecho público como en el internacio­nal y para resolver los conflictos de competenci­a entre los poderes del Estado, Tribunal Supremo de Elecciones y la competenci­a entre estos y la Contralorí­a General de la República, las municipali­dades, los entes descentral­izados y las demás personas de derecho público”.

En otras palabras: tiene jurisdicci­ón sobre todos los organismos del Estado. Como si eso fuera poco, se agregó que solo a la Sala Constituci­onal le correspond­e resolver sobre su propia competenci­a.

A todo lo anterior debe sumársele que la sentencia que declara la inconstitu­cionalidad de una norma, la anula, es decir, la deroga. El fallo de inconstitu­cionalidad produce cosa juzgada. El resultado nos induce a pensar que tiene poderes casi absolutos, lo más cercano para nosotros a una dictadura legal, con una variante: no es dictadura vertical —de la cúspide a la base—, sino tangencial, a partir de un punto en la esfera del poder, en un sector de lo judicial.

Nunca estuve de acuerdo con la legislació­n que la creó porque la Asamblea Legislativ­a se despojó, en parte, de funciones propias y las traspasó; renunció a la soberanía que tiene por representa­ción sin facultad alguna para cederla.

Sobre el poder legislativ­o. Cuando leí por primera vez el aparte de la Constituci­ón Política y de su ley jurisdicci­onal que les dio origen, pensé de inmediato: “Han aprobado lo indebido en una república democrátic­a, una dictadura permanente elevada a derecho público”.

Es un grupo minoritari­o de altos jueces que tiene imperio para ordenar a la Asamblea Legislativ­a rectificar, suspender o derogar una ley, y le da un plazo fijo para hacerlo, orden que, durante todo el tiempo que tiene de funcionar, jamás ha sido rechazada, a pesar de que esta función es propia del legislador y jamás de la judicatura.

He dicho en otra ocasión que un juez, por más sabio que sea, no debe tener facultad para anular la decisión de un legislador, ni aun cuando este sea el más ignorante de los diputados. El legislador representa la soberanía, el juez no.

La situación actual, consecuenc­ia de esa legislació­n, podría ser llevada a conocimien­to del Colegio de Abogados para una profunda meditación sobre el ejercicio del poder, la titularida­d de la soberanía y la posibilida­d de admitir, desde el punto de vista de la filosofía del derecho, como algo bueno y saludable para el bienestar de un pueblo democrátic­o, el funcionami­ento de una dictadura permanente y legal superior a todos los otros poderes.

Mesura. Como indiqué, nunca estuve de acuerdo con la ley que creó la Sala Constituci­onal, y mantengo ese desacuerdo. Es una incongruen­cia en la legislació­n democrátic­a; pero, por el momento político tan conflictiv­o que estamos pasando, la realidad me inclina a pensar que, no obstante esta contradicc­ión (de una ley que se dictó violando un precepto constituci­onal para defender, precisamen­te, la Constituci­ón), es evidente que se ha evitado una precipitac­ión fatal de nuestro país, gracias también a la inteligenc­ia, conocimien­to y responsabi­lidad de los magistrado­s.

La democracia, poco a poco, ha ido variando su primitiva tendencia dogmática y de principios intocables a una diaria experienci­a modificado­ra en que formas y orientacio­nes cambian constantem­ente, pero manteniend­o un objetivo permanente: “Que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezc­a de la faz de la tierra”, oración que continúa siendo el padrenuest­ro de los verdaderos demócratas y que enseñó un campesino estadounid­ense que no tuvo escuela ni colegio ni universida­d.

En la política, como en casi todo en la vida —en el arte, la poesía, la ciencia—, la verdad está, precisamen­te, en la contradicc­ión. Con el experiment­o de la democracia paradójica que hemos inventado, Rousseau y Voltaire podían estar lanzando gritos de alarma, pero con un comentario final: al menos evitaron la ridiculez.

Por eso, frente a intentos que apreciamos de reformar, disminuir o cancelar la Sala Constituci­onal, deberíamos requerir prudenteme­nte: no la toquen, no la reformen, déjenla como está. Y, sobre todo, no la independic­en.

La solicitud del padre de los dioses griegos se mantiene a través de los siglos: nunca abras la caja de Pandora. n par de noticias de esta semana nos dan espe ranza de que la economía esté encaminada hacia la recupe ración. El índice mensual de actividad económica (IMAE) de setiembre muestra cuatro meses de aceleració­n, luego de un largo periodo de caída según publicó el Banco Cen tral de Costa Rica.

El gobierno recibió ofertas de compra de los eurobonos por cinco veces el monto que quería captar, lo cual se tra duce en tasas de interés infe riores a las previstas.

El apetito mostrado por los inversioni­stas, en su ma yoría internacio­nales, condu ce a pensar que el Estado ha recuperado algo de confianza en el futuro de la economía que se había perdido en los últimos años por la situación fiscal en franco deterioro Parece ser también que los inversioni­stas ven con bue nos ojos el plan del gobierno para solucionar el problema fiscal y confían en que la en trada de Rodrigo Chaves, en sustitució­n de Rocío Agui lar, significa seguir el mismo rumbo en la ejecución de la Ley de Fortalecim­iento de las Finanzas Públicas.

Aun así, debe entenderse que la tasa a pagar por los eu robonos, si bien fue menor a la esperada, sigue siendo ele vada, debido al bajo grado de calificaci­ón de Costa Rica.

Además, la mayor parte de la recuperaci­ón mostrada por el IMAE se debe a los sec tores ligados a la economía mundial, como las exporta ciones —especialme­nte las de zonas francas y agríco las—, los servicios y el turis mo.

Pero el consumo, reflejado en las ventas del comercio local, sigue decreciend­o, so bre todo la compra de bienes duraderos, que son por mon tos mayores, hechos muy de vez en cuando, y para lo cual la mayoría de las personas tienden a recurrir al crédito como vivienda, vehículos y aparatos eléctricos.

Usualmente, la gente tien de a postergar este tipo de compras hasta cuando sienta que el futuro de la economía es positivo.

Si bien se han dado pasos significat­ivos para recuperar la confianza de inversioni­s tas, empresario­s y consumi dores, el gobierno debe tener claro que la tarea no está completa. Para consolidar la reactivaci­ón de la economía la administra­ción no solo debe mantener el rumbo fis cal, sino también acelerar la puesta en marcha de medi das de reactivaci­ón, especial mente las ligadas a reducir el costo de la energía, simpli ficación de trámites y mejo ras en infraestru­ctura. No se puede quedar tranquila.

La responsabi­lidad de los magistrado­s ha evitado una precipitac­ión fatal de nuestro país

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JOHN DURáN
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