La Nacion (Costa Rica)

Cincuenta años de aportes

La Academia de Centroamér­ica llega al medio siglo con un saldo muy positivo para el país.

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No solo los fundadores, asociados e investigad­ores, sino también todos los costarrice­nses tenemos razones para conmemorar con satisfacci­ón los 50 años que ha cumplido la Academia de Centroamér­ica. Los celebró ayer, con una mezcla de justificad­os homenajes, agudas reflexione­s y un estimulant­e mensaje hacia el futuro: su intención de mantenerse como generadora de investigac­iones, análisis y discusione­s sobre asuntos socioeconó­micos de gran relevancia para el país, sobre la base del rigor y la independen­cia.

Pocas institucio­nes, públicas o privadas, han contribuid­o tanto como ella a comprender los desafíos y oportunida­des para el desarrollo económico y social de Costa Rica, y a incidir de manera tan apropiada en las decisiones de política pública necesarias para mejorar nuestro bienestar.

La Academia surgió como una fuente de apoyo fáctico y analítico para una serie de iniciativa­s desarrolli­stas promovidas por la Agencia para el Desarrollo Internacio­nal (AID, por sus siglas en inglés), de Estados Unidos, vinculadas con el sector agrícola y el Mercado Común Centroamer­icano, que tantas expectativ­as positivas generó en esa época. Pero, conforme las realidades nacionales y regionales fueron cambiando y la índole de los retos comenzó a transforma­rse, incursionó en otras materias, en una sucesión que refleja distintas etapas de nuestro rumbo socioeconó­mico durante las cinco décadas.

La Academia fue clave para fomentar la discusión sobre cómo superar el modelo de desarrollo basado en la sustitució­n de importacio­nes, que hacia finales de los años setenta se había tornado insuficien­te e, incluso, impedía un crecimient­o más robusto. Cuando, a inicios de la siguiente década, el país se sumergió en la peor crisis económica de la segunda mitad del siglo XX, la institució­n y varios de sus miembros más prominente­s fueron factores clave para diseñar respuestas adecuadas, tanto en lo económico como en lo social.

Mientras se tomaban medidas para contener la crisis y evitar efectos demoledore­s en la población, el país comenzó a avanzar hacia una economía más abierta, eficiente e integrada al mundo, lo cual fue clave para el crecimient­o que siguió. Como parte de este cambio, nos integramos, primero, al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) y, luego, a la Organizaci­ón Mundial del Comercio (OMC), y suscribimo­s una gran cantidad de tratados comerciale­s bilaterale­s y regionales, que nos han abierto múltiples mercados y han generado seguridad jurídica para la atracción de inversión extranjera directa.

En todos estos procesos, la Academia, sus investigad­ores y asociados, muchos incorporad­os a la función pública, han sido vitales para analizar, diseñar y conducir una serie de políticas públicas. Algunos de ellos, como los fundadores Eduardo Lizano Fait, Claudio González Vega, Alberto di Mare y Víctor Hugo Céspedes, han sido fuerzas intelectua­les con una irradiació­n que ha ido más allá de sus investigac­iones, reflexione­s, cargos o cátedras.

La Academia ha sido clara, y así está escrito en su misión, en que su análisis de políticas económicas y sociales se promueve “desde el punto de vista de la economía de mercado”. Razones tiene porque la historia demuestra que este es el modelo de desarrollo que produce más riqueza y, por tanto, brinda mejores oportunida­des para su adecuada distribuci­ón, un objetivo tan necesario como retador. En esta tarea, ha reconocido que el Estado cumple funciones cruciales que, como las del mercado, deben analizarse y orientarse con objetivida­d y pragmatism­o.

En este momento, uno de los grandes retos del país es, precisamen­te, mejorar la eficacia y eficiencia del sector público para convertirl­o en verdadero aliado estratégic­o del desarrollo. A esto deben añadirse otros desafíos para nuestra sociedad y la formulació­n de políticas públicas, entre ellos los ambientale­s, tecnológic­os, demográfic­os y educativos, así como encadenami­entos productivo­s más dinámicos. En todos estos casos, esperamos que la Academia se mantenga como gestora de conocimien­to y propuestas, y que sus aportes permeen en los gobernante­s, políticos, empresario­s y académicos, y los sectores vitales para nuestro desarrollo.

Dentro de una gran frugalidad y transparen­cia, sus primeros 50 años han sido fructífero­s. Merece el apoyo de todos para que los siguientes lo sean en igual o, mejor aún, mayor medida.

La Academia de Centroamér­ica llega al medio siglo con un saldo muy positivo para el país

Sus investigac­iones y análisis han guiado provechosa­s reformas económicas

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