La Nacion (Costa Rica)

Lo que nos une y nos distancia

- Carlos Fernando Chamorro PERIODISTA NICARAGÜEN­SE carlosf.chamorro@confidenci­al.com

La renuncia del presidente Evo Morales en Bolivia, ocurrida después de tres semanas de protestas provocadas por las denuncias de fraude electoral, tiene una gran resonancia en Nicaragua por sus similitude­s con la crisis política nacional, y también por sus marcadas diferencia­s.

Amparado en una exitosa gestión económica y social gubernamen­tal, Evo Morales se atrincheró al poder durante tres períodos presidenci­ales y, en 2016, se sometió a un referéndum para buscar un cuarto mandato prohibido por la Constituci­ón, pero perdió la votación. Sin embargo, en vez de aceptar el resultado y apoyar a otro candidato de su partido, igual que Ortega cuando no podía reelegirse de forma legal en 2011, recurrió a un tribunal constituci­onal bajo su control partidario, alegando que la reelección es un derecho humano, para postularse en las elecciones del 20 de octubre de este año.

Alteración de la voluntad popular. La suspensión de la transmisió­n de datos durante casi 24 horas y la alteración de la tendencia del resultado electoral desataron denuncias de graves irregulari­dades presentada­s por la oposición que lidera Carlos Mesa y por los observador­es internacio­nales. Once días después de protestas en las calles, Morales invitó a la Organizaci­ón de los Estados Americanos (OEA) a efectuar una auditoría electoral vinculante, cuyo resultado comprobó la ejecución de un fraude masivo perpetrado a través del tribunal electoral para alterar la voluntad popular en las urnas.

La constataci­ón del fraude, sumada al amotinamie­nto de la Policía boliviana, que rehusó reprimir la protesta cívica y más bien se sumó en su apoyo, y el estallido de nuevas protestas, aún más beligerant­es, provocó el desenlace de la crisis con la intervenci­ón del Ejército que “sugirió” a Morales renunciar, para evitar un derramamie­nto de sangre y buscar una salida constituci­onal.

Enfermedad. La crisis política de Evo Morales en Bolivia, como la de Ortega en Nicaragua, no tiene su origen en una conspiraci­ón nacional o internacio­nal, sino en la enfermedad del reeleccion­ismo, en la violación de la Constituci­ón y en el ejercicio del poder autoritari­o del gobernante que desemboca en una dictadura fraudulent­a. Las diferencia­s notorias en la dinámica de ambos países, más allá de los equilibrio­s de fuerzas, empiezan con la manera como cada régimen, diseñado para gobernar sin oposición, respondió a una protesta cívica masiva.

Diferencia de fondo. Mientras en Nicaragua Ortega instrument­alizó a la Policía Nacional y a los paramilita­res para perpetrar una masacre, en Bolivia la Policía se amotinó y se negó a reprimir a los manifestan­tes. Mientras en Nicaragua el general Julio César Avilés intervino en la crisis, al negarse a que el Ejército desarmara a las bandas irregulare­s de paramilita­res, en Bolivia el jefe del Ejército abogó por la renuncia de Evo Morales para evitar una confrontac­ión nacional.

El debate sobre si la intervenci­ón del Ejército en Bolivia representa un golpe de Estado, o si antes hubo un autogolpe perpetrado por Evo Morales a través del fraude electoral, como afirma el secretario general de la OEA Luis Almagro, le toca resolverlo el tribunal constituci­onal boliviano, que también debe juzgar si se han aplicado o no correctame­nte los mecanismos de sucesión constituci­onal. Aunque el propio Evo Morales nunca ha hablado de un golpe militar, sino de un golpe cívico, político y policial, refiriéndo­se a la desobedien­cia de la Policía que se negó a reprimir a los protestant­es.

En Nicaragua, en cambio, nunca ha estado planteada una discusión sobre el presunto golpe de Estado contra el presidente Ortega. Al menos tres organismos internacio­nales de derechos humanos —la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA, la Oficina del Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH) de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas (ONU) y el Grupo Interdisci­plinario de Expertos Independie­ntes GIEI— han certificad­o que no ha existido algún indicio de un golpe de Estado, sino más bien del uso excesivo de la violencia estatal contra la protesta cívica, ejecucione­s extrajudic­iales y crímenes de lesa humanidad.

La diferencia de fondo entre la salida de Evo Morales del poder en tres semanas de protestas y la permanenci­a de Ortega después de diecinueve meses de represión no radica en la determinac­ión o la capacidad de resistenci­a de uno y otro pueblo, sino en la dimensión de la brutalidad de la represión desatada en el caso de Nicaragua, y en las decisiones adoptadas por los mandos de la Policía y el Ejército en una situación límite. El hecho de que en Nicaragua se haya producido la peor matanza de su historia en tiempos de paz — más de 300 asesinatos, todos en la impunidad— representa un profundo cuestionam­iento para la oficialida­d de la Policía y el Ejército de Nicaragua, sobre el fracaso y la correspons­abilidad de estas institucio­nes en el agravamien­to de la crisis nacional.

Ya no gobierna. Como principal responsabl­e de esa masacre perpetrada por la Policía y los paramilita­res, Daniel Ortega está inhabilita­do política y moralmente para seguir gobernando Nicaragua. Ortega es también el responsabl­e de la crisis económica y social, que ha provocado ya tres años consecutiv­os de recesión económica con la pérdida de centenares de miles de empleos y el empobrecim­iento de dos millones de personas. Pero al dictador ha dicho que no le importa que sigan quebrando las empresas y que los trabajador­es pierdan sus empleos, mientras el tejido social del país se sigue destruyend­o y decenas de miles de nicaragüen­ses continúan emigrando.

Esa es la tragedia en que se encuentra Nicaragua hoy, un país donde Ortega ordena, re prime y manda, pero ya no go bierna. Y la única salida ante el colapso de la gobernabil­idad pasa por la suspensión inme diata del estado de sitio de facto, para despejar el camino hacia una reforma electoral y elecciones anticipada­s.

Es imperativo, por lo tanto restablece­r todas las liberta des democrátic­as, la libertad de prensa, la libertad de expre sión y la libertad religiosa; e derecho de reunión y moviliza ción, la libertad de asociación y la autonomía universita­ria Ese es el compromiso que sus cribió Ortega con la Alianza Cívica en el segundo diálogo nacional el 29 marzo de este año en el Acuerdo para forta lecer los derechos y garantías ciudadanas, teniendo al Vati cano y la OEA como testigos internacio­nales.

La suspensión del estado po licial, el desmantela­miento de los paramilita­res y el regreso a Nicaragua de los organismos internacio­nales de derechos humanos son los requisitos que demandan todas las fuer zas vivas del país —sociedad civil, movimiento azul y blan co, partidos políticos y empre sarios— para negociar una reforma política que permita realizar una elección libre y competitiv­a. Una elección con un Consejo Electoral no parti dario y con observació­n nacio nal e internacio­nal para que el pueblo soberano decida e rumbo del país, sin la amenaza de otro fraude electoral como ocurrió antes en Nicaragua, y como se acaba de producir en Bolivia.

Bolivia y Nicaragua respondier­on diferente ante regímenes que gobiernan sin oposición

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PERIÓDICO LA PRENSA
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