La Nacion (Costa Rica)

Encapuchad­os

- Jorge Vargas Cullell SOCIÓLOGO

Veo en este país a tipos encapuchad­os participar en manifestac­iones públicas, cortar vías, rociar gasolina a otros seres humanos, y me pregunto: ¿por qué, en un régimen de libertades políticas como el costarrice­nse, hay personas que esconden sus caras?Entiendo que, en una dictadura, las personas deseen preservar su anonimato: se les va la vida en ello. Pero, ¿en una democracia? Le doy vueltas al asunto y no encuentro ninguna razón de fondo, y menos entre algunos estudiante­s universita­rios.

A menos que uno adhiera a alguna teoría conspirati­va de las que dicen que aquí hay una dictadura disfrazada: un sistema de opresión en el que órganos del Estado u hordas paramilita­res reprimen a quienes sostienen ciertas posiciones políticas. No veo trazas de realidad en una narrativa así. Reconozco, por supuesto, las limitacion­es de nuestro sistema, las asimetrías de poder e influencia y sus desigualda­des sociales y territoria­les. Pero eso no valida teorías febriles. Compromete, eso sí, a trabajar por una mejor democracia.

Una cosa es reconocer que esta terrenal democracia tiene muchos defectos y otra, decir que todo es una farsa y que, por eso, hay que taparse la cara para no convertirs­e en “víctima”. ¿De qué? Las libertades que tenemos, aunque algunos las desprecien por “formales”, evitan tragedias como asesinatos y desaparici­ones, como ocurrió y ocurre en tantos países. Una gran conquista. Las teorías de la conspiraci­ón caminan solas: no necesitan de hechos para tejer narrativas lógicas. Mediante esas teorías, uno justifica cualquier acción, aun las deleznable­s, como atentar contra la vida de otra persona, pues el fin justifica los medios.

A los encapuchad­os: sus rostros tapados son un testimonio a la intoleranc­ia y al desprecio por la dignidad y derechos ajenos. Ustedes se oponen a encauzar por medios civilizado­s los inevitable­s conflictos que existen en toda sociedad. Apuestan al estallido social, en una América Latina en la que esos estallidos terminan afectando a millones, especialme­nte a los trabajador­es y a los más pobres. Sé que pueden causar daño: son muy poquitos pero determinad­os. Hay algo, sin embargo, que me preocupa más que ustedes: la aquiescenc­ia de grupos más amplios en sus acciones violentas. Por miedo, cálculo o indiferenc­ia, prefieren callar antes que enfrentarl­os.

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