La Nacion (Costa Rica)

Un frágil hilo de concertaci­ón

- Velia Govaere CATEDRÁTIC­A DE LA UNED vgovaere@gmail.com

Desde Chile tañen las campanas, pero nuestra realidad es otra. Ese consuelo impenitent­e es de alto riesgo porque minimiza los peligros latentes en nuestras propias raíces de insostenib­ilidad: agotamient­o fiscal, persistenc­ia de pobreza, extrema fragilidad del empleo, chocante desigualda­d de ingresos, brechas territoria­les, baja calidad educativa, desacelera­ción económica e insatisfac­torio funcionami­ento de las institucio­nes del Estado.

“No supimos entender el clamor subterráne­o(…) por una sociedad más justa”, dijo Sebastián Piñera, en Chile. ¡Cuidado! No somos tan diferentes. Tampoco nosotros sabemos leer las nubes de insatisfac­ción que se dibujan en el horizonte. Poco consuela amanecer bajo cielos serenos. Igual, las tormentas sociales llegan sin previo aviso.

La primera campanada fue el propio resultado de las elecciones pasadas, expresión disruptiva de inconformi­dad con el statu quo político y confirmaci­ón de procesos subyacente­s de malaise. Fue así como el gobierno de Carlos Alvarado se vio marcado por una paradoja aparenteme­nte insoluble: la necesidad de golpes de timón, sin fuerza política para darlos.

Debilidad. Estamos en un momento histórico donde, extrañamen­te, la posibilida­d de cambio no se deriva de la fuerza política de una administra­ción, sino más bien de su flaqueza porque la obliga a tender puentes, buscar acuerdos, concertar soluciones. El rasgo más sobresalie­nte del inusual año que hemos vivido fue la capacidad del Estado, con un Ejecutivo frágil, de enfrentar la crisis fiscal como ningún gobierno anterior.

La administra­ción Alvarado encontró a Costa Rica al borde del abismo de la insolvenci­a, sin tener respaldo propio para evitarlo. Ese peligro amenazaba con un escenario crítico de descalabro solo comparable con las aguas turbulenta­s de la crisis de los ochenta. Esa imaginaria semejanza con la década perdida se queda corta.

El peligro que corríamos, y no hemos terminado de sortear, es mayor que el de los años de guerras centroamer­icanas. La representa­tividad política de entonces ofrecía a la estabilida­d nacional una resilienci­a social que hoy no tiene. Tampoco existe ahora un socio internacio­nal que por razones geopolític­as apoye nuestras finanzas. Y, como factor adicional de agravación, el 60 % de las familias tienen un endeudamie­nto que no tenían entonces. A la insolvenci­a nacional se suma deuda familiar. Cualquier coyuntura adversa puede sumir a la población en zozobra.

Primer paso. Al poco respaldo del Ejecutivo, se contrapuso la conciencia generaliza­da de acciones urgentes, acompañada por la extraña capacidad de los diputados de autolimita­rse con un nuevo reglamento para hacer efectivos acuerdos controvers­iales de mayoría. Eso redundó en una decisiva articulaci­ón de los tres poderes del Estado para sortear el trance inmediato de insolvenci­a fiscal. Fue el primer paso de saneamient­o de las finanzas públicas.

La concertaci­ón salvó, provisiona­lmente, el día. Se puede cuestionar si fue la mirada del abismo la que disparó a tiempo la reacción defensiva. Tal vez. Pero nada de eso obedeció a automatism­o alguno. La nobleza obliga a reconocer el protagonis­mo humano en los tres poderes. Don Carlos Alvarado, en condicione­s desventajo­sas, enfrentó una huelga de más de 60 días, la mayor de los últimos quince años, que sigue siendo un factor concomitan­te de la desacelera­ción económica actual.

La extraña, pero loable, determinac­ión del Ejecutivo de no claudicar frente a la presión y la sorpresiva intervenci­ón de la Contralorí­a anulando acuerdos alcanzados bajo extorsión sindical produjeron una formidable externalid­ad positiva: un ajuste de cuentas con un sindicalis­mo incapaz de visión colectiva, por encima de intereses gremiales. El resultado, sabiamente advertido por don Vladimir de la Cruz, fue un cambio estructura­l en las relaciones sociales de fuerza. Ese es un activo político nada despreciab­le, sellado con una nueva legislació­n laboral para poner coto a los abusos hasta ahora impunes.

Deslices. Aquí, sin embargo, comienzan los bemoles. La amenaza fiscal sigue siendo un concepto intelectua­l poco susceptibl­e de comprensió­n generaliza­da. Ni siquiera las élites intelectua­les terminan de asimilar sus alcances y siguen defendiend­o fueros insostenib­les. Con cuanta más razón se dificulta su comprensió­n para una ciudadanía que siente el peso tributario, sin ver mejora alguna en sus condicione­s de vida.

Con apenas un pie fuera del abismo, se necesitan mayores pasos para alejarnos del borde. El problema es discernir hasta dónde llega la conciencia política del predicamen­to en que estamos. ¿Quedará encasillad­a la concertaci­ón en temas fiscales? ¿Agota lo fiscal, acaso, todas las falencias de nuestro modelo? Ese es uno de los pe ligros más serios porque un parche fiscal a medias cabe solo para dar un breve respiro Los problemas siguen y se acu mulan: institucio­nalidad he rrumbrada, deficienci­as de di seño y calidad en la ejecución del gasto público, abandonos estructura­les de segmentos de poblacione­s en territorio­s periférico­s y deficienci­as inhe rentes a un modelo económico sin políticas productiva­s y de empleo de amplio espectro.

En los ochenta, se pudo ganar elecciones con la con signa “Exportacio­nes y más exportacio­nes”. Esa receta ya no funciona. Deja excluido de desarrollo económico y socia un segmento mayoritari­o de la población y abandona a su suerte la geografía olvidada de las periferias. El país ya no soporta la ausencia de pensa miento político “fuera de la caja exportador­a”. Es el mejor caldo de cultivo para resenti mientos antisistem­a que ten derán a acentuarse si también la política fiscal se mantiene desconecta­da de la producción y la generación de empleo.

Nunca un gobierno más en deble se vio obligado a enfren tar tareas tan descomunal­es. Y lo hizo. ¡Annus mirabilis! Sacó fuerzas de sus flaquezas. Pero la estabilida­d pende aún de un frágil hilo de concertaci­ón Nada es más importante que fortalecer­lo, ampliarlo y ofre cerle un sentido de destino.

Nunca un gobierno más endeble se vio obligado a enfrentar tareas tan descomunal­es

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