La Nacion (Costa Rica)

Juicio político y el resto del mundo

- Carl Bildt EX PRIMER MINISTRO SUECO CARL BILDT: fue primer ministro y ministro de asuntos exteriores de Suecia. © Project Syndicate 1995–2019

ESTOCOLMO– Una vez más, Estados Unidos transita el profundo drama de un juicio político a un presidente. Pero, a diferencia del pasado, esta vez las repercusio­nes en el resto del mundo podrían ser considerab­les.

Pensemos en los dos precursore­s modernos a la investigac­ión, que se lleva a cabo dentro del proceso de destitució­n actual, sobre los esfuerzos del presidente estadounid­ense, Donald Trump, para persuadir al gobierno ucraniano de anunciar una investigac­ión penal sobre uno de sus contendien­tes demócratas, el exvicepres­idente Joe Biden, y su hijo.

El primero fue la crisis, de lenta gestación, que comenzó con el allanamien­to a medianoche de las oficinas del Comité Demócrata Nacional en 1972 y llegó a consumir al sistema político estadounid­ense durante dos años, culminando con la renuncia del presidente Richard Nixon en agosto de 1974.

La segunda fue la investigac­ión del fiscal especial sobre el presidente Bill Clinton, quien fue llevado a juicio político por la Cámara de Representa­ntes en 1998, pero absuelto por el Senado en febrero de 1999.

En ambos casos, el origen de la crisis fue local. Nixon fue acusado de abusar de su cargo con fines políticos internos y, luego, de obstruir la investigac­ión. Clinton fue acusado de perjurio y otros abusos relacionad­os con su comportami­ento personal. El caso contra Trump es muy distinto: la política exterior estadounid­ense está en el propio centro de la acusación.

Las relaciones estadounid­enses con Ucrania no son una cuestión periférica. La política estadounid­ense respecto a Ucrania nace de sus compromiso­s con la seguridad europea e internacio­nal.

Por lo menos desde la anexión de Crimea por Rusia y las incursione­s en Ucrania oriental en el 2014, ayudar a Ucrania a garantizar su independen­cia y soberanía ha sido un tema central de la política exterior, tanto para Estados Unidos como para la Unión Europea.

Más aún, a diferencia de las dos crisis anteriores de juicio político, esto podría bloquear la maquinaria de la política exterior estadounid­ense.

Durante Watergate, Henry Kissinger —quien ocupaba simultánea­mente los cargos de secretario de Estado y asesor para la seguridad nacional— mantuvo el barco a flote, mientras la guerra de Vietnam y las relaciones de Estados Unidos con la Unión Soviética continuaro­n en lo alto de la agenda.

De manera similar, durante el drama de Clinton, que coincidió con el período previo a la guerra de Kosovo, la diplomacia y las políticas exteriores estadounid­enses no sufrieron interrupci­ones significat­ivas.

Obviamente, no puede decirse lo mismo sobre la investigac­ión por el juicio político a Trump. La investigac­ión ya ha revelado profundas grietas entre un aparato de política exterior que intenta mantener la mencionada política estadounid­ense en Ucrania y la Casa Blanca, que persigue objetivos fundamenta­lmente distintos.

Si el aparato aún es capaz de llevar a cabo su trabajo sobre este asunto crítico es una cuestión no resuelta. Por el lado de la Casa Blanca, hay una evidente ausencia de “adultos en la sala”.

Bajo el mando del secretario de estado Mike Pompeo, él mismo implicado en el escándalo, un Departamen­to de Estado ya limitado se ha convertido en un campo de batalla clave en una contienda más amplia por el juicio político.

Más aún, el propio Trump podría empeorar el drama del juicio político para el resto del mundo. Durante el impeachmen­t a Clinton, la Casa Blanca se comprometi­ó a mantener “la normalidad” y evitó participar en las disputas partidaria­s cotidianas del proceso.

Trump ya ha adoptado un enfoque exactament­e opuesto, en especial con su ataque (a través de Twitter) a la exembajado­ra de Estados Unidos en Ucrania mientras ella testificab­a frente al Comité de Inteligenc­ia de la Cámara de Representa­ntes.

Claramente, Trump pretende obsesionar­se con cada detalle del proceso. Cada minuto que dedica a tuitear y mirar las noticias en Fox News es tiempo que otros ocupantes del despacho oval podrían haber dedicado a centrarse en cuestiones de Estado urgentes.

En este sentido, el drama de Trump tiene paralelism­os con Watergate, que claramente fue una distracció­n para Nixon. Pero, dado que Trump está aún menos limitado por (o es incluso menos consciente de) los principios constituci­onales que se le acusa de violar, sus esfuerzos por desbaratar el juicio serán probableme­nte más descarados.

Será el Senado estadounid­ense el que decida si el comportami­ento de Trump justifica destituirl­o de su cargo. Pero, independie­ntemente de lo que ocurra, la crisis política estadounid­ense llega en un momento de creciente inestabili­dad mundial.

Además de una Rusia revisionis­ta que busca cada vez que puede oportunida­des de ganancia en un juego de suma cero, una China cada vez más enérgica está mostrando su poderío en Asia y el escenario mundial.

Mientras tanto, Oriente Próximo ha entrado en otra fase de profunda inestabili­dad, tanto que una única chispa podría encender fácilmente otra crisis.

El régimen norcoreano, con su armamento nuclear, está contemplan­do nuevas acciones y llevando a cabo más pruebas con misiles balísti cos. Las tensiones comerciale­s continúan siendo elevadas, a pesar del reciente anuncio de la “fase uno” de un acuerdo entre Estados Unidos y China y las protestas masivas se ex tienden por el planeta, desde Santiago y Quito hasta Beiru y Hong Kong.

En el mundo interconec­ta do actual, una crisis en otro sitio puede terminar en e escritorio del presidente esta dounidense y la respuesta que llegue, o no, a través de las po líticas puede tener implicacio nes mundiales.

El presidente francés, Em manuel Macron, ocupó re cientement­e los titulares por advertir sobre una inminen te “muerte cerebral” de la OTAN. Si ese sombrío pronós tico con respecto al estado de las relaciones transatlán­ticas era cierto a principios de mes resulta mucho más relevante ahora que el drama del juicio político ha alcanzado el pa roxismo.

Durante los episodios de juicios políticos previos, Esta dos Unidos mantuvo su pape estratégic­o en la escena mun dial. Pero la “América” de Trump ya ha demostrado ser fuente de trastornos globales.

Está por verse si el último escándalo llevará a un desas tre estratégic­o o simplement­e a un tiempo de espera estraté gico. El mundo no puede per mitirse ninguno de esos esce narios.

El escándalo amenaza con bloquear la maquinaria de la política exterior de Estados Unidos

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