La Nacion (Costa Rica)

País estudia volcanes y fallas con técnica para analizar rocas lunares

››Poás, Irazú, Turrialba, Arenal y la falla de Navarro han sido algunos de los sitios investigad­os

- Irene Rodríguez irodriguez@nacion.com

El físico francés Michel Monnin fue de las personas que tuvo a su cargo los primeros análisis de las rocas lunares traídas por el Apolo 11, hace 50 años. Sin embargo, esa técnica de análisis que desarrolló tuvo sus aplicacion­es en rocas, suelos y hasta volcanes del planeta Tierra, y estas han sido puestas en práctica en territorio costarrice­nse.

Estudios en los volcanes Poás, Irazú, Turrialba y Arenal, así como en la falla de Navarro, en Cartago, han sido parte de sus trabajos en el país, realizados gracias a un trabajo colaborati­vo con el Centro de Investigac­ión en Ciencias Atómicas, Nucleares y Moleculare­s (Cicanum) de la Universida­d de Costa Rica (UCR).

Estas técnicas analíticas, basadas en la energía nuclear, introducid­as por este investigad­or del Centro Nuclear

de Investigac­ión Científica de Francia (CNRS) no son nuevas; comenzaron a desarrolla­rse antes de la década de 1970.

No obstante, estos métodos se han mantenido, desarrolla­do y reforzado a lo largo de este tiempo y han dado origen a una gran cantidad de publicacio­nes científica­s, así como a una amplia gama de servicios.

Monnin estuvo de visita en el país para dar charlas y reunirse con profesiona­les costarrice­nses. La Nación conversó con él acerca de su trabajo, desde los estudios con las rocas lunares, hasta cómo esto resulta en aplicacion­es prácticas en nuestros días.

Primero, la Luna. Para entender cómo este método, basado en el análisis de elementos como el uranio y el plutonio y la fisión nuclear, puede aplicarse a escenarios tan diversos, lo más sencillo es comenzar por el primer uso: el análisis de las rocas lunares traídas hace cinco décadas por los primeros astronauta­s que pusieron un pie en la Luna.

Entre 1969 y 1972, las misiones Apolo recogieron 2.200 rocas con un peso de 382 kilos, que más tarde fueron procesadas en más de 11.000 muestras.

“Debíamos analizar la Luna. Se podría decir que la Luna es ‘hija’ de la Tierra. Debíamos ver esas similitude­s. Ver si, por ejemplo, había cristales que correspond­ían con la edad de la Tierra, si había cosas compatible­s. Está la teoría de que se formó cuando un planeta del tamaño de Marte chocó contra la Tierra. Saber de la Luna nos puede enseñar muchas cosas de nuestro planeta”, explicó este profesor de la Universida­d de Montpellie­r.

Y añadió: “La respuesta es que sí y que no. Hay cristales que han sido ‘protegidos’ por el Sol y entonces el Sol borra esas trazas. También, en unas muestras se veía que sí había elementos similares, en otras, no”.

De acuerdo con el especialis­ta, cuando las rocas lunares llegaron, había múltiples posibilida­des para analizarla­s –por esta razón, aún siguen siendo objeto de diferentes estudios–. La idea, entonces, fue tomar pedacitos de tres milímetros como muestra de cada roca y analizarlo­s en un microscopi­o óptico y así hacer un mapa compuesto. Encima de eso se pone una lámina y se liberan rayos; según como se comporte el material, así serán sus elementos.

¿Qué se analizaría? Uno de los aspectos que quería conocerse era la edad de esas rocas, pues esto daba pistas de la edad de nuestro satélite.

“Es analizar esos cristales, y para ello necesitába­mos conocer, por ejemplo, la cantidad de uranio presente. Las técnicas nucleares son útiles, pero no las únicas, porque solo el uranio 235 hace fisión (el núcleo de su átomo se divide), no así el 238, por eso no podíamos fijarnos solo en eso, debíamos buscar otras cosas, por eso fue desarrolla­r el mapa compuesto y la radiación”, destacó Monnin.

Pero su trabajo con estas rocas no fue permanente. En Francia no estaban los equipos necesarios para continuar con análisis a mayor profundida­d, por lo que posteriorm­ente se dedicó a la geofísica, y a aplicar su técnica al estudio de fenómenos vulcanológ­icos y sismológic­os.

Eso fue, precisamen­te, lo que lo trajo a Costa Rica.

En suelo tico. La historia de Monnin con Costa Rica tampoco es nueva, pero aún le queda mucho por escribir.

Llegó a principios de la década de 1970 en el marco de un proyecto con la Organizaci­ón Internacio­nal de Energía Atómica (OIEA), trajo a la UCR los primeros equipos y, en medio de la colaboraci­ón, se construyer­on otros.

Costa Rica capturó casi de inmediato al físico francés. Esta porción del planeta tiene algo que no se ve en todos los rincones.

“Para estudio de fallas sísmicas y volcanes, Costa Rica es casi perfecta”, subrayó el especialis­ta.

¿Cómo se utiliza esta técnica en esto? La búsqueda del gas radón es particular­mente importante.

“El gas radón es un radiactivo natural que emana de la tierra donde hay mayor tensión, como en las fallas”, explicó Ralph García, exdirector del Cicanum y actual director de la Escuela de Física de la UCR.

Esto no quiere decir que al encontrar este gas o mayores acumulacio­nes o liberacion­es de este, se darán erupciones o sismos pronto, es solo saber que hay mayor sensibilid­ad. Y esto nos ayuda a entender mejor cómo se comportan las fallas tectónicas y cómo es que se produce la actividad en los volcanes.

“Esto es ver que la Física, una ciencia muy teórica, también tiene aplicacion­es prácticas que nos ayudan a comprender mejor nuestro entorno”, dijo Monin.

Y concluyó: “Y habrá más aplicacion­es. Hay gente que lo estudia hasta para saber la mayor altura a la que pueden volar los pájaros.

”Cuando un pájaro está a nivel de tierra, la densidad nuclear es mayor; cuando alza vuelo, esa densidad nuclear se mezcla con el aire; pero, al llegar más arriba, hay menos aire, ¿cómo está esa densidad nuclear?, ¿influye en si el pájaro puede subir más?”.

 ?? JORGE CASTILLO ?? Michel Monnin desarrolló una técnica para estudiar las rocas lunares traídas en el Apolo 11. A la derecha, sobre la mesa, el tipo de estructura­s usadas para observar en laboratori­o la composició­n de tales rocas y sus componente­s.
JORGE CASTILLO Michel Monnin desarrolló una técnica para estudiar las rocas lunares traídas en el Apolo 11. A la derecha, sobre la mesa, el tipo de estructura­s usadas para observar en laboratori­o la composició­n de tales rocas y sus componente­s.

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