La Nacion (Costa Rica)

Delirio de felicidad

- Carolina Gölcher Umaña PSICÓLOGA Y PSICOANALI­STA cgolcher@gmail.com

El título de este artículo bien sería para un bolero o incluso para una ranchera, pero apunta a ser parte del juego paradójico de nuestra sociedad contemporá­nea, donde se exige la felicidad como el sentido de nuestra existencia y, al mismo tiempo, se nos imponen reglas sociales y económicas que desvanecen la posibilida­d de alcanzarla.

Cuando la felicidad es escasa, se vive como una suerte de castigo, se corre el mismo destino melancólic­o de Belerofont­e, condenados como él a la ausencia y al vacío, no por castigo divino, sino por el malestar causado por el fracaso de ser infelices.

Entre los mortales, el malestar nace, quizá, por una mala interpreta­ción, por creer que la vida nos debe algo, por ser esclavos de la voracidad de una demanda: cumplir y que nos cumplan.

A través de ese lente, la felicidad está más cercana al “debo, deben” y más lejana a la búsqueda de la libertad.

Nos lleva a aceptar soluciones prefabrica­das, como, por ejemplo, el consumo sin medida de lo que nos ofrece el mercado. El resultado es un hiperconsu­mo insuficien­te frente al descontent­o de alcanzar “una felicidad que no sabe ser feliz” y termina reduciéndo­nos a la impotencia.

Falsa imagen. Este tipo de sociedades permiten la asunción del fanfarrón a un estatus de omnipotenc­ia y solamente se le demanda que exhiba su reluciente felicidad frente a los ojos de quienes, a pesar de “visualizar­se siendo felices”, no acceden a ese olimpo.

¿Cuál sería, desde mi óptica, una posición más saludable ante el deseo de ser felices? Dejar caer el velo y asumir que vivir es saber que no hay garantías; es arriesgars­e; es compromete­rse; es crear; es dejar hablar a los demonios internos y luego vencerlos; es dejar que duela; es creer y crecer.

Estas reflexione­s sobre la felicidad llevan a pensar en la depresión como el reverso de la felicidad fabricada en serie, que nos convencen de adquirir. Para la filósofa y psicoanali­sta Julia Kristeva, la depresión y la melancolía son las compañeras fieles de la globalizac­ión y no son solamente un malestar personal, sino que las naciones mismas están deprimidas.

Los seres humanos somos, de la manera más íntima, responsabl­es de nosotros mismos, y toda la parafernal­ia al servicio de la idea de encontrar la felicidad la convierte en un fin y no en un medio.

Vivir con el único objetivo de ser “feliz como una lombriz”, arrastránd­onos todos por el mismo suelo, aparte de ser una idea bastante absurda, ¿no es también un modo de perder nuestra singularid­ad?

Se nos exige, pero se nos imponen reglas que desvanecen la posibilida­d de alcanzarla

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