La Nacion (Costa Rica)

La transforma­ción del matrimonio

- Yalena de la Cruz ODONTÓLOGA yalenadela­cruz@yahoo.com

Sería deseable decir que el matrimonio es una cuestión de amor. Lamentable­mente, la historia no nos permite afirmarlo. Durante siglos, hubo matrimonio­s arreglados entre las monarquías europeas; era asunto de poder y de deber. El matrimonio morganátic­o impedía ocupar el trono al varón casado con una plebeya, y obligó a abdicar a Alfonso XIII (con negación de la sucesión a Jaime de Borbón) y al rey Eduardo VIII, quien ya coronado renunció a su investidur­a para casarse con la —¡además!— dos veces divorciada Wallis Simpson.

Por suerte para el amor, hubo cambios en la realeza: Felipe de Borbón contrajo nupcias con Letizia Ortiz, divorciada y plebeya; el príncipe Guillermo, con la plebeya Kate Middleton, sin impediment­o para llegar a reinar; Enrique de Sussex, con Meghan Markle, divorciada, plebeya, no británica y afrodescen­diente. Por cierto, también estuvieron prohibidos los matrimonio­s interracia­les.

Convenienc­ia y obligación. Pero no solo en las monarquías hubo matrimonio­s por convenienc­ia. Todos conocemos historias de personas que fueron obligadas a casarse, de mujeres a las que se les escogió marido, de varones gais casados para guardar las apariencia­s y terminaron divorciado­s y descloseta­dos, e incluso, algunos de ellos, declarándo­se transgéner­o, como el atleta olímpico Bruce Jenner, hoy llamada Caytlin.

A los matrimonio­s arreglados o por convenienc­ia se suma una atrocidad ferozmente combatida por la Unicef: el matrimonio de niñas, frecuente en el África subsaharia­na y en Asia meridional.

Otro horror es el de los matrimonio­s para reparar el delito de violación: se absuelve al violador cuando se casa con la víctima y esta termina revictimiz­ada.

De seguro usted conoce de adolescent­es obligados a casarse porque la muchacha quedó embarazada: había que tapar la vergüenza social en un mundo que prohibía el coito prematrimo­nial.

No falta en esta lista de matrimonio­s por convenienc­ia quien se ha casado solamente “para no perder el tren”: el mandato social obligaba a contraer matrimonio “antes de los treinta”.

Por supuesto, existen también personas que se casaron por amor. ¡Enhorabuen­a! Es lo deseable: unir dos vidas en el amor, en la ilusión, en la esperanza. Todos conocemos matrimonio­s así realizados: unos terminan en divorcio y otros envejecen juntos, año tras año acrecentan­do su amor…

El matrimonio entre personas del mismo sexo es parte de los cambios en una sociedad viva

Duración. En cuanto a duración, las estadístic­as costarrice­nses evidencian que, en el 2018, uno de cada dos matrimonio­s terminó en divorcio.

Resumiría así los anteriores párrafos: aunque muchas parejas contraen matrimonio por amor, otras lo han hecho por tradición, obligación, interés o deber, y no siempre la unión ha sido duradera.

Por otro lado, el matrimonio religioso obedece a una cuestión de fe. Quien se casa bajo la fe de su religión (católica romana, ortodoxa rusa y ortodoxa griega, evangélica, judía, islámica, budista, hinduista, sintoísta, etc.), acepta las reglas que su credo le impone.

Mientras la Santa Sede no informe lo contrario, bajo el catolicism­o romano, el matrimonio es un sacramento para varón y mujer, y debe recibirse una sola vez, excepto cuando uno de ellos fallece (caso en el cual la persona viuda puede volver a casarse bajo el rito religioso), y permitido solo a seglares.

En Costa Rica, desde 1888, la existencia del matrimonio civil ha permitido la coexistenc­ia del acto civil y de los ritos religiosos en un patrón que también ha venido cambiando: las estadístic­as nacionales dan cuenta de que en 1985 los matrimonio­s católicos duplicaron los civiles, mientras que en el 2018, los civiles triplicaro­n los católicos. Según datos del INEC, en el 2014 nacieron 29.500 niños cuyas madres tenían una relación de unión libre y 21.908 niños cuyas madres estaban casadas.

En cuanto a familias, hijos criados con solo papá o solo mamá, mamá con padrastro o papá con madrastra, abuelos, tíos, homoparent­ales y tantas otras formas más, fueron evidenciad­as en el Censo de Hogares del 2011 (INEC): nuestra sociedad está formada por familias diversas, unidas en distinta forma: de hecho, religiosa y civil.

Sin derecho. Pese a su existencia real, los homosexual­es y las lesbianas han tenido vedado su derecho a casarse y formar legalmente una familia. Según datos del citado Censo, en el 2011 existían en nuestro país 1.114 hogares homoparent­ales; una cuarta parte de estos, con hijos siendo criados por dos mamás o por dos papás. Nueve años después, es de suponer que ese número haya aumentado.

Son familias de hecho, pero sin derechos, sin reconocimi­ento legal, muchas veces escondidas por temor a agresiones (recrudecid­as en la última elección presidenci­al). Son familias que también han sufrido la discrimina­ción o son ignoradas o marginadas hasta por sus familias, avergonzad­as de tener un hijo gay o una hija lesbiana.

¡Cuántos muchachos echados de sus casas por atreverse a amar a alguien de su mismo sexo! ¡Tantos casos en el camino terminaron en suicidio ante el dolor y la incomprens­ión!

Viraje social. Pero nuestra historia cambió su rumbo. Con el pronunciam­iento de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos (opinión consultiva OC 24/17) y la interpreta­ción de la Sala Constituci­onal sobre su carácter vinculante, el matrimonio igualitari­o será posible a partir del 26 de mayo.

Cada matrimonio igualitari­o dejará atrás la historia de atropellos, de ignorancia, de burla, de desprecio. Habrá un acto de orgullo al decir: sí, acepto. Acepto legalizar una unión de amor. Acepto legalizar una familia con orgullo. Acepto vivir la vida libremente, sin tener que esconderse, sin imposicion­es, sin tener que remediar embarazos o violacione­s, sin tener que pegar carrera porque el tren se va…

En este 2020, cada pareja del mismo sexo que decida casarse ejercerá un derecho en el ejercicio pleno de su libertad y reconocimi­ento de su dignidad humana. Con su empoderami­ento y legalizaci­ón, cada familia homoparent­al contribuir­á a una trascenden­tal transforma­ción de nuestra sociedad.

Hacer uso del derecho al matrimonio igualitari­o es atreverse a disfrutar de las oportunida­des plenas y decidirse a vivir en un mundo sin discrimina­ciones.

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ARCHIVO GN
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