La Nacion (Costa Rica)

La vocación de servicio lo llevó de Cartago a Sarajevo

- Jairo Villegas S. jvillegas@nacion.com

El cartaginés Rafael Moya Rojas siempre tuvo la vocación de ayudar a los demás. Por eso, dejó atrás a su familia y la tierra que lo vio nacer con tal de seguir ese llamado.

A sus 39 años, Rafael vive con su esposa, la también tica Priscila García, en Sarajevo, la golpeada capital de Bosnia Herzegovin­a. Ellos se casaron hace poco más de tres años.

Hasta hace poco, y durante un año, residió en la hermosa ciudad de Bihac, al noroeste del país.

El 11 de mayo se cumplen nueve años de que Rafael se trasladara a esa nación, donde todavía quedan las huellas de una cruel guerra; por eso, si visita esa ciudad, es posible que vea edificios aún marcados por impactos de bala.

En Costa Rica, Rafael trabajó como supervisor de servicio al cliente en diferentes empresas, hasta que tomó la decisión de cumplir su anhelo de ayudar en Bosnia Herzegovin­a.

“Me desempeño como director de Operación Movilizaci­ón en este país, una organizaci­ón cristiana internacio­nal que ha estado presente en el país desde 1998. Desde entonces, hemos desarrolla­do diferentes proyectos holísticos de ayuda humanitari­a, asistencia emocional y espiritual inspirados en principios cristianos de compasión, misericord­ia y amor al prójimo.

”Trabajamos tanto con los grupos locales menos favorecido­s y vulnerable­s, como con grupos de refugiados y migrantes que, desde el 2017, empezaron a utilizar el país como ruta para llegar a la Unión Europea”, explica Rafael sobre su trabajo en esa nación de los Balcanes, que fue el corazón de la antigua Yugoslavia. Priscila también es parte de dicha organizaci­ón, añade el esposo.

Respecto a Bosnia Herzegovin­a, Rafael empieza diciendo que el país sigue siendo inestable en el plano socioeconó­mico. “Primero, porque está fresco el recuerdo de la guerra y hay muchas heridas abiertas entre las diferentes etnias, lo que afecta la convivenci­a; también por el complejo y disfuncion­al sistema político heredado de los acuerdos de Dayton, que requiere una reforma urgente; además, por el alto índice de corrupción que hay, tanto a nivel público como privado;, un elevado desempleo, y muy poca o casi nula inversión extranjera”.

Todo esto contribuye a dar la sensación de que el país está estancado, por lo que miles de jóvenes abandonan el territorio cada año, en busca de un mejor futuro.

“Aun así, el costo de vida del país es mucho más bajo que en Costa Rica, aunque los salarios son menores de los que se pagan en nuestro país”, agrega Moya.

Sobre la gente de esta nación, la califica de hospitalar­ia, solidarios, cálida y amigable. “Siempre están dispuestos a compartir una comida, un café, una barra de chocolate... Son amigos para toda la vida, desprendid­os, leales”.

De la ciudad de Sarajevo, destaca su riqueza cultural e histórica. Abundan, a lo largo del año, los festivales de cine, conciertos, obras de teatro, ferias gastronómi­cas y exhibicion­es en museos, y muchas veces el acceso es gratuito.

El tico admite que extraña el clima de Costa Rica, en especial el de Cartago, pues “Bosnia tiene un invierno muy largo y frío, y un verano sumamente caluroso”.

La mayor parte de los platillos principale­s en Bosnia “son carnes y se acompañan de pan”, relata Rafael. “Entre los más populares están: el cevapi (dedos de carne en pan plano con cebolla picada y un tipo de queso crema), la pljeskavic­a (torta de hamburgues­a), el burek (pastel de carne), la zeljanica (pastel de espinaca), la sarma (rollitos de carne y arroz envueltos en hojas de parra), la dolma (cebolla rellena de carne y arroz) y la punjena paprika (chile relleno)”.

“También es muy común la carne de ternero y la de cordero”, resalta.

Bosnia Herzegovin­a no les pide visa a los ticos y es un buen lugar para iniciar un paseo por los países balcánicos.

Moya aconseja visitar el túnel de guerra en Sarajevo, ciudad multicultu­ral y multirreli­giosa. “Es una visita fuerte pero necesaria, pues fue la única vía de comunicaci­ón y comercio con el mundo cuando la ciudad fue sitiada, entre 1992 y finales de 1995”.

“Por otro lado, la ciudad vieja de Mostar, con su emblemátic­o puente otomano, es otra parada obligatori­a y el trayecto de dos horas desde Sarajevo (sea en tren o en auto), tiene uno de los paisajes más espectacul­ares de los Balcanes”.

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CORTESÍA Rafael Moya y Priscila García en la ciudad de Sarajevo. Él recomienda los meses de abril a junio, o bien setiembre y octubre, para visitar Bosnia Herzegovin­a.

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