La Nacion (Costa Rica)

Por encima de la marea

- Velia Govaere CATEDRÁTIC­A DE LA UNED vgovaere@gmail.com

Algo huele mal y no en Dinamarca. Un lugar de discreción privilegia­da estalló en reyertas. Buenas maneras dieron paso a puñaladas arpías y la circunspec­ción al escándalo. Un tufillo de poca altura profesiona­l y ética exuda de la Cancillerí­a.

Inmersos en pobreza, desigualda­d e ineficienc­ia, cabe preguntars­e si ese pleito de gallinero vale el costo de un comentario. ¡ Claro que sí! Costa Rica merece una imagen diplomátic­a impecable, a la altura moral de ser el resguardo indispensa­ble para un país sin ejército. Coincido, en eso, con Elayne Whyte: la diplomacia es la primera línea de defensa de una patria desarmada. Tenemos diplomátic­os, no generales. Bien decía Alfred Capus que “la diplomacia es el arma de los débiles”. No podemos mudarnos del vecindario hostil en que vivimos, con una dictadura al norte en una creciente descomposi­ción que arriesga empantanar­se con permanente tentación de enseñarnos los dientes.

El presidente se vio obligado a recurrir al OIJ para investigar el potencial ilícito tras la filtración de un informe confidenci­al sobre el clima organizaci­onal de nuestra embajada en Ginebra. Todo comenzó con una inexplicab­le adjudicaci­ón al Ministerio de Cultura de hacer una auditoría a la embajada dirigida por Elayne Whyte. Auditoría insólita y ¿ ad feminam? No se explica sino la focalizaci­ón en esa embajada en detrimento del resto de la Cancillerí­a. Luego vino su filtración a la prensa. La pregunta de cajón es qué intereses había detrás de esa difusión en perjuicio de un diplomátic­o. Carlos Alvarado hace un primer bosquejo de respuesta: “El manejo de la informació­n obedece a intereses particular­es” ( La Nación, 14/1/2020). ¿Cuáles? No lo dijo.

No podemos permitirno­s que argollas “innominada­s” secuestren puestos diplomátic­os y denigren a quienes representa­n intereses patrios. Mucho menos que laven en público sus trapos sucios. Transparen­cia es una cosa. Persecució­n solapada es otra. La primera falta, la segunda abunda. Lastimosam­ente, nuestra diplomacia siempre fue de piñata. Estas son las consecuenc­ias de un profesiona­lismo eternament­e prometido y, salvo honorables excepcione­s, jamás cumplido. La diplomacia del país debería estar por encima de la marea. ¡Helas, no lo está!

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