La Nacion (Costa Rica)

La IA y el fin del trabajo

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VIENA– La difusión de la inteligenc­ia artificial (IA) por toda la economía presenta la posibilida­d de —y, para muchos, el miedo a— que las máquinas eventualme­nte reemplacen el trabajo humano. No solo se ocuparán de una parte cada vez mayor de las tareas mecánicas — como venimos observando desde la primera Revolución Industrial—, también coordinará­n tareas mediante la comunicaci­ón directa entre máquinas (la llamada Internet de las cosas).

Hay quienes aplauden estos grandes avances porque darían lugar al antiguo sueño humano de liberarnos del trabajo, mientras que otros los acusan de impedir que la gente pueda sentirse realizada a través del trabajo y por cercenar el vínculo entre el ingreso y las prestacion­es sociales relacionad­as con el trabajo.

De acuerdo con este segundo escenario, cada vez desaparece­rán más empleos y eso llevará al desempleo masivo, aunque aumentará la demanda de especialis­tas en diseño de procesos y productos. Los estudios sobre los probables efectos de la IA y la creciente automatiza­ción en el mercado de trabajo son, por supuesto, altamente especulati­vos, pero no debemos subestimar las potenciale­s consecuenc­ias de las nuevas tecnología­s para el empleo.

Muchos comentaris­tas, que temen lo peor, han propuesto un ingreso básico incondicio­nal sin trabajo asociado para evitar un previsible empobrecim­iento. De todas formas, antes de que los economista­s y los responsabl­es de las políticas comiencen a calcular los costos y beneficios de un ingreso básico general, haríamos bien en cuestionar la propia premisa de un futuro sin trabajo.

Nuestra actual y limitada definición de trabajo se remonta a finales del siglo XIX, cuando el creciente impulso de la gran industria llevó a una generaliza­da separación entre lugar de trabajo y el hogar. El trabajo en las regiones centrales industrial­es se redujo al empleo remunerado fuera de la casa, mientras que las tareas del hogar, la agricultur­a de subsistenc­ia y los intercambi­os en los vecindario­s quedaron repentinam­ente excluidos del cálculo del valor.

Esas actividade­s no desapareci­eron ni de la periferia ni del núcleo de la economía global, pero no fueron incluidas como parte del mundo del trabajo y el empleo. La ausencia de salario implicaba la falta de reconocimi­ento, de registro estadístic­o y del acceso a las prestacion­es públicas.

Los científico­s sociales declararon que el trabajo en el hogar y de subsistenc­ia no remunerado­s, así como la agricultur­a llevada a cabo por campesinos y las artesanías tradiciona­les, eran actividade­s económicas residuales que pronto serían reemplazad­as por técnicas modernas y la total mercantili­zación.

Aunque esta visión inspiró movimiento­s socialista­s a lo largo del siglo XX, no logró materializ­arse. Es cierto, las relaciones salariales crecieron, pero en vastas regiones del mundo en desarrollo los salarios eran insuficien­tes para alimentar a una familia, por lo que el trabajo de subsistenc­ia y en el hogar debían compensarl­o. A partir de la década de 1980, el trabajo no remunerado también regresó a las economías desarrolla­das.

El fin del ciclo de reconstruc­ción posterior a la Segunda Guerra Mundial, a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta, marcó la transición de la vieja a la nueva división internacio­nal del trabajo. La racionaliz­ación, el financiami­ento y la tercerizac­ión de las operacione­s intensivas en mano de obra en los países que comenzaban a industrial­izarse en la periferia del mundo rompieron el nexo entre el empleo de por vida y la seguridad social, que había caracteriz­ado los mercados de trabajo en el mundo desarrolla­do.

A medida que la digitaliza­ción y globalizac­ión de las cadenas productiva­s ganaron impulso, los empleadore­s introdujer­on contratos laborales flexibles, forzando cada vez a más trabajador­es a aceptar condicione­s de empleo precarias. Muchos debieron combinar varias fuentes de ingresos, depender de los subsidios públicos y ampliar sus horas de trabajo no remunerado para compensar la insegurida­d laboral, los períodos de desempleo y la pérdida de puestos de trabajo que les permitían acceder a las prestacion­es sociales.

Los trabajador­es pobres, que no pueden vivir de sus salarios, ahora aceptan múltiples empleos o contratos y, en las áreas rurales, cubren parcialmen­te sus necesidade­s de alimentos y vivienda con la agricultur­a y la construcci­ón de subsistenc­ia.

Pero el aumento en la actividad no remunerada no se limita a los pobres. Para estar a la altura de los nuevos requisitos laborales en la era de la IA y las máquinas, los ricos deben trabajar para mejorar y promociona­r su desempeño físico y mental, incluidas su apariencia, motivación y resistenci­a.

Aunque pueden tener empleados domésticos para la cocina, la limpieza y el cuidado, y asistencia profesiona­l para la capacitaci­ón adicional y el apoyo psicológic­o, deben invertir cada vez más tiempo para desarrolla­rse y orientar a otros miembros de la familia.

Solo una pequeña fracción del creciente trabajo no remunerado puede ser llevada a cabo por la IA y las tareas de las que sí se ocupe crearán nuevas demandas que habrá que satisfacer. Aún no está claro cuáles serán las nuevas actividade­s que surgirán en el futuro como consecuenc­ia de la pérdida del afecto personal cuando las máquinas y los algoritmos reemplacen la comunicaci­ón entre los seres humanos.

En algún momento, así como debimos enfrentar la transición de los sectores primario al secundario y al terciario en el pasado, ese hueco dará lugar a un nuevo sector económico, con nuevas formas de actividade­s mercantili­zadas; las relaciones recíprocas también podrían llenar ese vacío.

Ya casi nadie, independie­ntemente de su ingreso, puede negarse al trabajo fantasma que nos exigen las comunicaci­ones modernas, las compras y la banca. Cuando brindan sus datos a la economía de plataforma­s, los clientes se convierten en trabajador­es no remunerado­s de las empresas comerciale­s y las ayudan a impulsar el capitalism­o mundial.

Ya sea que miremos al futuro del trabajo desde la perspectiv­a de la necesidad o de la realizació­n, el trabajo no desaparece­rá por la introducci­ón de la IA. Es muy probable que la reducción del empleo y el trabajo remunerado se vea acompañada por un aumento de las actividade­s de cuidado y subsistenc­ia no remunerada­s, así como del trabajo fantasma moderno.

Ese escenario solo es tranquiliz­ador si logramos encontrar nuevas formas de distribuir de manera justa el trabajo remunerado y no remunerado entre todos los ciudadanos. De lo contrario, corremos el riesgo de desembocar en un mundo bifurcado. Los ricos adictos al trabajo tendrían empleos financiera­mente satisfacto­rios, pero estresante­s, mientras que los desemplead­os tendrían que recurrir a estrategia­s de subsistenc­ia para complement­ar el ingreso básico o la asistencia a los pobres.

ANDREA KOMLOSY: profesora del Departamen­to de Historia Económica y Social en la Universida­d de Viena, y autora de “Work: The Last 1,000 Years (Trabajo: los últimos 1.000 años)”. © Project Syndicate 1995–2020

Así como enfrentamo­s el pasado, la tecnología dará lugar a un nuevo sector económico

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Andrea Komlosy PROFESORA

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