La Nacion (Costa Rica)

HORIZONTES

- Jaime Daremblum POLITÓLOGO jaimedar@gmail.com

Hagamos memoria. En 1999, el entonces enfermizo y alcoholiza­do presidente ruso Boris Yeltsin nombró primer ministro interino a un poco conocido oficial de seguridad: Vladimir Putin.

Casi de inmediato, lo condujo a través de la maraña institucio­nal al puesto de presidente. Yeltsin pensó que el hallazgo de este menudo funcionari­o, recomendad­o por viejos amigos, lo protegería a él y a su familia de estragos autoritari­os. Asimismo, resguardar­ía su legado clave de prevenir un retorno al comunismo.

Cabe recordar que, años antes, Putin era oficial de la KGB en la entonces Alemania Oriental. En otras palabras, conocía las mañas de la subversión y quedó vacunado contra los artilugios de la pegajosa burocracia comunista.

Putin manejó hábilmente sus fichas y, a la fecha, su problema ha consistido en cómo arreglar sus bien aderezadas palancas para permanecer en el mando, previsto para terminar en el 2024, sin incurrir en los trillados golpes de Estado imperdonab­les para un presidente que se codea con los auténticos demócratas en los concilios europeos y, sobre todo, en Estados Unidos.

El diseño que finalmente emergió de sus noches sin sueño y los conciliábu­los con amigotes pegados a las ubres presupuest­arias fue seguir el plan del exmandatar­io de Kazajistán Nursultán Nazarbáyev.

En ese patrón, Putin renunciarí­a antes del vencimient­o de su propia designació­n, pero preservarí­a sus potestades mediante otro cargo estelar en el 2024.

En esa línea de pensamient­o, todo indica que Putin ya tiende sus puentes y carreteras para seguir en su cargo y continuar pavoneándo­se como presidente de todas las Rusias.

Su agenda ha empezado con una propuesta al Parlamento para requerir una residencia de 25 años en Rusia a los candidatos presidenci­ales; actualment­e, es de 10 años. Además, demandaría del candidato no haber ostentado ciudadanía extranjera ni permiso de residencia foránea.

Con estas barreras, pretende cerrarle el paso, entre otros, a Mijaíl Jodorkovsk­i, quien abandonó Rusia en el 2015 y sería un adversario temible para el sucesor que resulte escogido.

El asunto es, sin duda, de gran interés para Putin, pero nunca se sabe qué obstáculos podrían frustrar su bien aderezado plan.

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