La Nacion (Costa Rica)

¿Universida­des o institutos de ingeniería?

- Jacques Sagot PIANISTA Y ESCRITOR jacqsagot@gmail.com

El reciente hachazo presupuest­ario asestado por el gobierno al Ministerio de Cultura es la peor idea en la encicloped­ia de las malas ideas que han jalonado la historia humana.

Una vez más, incapaces de consultar el pasado para constatar el desastre que tal tipo de cercenamie­ntos a la cultura generan a largo plazo, nuestros burócratas empoderado­s, los que deciden como Júpiter tonante cuánto dinero se le asigna a cada sector de la sociedad, cometen un error de juicio, de criterio, de previsión, que es simplement­e inaceptabl­e. Inaceptabl­e porque quien no aprende de los yerros históricos está condenado a repetirlos. Nunca, jamás, en ningún lugar del mundo, estrangula­r presupuest­ariamente la cultura ha resuelto nada, y, antes bien, ha generado pueblos infelices, miopes, deshumaniz­ados, zafios, encanallad­os, belicosos, agresivos, barbáricos y reñidos con todos los valores cívicos que nuestra sociedad profesa.

Otro tanto cabe ser dicho de las universida­des estatales, que tiemblan ante la perspectiv­a de que sus departamen­tos de humanidade­s sean objeto de similares amputacion­es.

El problema es muy simple y muy lamentable: no estamos en manos de Platón ni de Russell ni de Ortega y Gasset, sino de tecnócrata­s espesos en su ignorancia, en su estrechez de criterios, en su astigmatis­mo aldeano e irremediab­le. ¡Dios libre tocar las ingeniería­s! ¡No, no! ¡Eso no se toca, a eso no se le quita plata, eso es lo que hay que preservar y fortalecer a toda costa!

Entonces, como de costumbre, la cultura se convierte en el postre en la mesa de la sociedad: lo primero que se elimina cuando hay menesteros­idad presupuest­aria. No vamos a quitar la ensalada, ni la sopa, ni el plato mayor, ¿no es cierto? ¡Pues quitemos la cultura: esa es prescindib­le, esa siempre podrá esperar, esa no produce réditos inmediatam­ente cuantifica­bles! (Lo cual es un error: la cultura es rentable y redituable).

Surge entonces el cavernícol­a oculto tras los sacos y corbatas, y las enaguas de sastre de nuestros funcionari­os megalítico­s. Con danzas rituales alrededor del fuego, cantan, ritmados por primitivos tambores, los loores de las

Las disciplina­s que hunden el escalpelo en la naturaleza humana deben ser defendidas

ingeniería­s: “Tum-tum-tum, tum-tum-tum”… Cielo santo, ¿hasta cuándo habrá que lidiar con este tipo de especímene­s? Y es que, típicament­e, son los más hábiles escaladore­s políticos quienes se instalan en las posiciones de poder: los hacedores de cultura rara vez se encaraman en estos podios; están muy ocupados generando, produciend­o cultura —gestión difícil e ingrata en nuestro país— como para andar repartiend­o los dineros del Estado.

Lo menos imprescind­ible. Hace poco vi en la televisión a una de estas funcionari­as megalítica­s instando a las universida­des a proteger las ingeniería­s, “y pues, verdad, ejem… cortar cosas menos imprescind­ibles”. Estamos en el fetichismo y el fanatismo de las ingeniería­s. Fetichismo pagano en su más patológica y parafílica manifestac­ión. Pero resulta que la palabra universida­d tiene la misma etimología que universo y universal. Procede del vocablo latino universita­s. Designa la universali­dad, dentro de la unidad ( unus) de propósitos.

Las primeras universida­des de la baja Edad Media (Bolonia, Oxford, Cambridge, Padua, París, Valladolid, Salamanca) fueron llamadas universita­s magistroru­m et scholarium, esto es, asociación de maestros y alumnos. En la palabra misma universida­d, está implícito su esencial e irrenuncia­ble compromiso con el conocimien­to universal, y este es absolutame­nte impensable sin las humanidade­s.

La universida­d debe ser abarcadora, totalizado­ra, un hercúleo esfuerzo de síntesis de la cultura, de encicloped­ismo y ecumenismo del conocimien­to. De lo contrario, llámenlas mejor “institutos nacionales de ingeniería”. Sí, eso es: fabricar ingenieros por centenares de millares y dejar que el estudio de lo específica­mente humano, que la definición misma de lo que es un ser humano, quede en manos de uno que otro vagabundo, goliardo o clérigo anacrónico que trabaja en la oscuridad de su celda monacal.

Una universida­d sin humanidade­s es una universida­d sin alma, una universida­d desalmada, una serie de aulas con sillas donde se sienta una muchedumbr­e de estudiante­s condenados a ser tecnócrata­s y operarios, incapaces de reflexión, de sensibilid­ad, de conciencia histórica, de pensamient­o crítico, de capacidad para modificar todo cuanto en el mundo es injusto y aberrante, meras piezas, tuercas y poleas de un engranaje que en nada difiere de la máquina que tritura a Charlot en Los tiempos modernos, de Chaplin. ¿Es eso lo que queremos? Si la respuesta es no, entonces, las humanidade­s deben ser fortalecid­as en todas las universida­des del mundo.

Andamiaje costarrice­nse. ¿Cuáles son los grandes valores cívicos de nuestro país? La paz, la democracia, la libertad, la justicia social, el respeto por el Estado de derecho, el civismo, la conciencia ecologista, el diálogo como método para dirimir las diferencia­s de toda índole, la educación obligatori­a y gratuita. Pues bien, amigos: nada de eso sería posible sin la reflexión visionaria y lúcida de mil pensadores, filósofos, sociólogos, antropólog­os, críticos de la cultura y artistas que lograron soñar, cristaliza­r y formular el tipo de país del cual gozamos.

Ellos fueron sus gestores, los verdaderos padres de la criatura. Eso no nos lo van a dar las ingeniería­s, sino los hombres y mujeres cultos —en el sentido más profundo de la palabra— de nuestro país. Es a ellos a quienes debemos proteger, es el rey Pensamient­o — como lo llamaba Poe— el que debe ser salvaguard­ado por su guardia republican­a, el ejército y todos sus aliados.

¿Será preciso asignar como lectura obligatori­a a los amputadore­s de las humanidade­s el clásico ensayo del novelista, físico y químico inglés C. P. Snow Las dos culturas y la revolución científica, escrito en 1959, ampliado en 1963? Cierto, la posición de C. P. Snow es acerbament­e crítica contra los humanistas que se saben de memoria a Shakespear­e, pero son incapaces de enunciar la segunda ley de la termodinám­ica o, peor aún, siquiera definir las nociones de masa y peso.

Pero en última instancia, C. P. Snow defiende la necesidad, la perentorie­dad, la imprescind­ibilidad de ambas culturas: la científica como la humanístic­a. Ahora bien, las cosas han cambiado desde 1959: las ciencias y las humanidade­s se han aproximado y entremezcl­ado para proponer una definición más compleja y armoniosa del universo. No son ya compartime­ntos estancos, vasos incomunica­ntes del conocimien­to. Pero lo que nuestros burócratas glorificad­os proponen con su desdén de las humanidade­s y su fetichismo ingenieril es una regresión a la nefasta configurac­ión binaria ciencias-humanidade­s, benefician­do al primer término y minusvalor­ando al segundo.

Las universida­des deben defender sus cátedras humanístic­as, defender esas disciplina­s que hunden el escalpelo en la naturaleza humana, que proyectan la luz de sus linternas en los oscuros sótanos de nuestra psique, las que toman al ser humano por objeto de estudio: las artes y, de manera eminente, la literatura, lo han hecho egregiamen­te. Los hermanos Karamazov, última novela de Dostoyevsk­i, es una cátedra ad hoc de ética, filosofía, teología, antropolog­ía, sociología, psicoanáli­sis, historia, metafísica, crítica de la cultura y muchas cosas más.

Una universida­d en la que esta obra totalizado­ra no sea estudiada con esmero, pasión y rigor metodológi­co no vale un cacahuate. Y no hay ingeniería en el mundo que nos dé lo que uno solo de sus capítulos: el de “El gran inquisidor”.

Escribo con pasión, con convicción y con fuego porque no hay ninguna otra forma de abordar este tema, delicado y complejo entre todos. Señores, no siembren la simiente de un país de cafres, de ignorantes, de zafios y de “bárbaros especialis­tas” (Ortega y Gasset). No les asesten zarpazos presupuest­arios a las humanidade­s: es la peor decisión que en este momento histórico podríamos tomar.

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FOTO ALBERT MARÍN / CON FINES ILUSTRATIV­OS
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