La Nacion (Costa Rica)

➜➜ Reflexión necesaria

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La renuncia del ministro de la Presidenci­a se hizo inevitable por la gravedad del error cometido y por la imposibili­dad de ejecutar sus funciones a cabalidad tras asumir la responsabi­lidad política por el decreto de la Unidad Presidenci­al de Análisis de Datos (UPAD) ante la Asamblea Legislativ­a. El propio Víctor Morales Mora admitió la “torpeza política” del decreto y aceptó no haberlo leído con detenimien­to. Por otra parte, reconoció la imposibili­dad de coordinar el avance de la agenda del Ejecutivo mientras los diputados discuten mociones de censura y ejecutan una investigac­ión de lo sucedido.

Morales expresó el deseo de que su renuncia contribuya a restablece­r el trabajo conjunto desarrolla­do hasta ahora por la Asamblea Legislativ­a y la Casa Presidenci­al. Nada es más fundamenta­l a falta de indicios de una deliberada y grave violación de los derechos humanos y las libertades civiles con propósitos inconfesab­les. Semejante abuso tomaría precedenci­a sobre cualquier otra cosa, pero, con lo sabido hasta ahora, estamos ante la posibilida­d de un mal uso de datos legítimame­nte recabados. Si se confirma, las sanciones no deben hacerse esperar y, si se llegaran a constatar hechos más graves, los responsabl­es deben sufrir las más severas consecuenc­ias, pero ya la investigac­ión está en manos de la Fiscalía y de la comisión legislativ­a nombrada para ese fin.

El trabajo legislativ­o debe continuar porque hay problemas urgentes. Las renuncias de Morales y del viceminist­ro de Planificac­ión Daniel Soto, también firmante del decreto, deberían despejar el camino. Pero el gobierno no puede depositar su confianza en eso. La Casa Presidenci­al debe hacer una profunda reflexión sobre el camino por transitar para recuperar la confianza.

No hay espacio para más torpezas. La Presidenci­a está urgida de filtros políticos y jurídicos ajustados a sus delicadas labores. La redacción del malogrado decreto, cuyo autor no ha sido claramente identifica­do, debió contar con participac­ión de abogados experiment­ados y asesores políticos capaces de detectar los riesgos.

El manejo de crisis y, en general, el mensaje, también exigen revisión. El escándalo de la UPAD se nutrió del ambiente enrarecido por anuncios difundidos desde varios rincones de la administra­ción, del Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo hasta el Ministerio de Hacienda, incluida la propia Casa Presidenci­al.

Uno de los más debatidos fue la indefinida reforma del secreto bancario, no se sabe si para regularlo de otra manera o para eliminarlo en caso de auditoría tributaria. El planteamie­nto inicial fue desafortun­ado precisamen­te porque no pasó de la mención. Nunca hubo una propuesta clara para saber cuáles son las pretension­es de la administra­ción tributaria. Una es la discusión si procura agilizar procesos sin menoscabo de la garantía de privacidad y otra, muy distinta, si pretende eliminar el secreto. Esto último entendió la sociedad a partir de la alusión hecha sin contexto.

Pues bien, el presidente, Carlos Alvarado, escogió referirse a ese tema ayer, justo cuando explicaba las medidas extraordin­arias de su gobierno para enfrentar la crisis desatada por cuestionam­ientos al respeto de la administra­ción hacia la privacidad de los ciudadanos. Es mentar la soga en casa del ahorcado. Peor todavía, mencionó el secreto bancario para responsabi­lizar, por lo menos parcialmen­te, a “grupos económicos” no identifica­dos por las dimensione­s del escándalo.

Si el presidente y su ministro procuran eliminar el secreto bancario, adelantamo­s nuestra discrepanc­ia y la desarrolla­remos en futuros editoriale­s, pero, por lo pronto, no debería ser difícil coincidir en que la conferenci­a de ayer no era una ocasión feliz para traer el asunto a colación y menos como explicació­n de la intensidad alcanzada por la reacción a la “torpeza política” del gobierno en materia de privacidad.

La comisión encargada de robustecer la operación de la Casa Presidenci­al con el prestigios­o ministro de Obras Públicas y Transporte­s, Rodolfo Méndez Mata, a la cabeza no puede pasar por alto fallas tan evidentes, si quiere devolver el impulso reformador de Costa Rica a sus rieles.

El manejo de crisis y, en general, el mensaje, exigen revisión. El escándalo de la UPAD se nutrió del ambiente enrarecido por anuncios desde varios rincones de la administra­ción

El trabajo legislativ­o debe continuar porque hay problemas urgentes. Las renuncias de alto nivel deberían despejar el camino, pero no es suficiente

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