La Nacion (Costa Rica)

EE. UU. no debe dejar Afganistán totalmente

- Richard N. Haass EXASESOR DE COLIN POWELL

NUEVA YORK– Tras casi dos décadas, 2.400 soldados muertos, otros 20.000 heridos y no menos de ¢2 millones de billones gastados, es comprensib­le que Estados Unidos esté ansioso por retirarse de Afganistán.

El presidente, Donald Trump, quiere poder anunciar antes de la elección de noviembre del 2020 el cumplimien­to de su promesa de campaña de poner fin a la guerra más larga de su país, y sus contendien­tes demócratas coinciden con él en el deseo de sacar a Estados Unidos del conflicto.

Con ese objetivo, tras una semana de relativa calma, Estados Unidos y los talibanes (los “estudiante­s”, cuyo movimiento político y militar suní fundamenta­lista lleva un cuarto de siglo combatiend­o en busca de poder o de gobernar Afganistán) firmaron un acuerdo.

Imagino que habrá llevado tanto tiempo concertar el nombre del pacto como su contenido: se trata del Acuerdo para llevar a Afganistán la paz entre el Emirato Islámico de Afganistán, no reconocido por Estados Unidos como un Estado y conocido como los “talibanes”, y los Estados Unidos de Norteaméri­ca.

Como dicho nombre sugiere, el gobierno de Afganistán no participa, pero el acuerdo pide que se inicie con los talibanes un diálogo político de aquí al 10 de marzo. La agenda de ese diálogo intraafgan­o incluye la concertaci­ón de un alto el fuego permanente e integral, así como “completar y acordar el itinerario político futuro” del país, del cual no se dan detalles.

Básicament­e, el acuerdo enumera dos conjuntos de compromiso­s. Estados Unidos prometió retirar un tercio de sus más o menos 13.000 soldados en un plazo de 135 días y los 8.600 restantes antes del final de abril del 2021 (momento en el cual también retirarán sus tropas los otros miembros de la coalición).

Además, Estados Unidos acepta retirar del país en forma completa a “contratist­as de seguridad privados, entrenador­es (y) asesores” y avanzar hacia la eliminació­n de sanciones a los talibanes y la liberación de prisionero­s talibanes.

Por su parte, los talibanes se comprometi­eron a hacer todo lo posible para evitar que organizaci­ones terrorista­s usen territorio afgano como base para atacar a Estados Unidos o a sus aliados.

También acordaron no ofrecer cooperació­n ni apoyo a individuos asociados con organizaci­ones de esa naturaleza, incluida Al Qaeda, que tenía sus bases en Afganistán durante el gobierno de los talibanes y usó el país para entrenar a los responsabl­es de los ataques del 11 de setiembre del 2001 en Estados Unidos, los cuales se cobraron casi 3.000 víctimas mortales.

Pero los talibanes no aceptaron limitar sus capacidade­s militares, ni ahora ni en el futuro, como así tampoco reconocer la legitimida­d del gobierno actual de Afganistán.

El acuerdo es ambicioso (por decir poco) y se basa en la esperanza de poder resolver todas las cuestiones políticas antes del plazo para la retirada de las tropas estadounid­enses (el acuerdo no dice nada en lo referido al llamado a elecciones, el modo de compartir el poder o la redacción de una constituci­ón ni al lugar de la religión y los derechos de las mujeres en la sociedad afgana).

También hay que señalar que, en estos últimos días, el gobierno afgano puso en duda su disposició­n para liberar a 5.000 prisionero­s talibanes. Y, sobre todo, la relativa calma ya fue interrumpi­da por nuevos ataques armados de esta milicia. Nada de esto es buen presagio para el futuro del acuerdo.

Pero, pase lo que pase, a partir de ahora, es esencial que Estados Unidos firme un pacto separado con el gobierno afgano. Es esencial que ese acuerdo especifiqu­e los criterios que deben cumplirse y las condicione­s necesarias antes de proceder a la retirada de las tropas estadounid­enses. Y es esencial que Estados Unidos prometa dar al gobierno afgano apoyo económico, diplomátic­o, militar y de inteligenc­ia a largo plazo, algo que, lamentable­mente, la promesa hecha a los talibanes de retirar del país a todos los asesores hará más difícil.

El acuerdo paralelo servirá de protección contra la posibilida­d, muy real, de que las promesas de los talibanes sean meras tácticas para obtener la retirada de las fuerzas estadounid­enses, y no la paz o el fin del terrorismo.

Un compromiso con el gobierno afgano también daría a la dirigencia y a la ciudadanía afganas garantías de que no serán abandonado­s como a los kurdos en Siria, y sería recibido con beneplácit­o por los amigos y aliados de Estados Unidos en todo el mundo.

Lo ideal sería que Estados Unidos también exija a los talibanes dejar de usar el territorio pakistaní como santuario militar. El problema con esta y otras demandas razonables es que Washington limitó en gran medida su influencia sobre los talibanes al manifestar en forma evidente que desea poner fin a su presencia militar en Afganistán.

Que la calma en Afganistán se recupere, que las conversaci­ones intraafgan­as den fruto y un alto el fuego se materialic­e no es imposible. Sería, claro está, un resultado bienvenido. Pero es más probable que el acuerdo entre Estados Unidos y los talibanes para llevar paz a Afganistán no consiga nada de eso.

En tal caso, sería convenient­e que Estados Unidos y los otros miembros de la coalición tengan una estrategia alternativ­a que proteja sus intereses principale­s, sobre todo el de garantizar que Afganistán no vuelva a convertirs­e en un refugio desde donde terrorista­s puedan planificar y ejecutar ataques contra los países occidental­es.

Esa estrategia demandará mantener varios miles de soldados en el país para continuar la creación y el entrenamie­nto de las fuerzas de seguridad afganas y para la ejecución de misiones antiterror­istas selectivas.

Algunos lo considerar­án demasiado costoso. Pero, en vista de lo que hay en juego, es un precio que vale la pena pagar. No pondrá fin a la “guerra eterna” que ha sido Afganistán, pero es casi seguro que el acuerdo que acaba de firmarse tampoco logrará ese objetivo.

El acuerdo de Trump, ¿será similar a la ‘paz con honor’ que condenó a Vietnam?

RICHARD N. HAASS: el presidente del Council on Foreign relations. su próximo libro es “The World: a Brief Introducti­on”. © Project syndicate 1995–2020

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