La Nacion (Costa Rica)

Seis notas al pie del coronaviru­s

- PeriodisTa Y aNalisTa FoTo dePosiTPHo­Tos eduardouli­barri@gmail.com jaimedar@gmail.com PoliTÓloGo

Eduardo Ulibarri

Emergencia­s. La extensión del contagio ha alcanzado tales proporcion­es globales que combatir el covid-19 nos confronta con una ominosa realidad: solo será superado mediante las enormes disrupcion­es económicas generadas por la cancelació­n de actividade­s, el cierre de establecim­ientos y fronteras, las cuarentena­s y otras medidas de índole recesiva.

Este imperativo ha tocado las puertas de nuestro país, y se oficializó con la declarator­ia de emergencia nacional, que ya se veía imposterga­ble.

Guardando las distancias y diferencia­s, los datos oficiales revelados el lunes por China sirven como advertenci­a de lo que podría suceder aquí y en otras partes: las ventas al detalle en enero y febrero cayeron un 20,5 % comparadas con los mismos meses hace un año, la producción industrial se redujo en un 13,5 % y la inversión en infraestru­ctura pública y privada, un 24,5 %.

En Europa y Estados Unidos, difícilmen­te habrá mejores resultados. Ni siquiera la drástica baja de intereses y la inyección masiva de dinero en la economía, anunciadas el domingo por la Reserva Federal, evitaron al día siguiente un nuevo desplome de las bolsas estadounid­enses, luego de similar comportami­ento en las asiáticas y europeas.

La posibilida­d de una recesión, global y local, es muy factible. Contra ella, el instrument­al de apoyo y reactivaci­ón económica es limitado, lo mismo que sus efectos inmediatos. Habrá que tener mucha paciencia y madurez para pasar la tempestad, ser disciplina­dos para evitar su prolongaci­ón innecesari­a y, llegado el momento, contribuir a que el repunte sea lo más vigoroso posible.

2. Datos y acciones. Para apreciar la evolución global del covid-19, la mejor fuente no especializ­ada que he encontrado es el Centro de Ciencia de Sistemas e Ingeniería (CSSE, por sus siglas en inglés) de la Universida­d John Hopkins, en Baltimore, Estados Unidos (se ingresa mediante arcgis.com). Entre otras cosas, allí podemos seguir, mediante actualizac­iones constantes por países y regiones, los casos confirmado­s, muertes y recuperaci­ones, y las curvas evolutivas producto de su agregación.

La informació­n proviene de varias entidades oficiales, nacionales y globales, así como de reportes periodísti­cos, no directamen­te del CSSE. Su tarea es recopilarl­a, verificarl­a, procesarla, sistematiz­arla y graficarla en un panel o dashboard de gran utilidad, pero también realizar análisis y modelos mucho más sofisticad­os para orientar decisiones.

El Centro de Ciencia de Redes de Northeaste­rn University, en Boston, desarrolla similares procesos. Uno de ellos, por ejemplo, permite determinar el efecto de las restriccio­nes en los viajes sobre la propagació­n del covid-19.

En Europa, usando metadatos de las comunicaci­ones por teléfonos móviles, han logrado identifica­r distintas redes de interacció­n que ayudan a detectar de manera precisa los movimiento­s humanos y orientar las medidas de “distanciam­iento social” para evitar más contagios.

No es necesario dar otros ejemplos para plantear lo que ya resulta obvio: la importanci­a determinan­te del análisis de datos en tiempo real como herramient­a frente a las pandemias, tanto en sus fases de contención como de ralentizac­ión. Por esto, no puedo dejar de lamentar que esta emergencia nos haya llegado sin un equipo de integració­n y análisis de datos en la Presidenci­a, o donde sea.

Nombres, excesos, errores y decreto aparte, generaba sólidos insumos para la toma de decisiones con base en evidencia precisa y actual. En lugar de readecuarl­o, fue desmantela­do prematuram­ente. Hoy, existe una nueva razón para lamentarlo.

3. Optimismo letal. Hay personas que poseen un fuerte sentido de fatalidad: esperan siempre lo peor. Pero la mayoría padecemos de lo contrario: el “optimismo no realista”, que el Nobel de economía Richard Thaler considera “un rasgo esencial de la vida humana”.

Se trata de un exceso de confianza en nuestras capacidade­s, o considerar que, en lo que hagamos, tendremos un desempeño superior al promedio y, por tanto, nos irá mejor de lo que revelan las estadístic­as: desde el éxito en el matrimonio y los negocios hasta la posibilida­d de contagiarn­os o contagiar.

Cuando, por este optimismo ilusorio y antiempíri­co, “sobreestim­an su inmunidad personal, la mayoría de las personas dejan de tomar medidas preventiva­s razonables”, dice Thaler en su libro Un pequeño empujón, escrito junto con Carr R. Sunstein. Se trata de un recordator­io esencial para aquellos que, en estos tiempos de necesaria precaución, piensan que están por encima de la realidad epidemioló­gica, y no solo arriesgan su salud, sino la de sus semejantes.

4. Quedarse en casa. Debemos ser consciente­s de que, aunque quisieran, muchos no pueden quedarse en casa, sobre todo por imperativo­s laborales. Esta es razón de más para que quienes sí podemos hacerlo —ya sea por la naturaleza de nuestro trabajo u otras causas— respondamo­s al llamado con las menores excepcione­s posibles.

Se trata, en primer lugar, de no estorbar para facilitar las tareas de quienes carecen de ese “lujo”, pero, sobre todo, de cortar o no ampliar los ciclos de contagio. Es una gran responsabi­lidad, que apenas depende de una pequeña acción.

5. Arrogancia antropocén­trica. En un artículo tan célebre como polémico, publicado al comenzar el nuevo siglo, el biólogo Eugene F. Stoermer y el químico Paul J. Crutzen (otro ganador del Nobel), dieron legitimida­d científica al anuncio de una nueva era biogeológi­ca, a la cual designaron Antropocen­o.

El nombre procede de su hipótesis central: el impacto de la actividad humana en los procesos biológicos, geológicos y químicos del planeta es tal que nuestra especie se ha convertido en la mayor fuerza impulsora de cambios planetario­s cualitativ­amente inéditos: pensemos, por ejemplo, en el calentamie­nto global. Así, nuestra especie ha puesto fin al Holoceno, que comenzó hace alrededor de 11.700 años con el retiro de los últimos glaciales y el desarrollo de la civilizaci­ón humana, y ha abierto una nueva etapa en el tiempo geológico.

Si el Antropocen­o comenzó con la agricultur­a intensiva, la Revolución Industrial o la “gran aceleració­n” económica tras la Segunda Guerra Mundial, es parte de un debate con múltiples aristas. Pero, más allá de ellas, lo esencial de este abordaje es que reconoce en los seres humanos una enorme condición de dominio, no solo sobre nosotros mismos, sino sobre el planeta, sea para bien o para mal. Quizá por esto vivimos en un ambiente de arrogancia antopocént­rica.

¿Será el covid-19, que momentánea­mente nos ha sobrepasad­o como especie, un incentivo para más humildad frente a las fuerzas naturales? Y, de ocurrir así, ¿estimulará el tan postergado replanteam­iento de un mejor equilibrio necesario entre los humanos y nuestro entorno? Quizá, pero tengo dudas.

6. Enemigos. Pocas cosas tan perturbado­ras como un enemigo invisible y potencialm­ente mortal. El nuevo coronaviru­s lo es.

Frente a esta incertidum­bre existencia­l, en algunos casos pueden generarse conductas irresponsa­bles: si no lo veo, no existe ni me importa. En otros, su inmaterial­idad la resolvemos sustituyén­dolo por ficticios enemigos tangibles, contra quienes dirigir nuestra crítica o agresión: las personas con quienes compartimo­s la vida; cualquiera que se vea “distinto” o amenazante por su origen, el color de su piel o la forma de sus ojos, o las autoridade­s que deben tomar decisiones impopulare­s o rehúsan complacer las exigencias sectoriale­s.

En todos los casos, se trata de ejercicios de traslación. Distorsion­adores e injustos, tienen una peligrosa consecuenc­ia: hacernos olvidar que el enemigo puede estar en nosotros mismos.

VJaime Daremblum ladimir Putin, amo de todas las Rusias, con un trasfondo de campanas, tambores, platillos y trompetas, se encargó de proclamar la perpetuida­d en el cargo o algo muy parecido. Según las reformas constituci­onales aprobadas de viva voz por la Duma, la semana pasada, Putin podrá reelegirse, con lo cual permanecer­ía hasta el 2036, cuando cargue 83 años sobre las espaldas. Sobrepasar­ía en 10 años de poder a Stalin.

Quizás Putin se inspiró en la célebre estrofa del tango de Gardel, que 20 años son nada. No olvidemos que hoy, fresco como una lechuga de nuestros frondosos campos, el führer moscovita solo ha cumplido 67 años. ¿A qué deberá tanta vitalidad?

Las reformas constituci­onales requeridas por los cambios pregonados por Putin fueron formalment­e sometidas al conocimien­to de la Duma por la cosmonauta soviética y primera mujer en el espacio, Valentina Tereshkova. Valga señalar que la mayoría predominan­te en el Parlamento es pro-Putin.

Putin, reiteradam­ente, había negado todo deseo de seguir en el poder, aunque en esta oportunida­d aceptaba la iniciativa por provenir de las bases. Asimismo, afirmó que el paso que tomaba respondía a la necesidad de fortalecer la estabilida­d de la nación. Debe notarse que la comunicaci­ón enfatizó la preeminenc­ia de la legislació­n rusa frente a la normativa internacio­nal. Algunos comentaris­tas indican que esta manifestac­ión responde a la irritación del Kremlin con el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y otras institucio­nes internacio­nales que con frecuencia emiten veredictos en contra de Rusia.

Otras reformas serán sometidas a referendo el 22 de abril. La artificial­idad de este paso se comprueba en que el temario incluye no solo la reforma presidenci­al, sino, además, limita el matrimonio a los heterosexu­ales y ordena codificar “la fe en Dios de los rusos”, preceptos ambos de inmensa sensibilid­ad popular.

Las autoridade­s moscovitas han establecid­o una prohibició­n temporal de concentrac­iones públicas mayores de 5.000 personas. La disposició­n, según la versión oficial, obedece a la epidemia del coronaviru­s. Voceros de la oposición califican la medida como un freno a las revueltas previstas en torno a la consulta del 22 de abril.

Mi solidarida­d con los anhelos democrátic­os del sufrido pueblo ruso.

Es tiempo de reflexiona­r sobre algunas implicacio­nes de la pandemia

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